Lucas corría por las calles, esquivando peatones y atravesando sombras con la energía de quien no teme al mundo, sino que desea enfrentarlo. Cada fantasma con el que se cruzaba recibía la misma pregunta urgente:
—¿Has visto algo extraño? No me refiero a ti, obviamente. Algo peligroso. ¿Un espíritu maligno, una persona sospechosa?
La mayoría lo miraban con desconcierto. Algunos respondían con murmullos evasivos, mientras que otros simplemente desaparecían, frustrados por la insistencia del joven. Lucas, sin desanimarse, seguía adelante. Pasó junto a un gato negro que dormitaba en un rincón oscuro. Al principio lo ignoró, pero algo en su andar lo obligó a retroceder. Sus ojos se entrecerraron mientras miraba fijamente al felino, quien levantó la cabeza y le devolvió la mirada con un destello de irritación.
—¿Qué? —dijo el gato con una voz profunda y algo ronca.
Lucas sonrió traviesamente. Era una sonrisa que prometía problemas.
—¡Tú! ¡Dime todo lo que sabes! —gritó, tomando al gato y agitándolo en el aire.
El gato comenzó a patalear, claramente molesto.
—¡Basta! ¡Déjame en paz! No me quiero involucrar... —protestó, mareado por los movimientos.
—¿En qué? ¿De qué hablas? —preguntó Lucas, deteniéndose abruptamente. Su tono inquisitivo delataba que no se iba a rendir fácilmente.
El gato, recuperando un poco de dignidad, se soltó del agarre y comenzó a lamerse una pata con desprecio.
—Estás buscando algo, ¿no? —preguntó, moviendo la cola con irritación, pero también con un aire de curiosidad.
—¡Sí! ¡Sí! —exclamó Lucas, claramente emocionado—. No sé muy bien qué es, pero debe ser algo importante. Algo muy peligroso. Camilo nunca me habría alejado de esa manera si no lo fuera.
El nombre hizo que el gato detuviera sus movimientos. Sus ojos se entrecerraron mientras su cola se agitaba con más fuerza.
—¿Camilo? ¿El supuesto pacificador? Qué coincidencia de nombre... —murmuró, como si recordara algo del pasado.
Antes de que pudiera continuar, unos ladridos rompieron el tenso silencio. Lucas giró rápidamente hacia la fuente del ruido y se encontró con Milo, el gran perro espiritual de Camilo. El chico corrió hacia él con entusiasmo.
—¡Milo! ¿Qué haces fuera del cementerio? —preguntó mientras acariciaba con afecto al animal.
El gato, claramente desconcertado por la aparición, se alejó unos pasos y observó al perro con recelo.
—¿Conoces al espíritu? —preguntó, mirando a Lucas y luego a Milo.
—¡Claro! Es uno de los espíritus animales de Camilo —respondió Lucas, alejando suavemente a Milo del gato.
El gato movió la cola con un aire pensativo.
—Ya veo... Necesito que me lleves con ese tal Camilo, Milo —dijo, dirigiendo su atención al perro espiritual.
Lucas alzó una mano, decidido a intervenir.
—¡Te puedo llevar yo! Sé dónde está. Pero antes...
—No —interrumpió el gato, su tono firme y autoritario—. Tú tienes que ir a tu casa. Ya es tarde, y tus padres deben estar preocupados.
—¡Pero quiero ayudar también! Sé que no soy tan fuerte, pero puedo...
El gato volvió a interrumpirlo, esta vez con un tono más suave.
—No es eso, niño. Eres fuerte, por eso mismo necesitamos que estés a salvo. Si eres necesario, lo serás en el momento adecuado. Pero por ahora, regresa a casa. Choo, choo. —Hizo un gesto con su pata como si alejara a Lucas.
Lucas quedó en silencio por un momento, pero luego sus ojos brillaron con emoción.
—¿Soy fuerte? ¡Siiiii! ¡Soy la carta maestra! —exclamó, haciendo su pose heroica habitual. Luego, con una risa contagiosa, se despidió de los animales espirituales y salió corriendo hacia su casa.
El gato lo observó marcharse antes de mirar a Milo.
—Vamos, Milo. Llévame con tu amigo "Camilo" —dijo, enfatizando el nombre con un tono curioso mientras su cola se movía con un ritmo constante.
Milo, sin perder tiempo, comenzó a caminar hacia el cementerio, seguido de cerca por el enigmático gato negro.
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Editado: 10.01.2025