La noche era densa, y las sombras parecían respirar con vida propia. Eron y Valel permanecían en silencio, sus figuras casi indistinguibles del entorno oscuro que los rodeaba. Ambos observaban desde la penumbra al niño que, como siempre, había logrado encontrarlos. Lucas estaba sentado en el suelo, mirándolos con esa expresión fija que tanto intrigaba a Eron y desconcertaba a Valel.
—Es extraño —murmuró Eron, con los ojos entrecerrados mientras evaluaba al pequeño humano—. No importa dónde nos ocultemos, siempre nos encuentra. Es como si las sombras lo guiaran.
Valel, que había mantenido la distancia hasta ese momento, frunció el ceño.
—Eso no significa que pertenezca a ellas —respondió con desconfianza—. Esa energía... esa mirada. No me gusta. Ese niño pertenece a la luz, lo siento en mis huesos.
Eron esbozó una sonrisa lenta, casi divertida.
—Tal vez. Pero no puedes negar que tiene un vínculo inusual con las sombras. Podría ser un gran Guardián de las Sombras, quizás incluso más poderoso que la luz de Camuel.
Valel no respondió, pero la idea pareció incomodarlo. Observó cómo Lucas jugueteaba con una ramita en el suelo, aparentemente distraído, pero sabía que el niño estaba escuchando cada palabra.
—Lucas... acércate —ordenó Eron, su voz resonando suavemente como un eco en la noche.
El niño levantó la cabeza de inmediato, con los ojos brillando de entusiasmo.
—¡Sí! —respondió, corriendo hacia ellos con la energía que lo caracterizaba. Sus pasos eran ágiles y rápidos, como si no temiera en absoluto a los dos oscuros seres que lo observaban.
Eron esperó a que el niño llegara frente a él, sacando con cuidado la lámpara de Camuel de su capa. El objeto, ahora apagado, parecía una cáscara vacía, pero aun así emanaba un aura inquietante. La colocó frente a Lucas, observándolo detenidamente.
—¿Sabes por qué es tan importante para un Guardián de la Luz su lámpara? —preguntó Eron, con un tono que parecía a la vez burlón y didáctico.
Lucas miró la lámpara con preocupación. No podía evitar sentirse culpable al verla apagada. Sabía que había hecho algo malo, pero se esforzó por ocultar sus emociones detrás de una respuesta rápida.
—Yo solo sé que Camilo usa para guiar a los fantasmas y luchar contra las sombras —dijo, tocando la lámpara con cuidado, como si temiera romperla más de lo que ya parecía estar.
Eron soltó una risa baja.
—Ah, pequeño... es mucho más que eso. La lámpara de un Guardián de la Luz mantiene unido al mundo de los vivos su alma. Les ayuda a arraigar su cuerpo físico al plano natural. Sin ella...
Se inclinó ligeramente hacia Lucas, observando cada reacción.
El rostro del niño se congeló. Comprendió de inmediato lo que significaban las palabras de Eron. Su mente se llenó de imágenes de Camilo desapareciendo, convirtiéndose en un espectro más, indefenso, vulnerable. Tragó saliva, tratando de mantener la compostura.
—Entonces... un Guardián de la Luz se volvería un fantasma común y podría ser... erradicado, ¿no? —preguntó, su voz temblorosa pero controlada.
Valel soltó una risa breve y cortante.
—Chico listo, ¿no? —murmuró mientras se acercaba a ellos.
Eron asintió, complacido.
—Muy listo. Por eso te haremos una oferta, Lucas. —Su tono se tornó más grave mientras clavaba su mirada en la del niño—. ¿Qué te parece aprender a manejar las sombras? Nunca hemos tenido un ser vivo en nuestras filas, pero tal vez sea el momento de avanzar.
Los ojos de Lucas se iluminaron con una mezcla de emoción y determinación.
—¡Sí! ¡Aprenderé muy bien y seré muy fuerte! —gritó, su entusiasmo tan puro y desbordante que incluso las sombras parecieron retroceder por un instante.
—Cálmate, niño... —dijo Eron, con una sonrisa torcida—. Mañana en la noche comenzaremos.
Antes de desaparecer en la penumbra, Valel se acercó un poco más, su mirada fría y desconfiada clavada en Lucas.
—No está de más decirte que ya no puedes acercarte al Guardián de la Luz... ¿entendido? —dijo, su voz cortante antes de desvanecerse junto con Eron.
Lucas observó cómo la lámpara desaparecía con ellos. El peso de lo que había hecho cayó sobre él como una losa. Se dejó caer al suelo, pataleando contra la tierra, un gesto infantil que reflejaba su desesperación.
—¿Qué he hecho? ¿Qué he hecho? —murmuraba, con los ojos llenos de lágrimas.
Se detuvo un momento, respirando hondo y limpiándose el rostro con las mangas. Luego, se levantó de golpe, con una nueva determinación en los ojos.
—Seré fuerte... controlaré yo mismo las sombras y no dejaré que nadie toque a mi amigo. —Su voz resonó en la soledad del cementerio.
Con esa resolución, Lucas echó a correr hacia su casa. Sabía que lo que venía sería difícil, pero estaba decidido a continuar. Tenía que proteger a Camilo.
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Editado: 12.02.2025