La sala estaba en penumbra, iluminada solo por la tenue luz azulada de las antorchas de sombra que adornaban las paredes. Lucas estaba de pie en el centro, sus ojos fijos en el círculo de símbolos grabados en el suelo. Valel lo observaba desde un rincón, sus brazos cruzados y su expresión dura, mientras Eron caminaba alrededor del muchacho con pasos lentos.
—Controlar las sombras requiere disciplina y voluntad. No basta con quererlo; tienes que comprenderlas, sentirlas, y dirigirlas hacia tu objetivo —dijo Eron, deteniéndose frente a Lucas.
El niño asintió, su rostro serio, un contraste con la energía despreocupada que solía mostrar. Estaba decidido a aprender, no solo para hacerse más fuerte, sino para entender el mundo que lo rodeaba.
—¿Por qué es tan importante controlar las sombras? —preguntó Lucas, rompiendo el silencio.
Eron soltó una risa baja y seca.
—Porque las sombras son tanto un arma como un escudo. Pero también son la única herramienta que puede enfrentar a los espíritus malignos y a los demonios que amenazan este mundo.
Lucas frunció el ceño, intrigado.
—¿Demonios? —preguntó.
Valel intervino, su tono frío pero claro.
—No todos los fantasmas son como esos que Camuel intenta redimir. Hay espíritus llenos de odio, que no buscan paz ni redención, solo destrucción. Algunos de ellos, cuando su malicia crece demasiado, se transforman en demonios, entidades que no pueden ser guiadas ni salvadas.
Lucas se quedó en silencio, procesando esa información. Había visto fantasmas tristes, perdidos, incluso enojados, pero nunca había considerado que algunos pudieran volverse tan peligrosos.
—¿Y ustedes... los eliminan? —preguntó, mirando a Valel.
—Exacto. Es nuestro trabajo —respondió el, su voz cargada de una mezcla de orgullo y cansancio—. No esperamos a que los fantasmas cambien. Si no muestran arrepentimiento o siguen causando daño, actuamos. No podemos permitir que su oscuridad crezca.
Eron asintió, levantando una mano para formar una esfera de sombras que giraba lentamente en su palma.
—Camilo guía a los que quieren cambiar, y eso está bien. Pero no todos los fantasmas buscan redención, y alguien tiene que lidiar con ellos antes de que se conviertan en un peligro para los vivos. Ese es el trabajo de la Hermandad.
Lucas miró la esfera de sombras, fascinado por su movimiento fluido. Por primera vez, comenzó a entender que la Hermandad no era solo un grupo de villanos como había pensado. Tenían un propósito, uno que parecía tan importante como el de Camilo.
—¿Y cómo los eliminan? —preguntó, su voz más suave.
Eron dejó que la esfera de sombras desapareciera antes de responder.
—Exorcizamos sus energías y desatamos sus almas. Cuando un espíritu se convierte en demonio, no queda nada bueno en él. Es una medida final, pero necesaria.
Lucas asintió lentamente. Había algo en esas palabras que le hacía sentido, aunque también lo llenaba de inquietud.
Eron señaló una esquina de la sala, donde una figura espectral estaba atrapada dentro de un círculo de sombras. Era un espíritu oscuro, con ojos brillantes y una forma que se desdibujaba constantemente.
—Tu entrenamiento comienza ahora. Este espíritu es vengativo. Ataca a cualquiera que se acerque, y su energía está contaminada con maldad. No escucha, no cambia. Tienes que enfrentarlo.
Lucas tragó saliva, pero no retrocedió. Dio un paso hacia el espíritu, sintiendo el frío que emanaba de él. Eron lo detuvo con una mano en el hombro.
—No es solo atacar. Primero debes aprender a dominar tus sombras. Usa tu voluntad para rodearlo y contenerlo. Si no puedes controlarlo, él te controlará a ti.
Valel observaba desde las sombras, su mirada fija en el niño. Aunque seguía desconfiando de él, no podía negar que Lucas tenía algo especial. Algo que no podía ignorar.
Lucas cerró los ojos y extendió las manos. Recordó las enseñanzas de Eron: sentir las sombras, guiarlas, darles forma. Poco a poco, una energía oscura comenzó a arremolinarse alrededor de sus dedos. Se enfocó en el espíritu, visualizando cómo la energía lo rodeaba, lo atrapaba.
—Eso es, chico —murmuró Eron, su tono bajo y calmado.
El espíritu luchó, gritando con una voz que heló la sangre de Lucas, pero él no se dejó intimidar. Concentró toda su voluntad en mantener las sombras en su lugar, apretando los dientes mientras sentía la resistencia del espectro.
Finalmente, el espíritu dejó de luchar y se desvaneció en un suspiro. Lucas cayó de rodillas, exhausto, pero una sonrisa pequeña apareció en su rostro.
—Lo hice... —murmuró.
Eron asintió, satisfecho.
—Es solo el principio. Pero lo hiciste bien.
Esa noche, Lucas se sentó solo en una esquina de la sala, sus pensamientos girando en torno a lo que había aprendido. La Hermandad no era lo que había pensado al principio. No eran malvados. Eran necesarios.
—Camilo ayuda a los fantasmas que quieren cambiar, pero no puede con aquellos que solo quieren destruir... —murmuró para sí mismo.
Por primera vez, consideró que tal vez debía quedarse en la Hermandad. Tal vez ese era su lugar. Si podía aprender a controlar las sombras, podría ayudar a Camilo de una forma que nadie más podía.
Miró sus manos, sintiendo el leve residuo de energía oscura que aún vibraba en ellas.
—Puedo hacerlo. Puedo ser fuerte... para ayudar a todos —dijo, con una determinación renovada.
Y así, Lucas comenzó a aceptar que la Hermandad, “Los guardianes de la sombra” podía ser más que su nuevo hogar. Podía ser la clave para proteger tanto a los vivos como a los muertos.
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Editado: 12.02.2025