El cementerio parecía más frío y silencioso que nunca. Camuel avanzaba entre las tumbas, pero ya no sentía el suelo bajo sus pies. La conexión que alguna vez tuvo con el mundo físico parecía desvanecerse más con cada paso. Milo y Pluma, sus fieles compañeros, no podían verlo ni escucharlo. Estaba atrapado en un abismo invisible, aislado tanto de los vivos como de los muertos.
Se detuvo frente a una lápida que reconoció de inmediato. La primera vez que abrió los ojos como un espíritu, había sido allí. En ese momento, todo era caos. El frío, la soledad y la pena lo habían abrumado, pero entonces apareció Camilo. Su presencia había sido cálida y tranquilizadora, como un faro en la oscuridad.
" Hay algo en ti, algo fuerte... algo que puede brillar."
Las palabras de Camilo resonaron en su mente mientras se sentaba lentamente junto a la lápida. A pesar del vacío que sentía ahora, el recuerdo de su mentor era claro, como si Camilo aún estuviera allí con él.
Camuel cerró los ojos, permitiendo que los recuerdos lo inundaran. Recordó cómo Camilo le había enseñado a controlar su energía como espíritu.
"Tienes fuerza, Camuel, pero necesitas concentrarte!!. Puedes sentir a los vivos, ¿verdad? Usa eso. Concéntrate en sus pasos, en sus voces... y empuja tu voluntad hacia ellos."
Había sido difícil al principio. Camuel era solo un alma perdida, un eco atrapado entre mundos. Pero Camilo nunca lo dejó rendirse. Día tras día, lo guiaba, enseñándole a proyectarse hacia el plano físico.
—Recuerdo la primera vez que lo logré... —murmuró Camuel, con una leve sonrisa en los labios.
Se vio a sí mismo, un joven espíritu, observando a un grupo de vivos que paseaban por el cementerio en la noche. Camilo lo había desafiado a manifestarse ante ellos.
"vamos!! se que puedes, Camuel. No necesitas aparecer por completo. Solo un susurro, una sombra... algo que sientan."
Había sido un desastre. Camuel, entusiasmado por la idea, había proyectado su energía con demasiada fuerza. Los vivos habían salido corriendo, gritando que el cementerio estaba maldito. Camilo lo había observado desde una lápida cercana, riendo con auténtica alegría.
"¡Eres un desastre! Pero un desastre con potencial, jajajaja."
Con el tiempo, Camuel perfeccionó la técnica. Aprendió a aparecer solo lo suficiente para provocar escalofríos o mover objetos pequeños. Se había convertido en el terror de los visitantes nocturnos del cementerio, algo que en ese momento le había parecido divertido.
Camuel abrió los ojos, la sonrisa en su rostro desvaneciéndose. Aunque esos recuerdos eran dulces, ahora se sentía más perdido que nunca.
"Nunca olvides, Camuel, que tú eres la luz de la lámpara."
La frase del libro de Camilo resonó en su mente como un eco lejano. Tú eres la luz. No la lámpara. No los rituales. No el objeto que ahora estaba en manos de la Hermandad.
Camuel se puso de pie lentamente. Recordó la sensación de proyectarse al plano físico, el tirón de su voluntad mientras se esforzaba por interactuar con los vivos. Esa fuerza no había provenido de ninguna lámpara. Había venido de él mismo.
—Camilo nunca creyó en mí por la lámpara... —murmuró, con los ojos brillando por la emoción—. Creyó en mí por lo que soy.
Inspiró profundamente y cerró los ojos, concentrándose en el mundo que lo rodeaba. Sentía el peso de la oscuridad, pero también el susurro de las hojas, el leve crujido de la tierra bajo sus pies. Se enfocó en esas pequeñas conexiones, permitiendo que su energía fluyera hacia afuera.
—Puedo hacerlo... lo he hecho antes. No necesito la lámpara para ser visto.
Concentró toda su voluntad en un solo pensamiento: manifestarse. Sentir el mundo físico y hacerlo sentir su presencia. Un pequeño destello surgió en su interior, una chispa que comenzó a expandirse lentamente.
Milo, que seguía olfateando el aire, se detuvo de golpe. Levantó la cabeza, olisqueando el viento, y luego giró hacia donde estaba Camuel. El perro soltó un pequeño ladrido, sus ojos clavados en el Guardián.
—¡Milo! —gritó Camuel, con una mezcla de alegría y agotamiento.
Pluma también giró en el aire, emitiendo un trino agudo mientras descendía hacia él. Por primera vez desde que perdió la lámpara, no se sentía completamente solo.
Aunque su energía aún era débil, Camuel sabía que había dado un paso importante. Camilo había confiado en él porque había visto su fuerza, y ahora era el momento de demostrar que esa confianza no había sido en vano.
—Puedo hacerlo... puedo seguir adelante —dijo, su voz cargada de determinación.
Aunque el vacío seguía presente, la chispa dentro de él era suficiente para seguir avanzando. La Hermandad tenía su lámpara, pero no podían apagar su luz.
Con Milo a su lado y Pluma sobre su hombro, Camuel se levantó y comenzó a caminar. Las sombras parecían más pesadas que nunca, pero él ya no temía enfrentarlas. Era el Guardián de la Luz, con o sin lámpara.
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Editado: 12.02.2025