Camuel Talio

El Ancla de la Vida

Las semanas habían pasado, y el cementerio comenzaba a sentir la presencia de Camuel de una manera distinta. Su linterna de luz, creada por su propia energía, ya no parpadeaba ni desaparecía como antes. Ahora brillaba con un resplandor estable, cálido y sereno, como si hubiera encontrado un equilibrio dentro de él.

Camuel sostenía la linterna frente a sí, observándola con una mezcla de orgullo y determinación.

—Lo logré, Camilo... —murmuró, recordando a su viejo amigo—. Pero aún falta más.

A pesar de su avance, Camuel sabía que la linterna era solo una parte del camino. Sin la lámpara original, aún no podía anclarse al plano físico como antes. Era un Guardián, pero se sentía incompleto, como si algo esencial todavía le faltara.

Ro, que observaba desde su lugar habitual en un árbol cercano, bostezó con pereza.

—Bueno, muchacho, parece que no eres completamente inútil después de todo. Esa linterna que has hecho es... aceptable —comentó con su habitual tono burlón.

Camuel rodó los ojos, acostumbrado a las palabras de Ro.

—Gracias por tu apoyo, como siempre —respondió con una sonrisa leve.

—Pero necesito volver... —murmuró para sí mismo, mientras miraba sus manos traslúcidas. A pesar de todo su progreso, seguía sintiendo esa barrera entre él y el mundo de los vivos.

Ro lo observaba desde su habitual lugar en un árbol cercano, moviendo la cola con una mezcla de paciencia y curiosidad.

—Si eso es lo que quieres, muchacho, tendrás que encontrar tu propio camino. La lámpara que perdiste era solo un medio. Pero los vínculos que creaste... son tu verdaderas anclas.

Camuel se giró hacia el gato negro, su expresión seria.

—¿Los vínculos?

Ro asintió lentamente, su voz más tranquila de lo habitual.

—Piensa en ellos, Camuel. La gente que te llama por tu nombre. Los vivos que has tocado con tu luz. Esos lazos son más fuertes que cualquier lámpara.

Camuel frunció el ceño, reflexionando. Cerró los ojos y trató de recordar las palabras de Camilo.

"La lámpara es solo un medio, Camuel. Tu verdadera fuerza está en tus lazos con los demás. Esos vínculos son los que te conectan con los vivos y con tu propósito."

Camuel cerró los ojos, dejando que las palabras de Ro resonaran en su interior. Poco a poco, comenzó a recordar.

Primero vino la imagen de la casa donde vivía en la ciudad, una pequeña y modesta construcción que se sentía cálida y llena de vida. En esa casa había encontrado un refugio, un lugar donde descansar después de cada día guiando a los fantasmas y ayudando a los vivos.

Luego recordó al panadero que siempre le daba pan recién horneado cuando pasaba por su tienda, un gesto sencillo pero lleno de bondad.

—"Llévate esto, Camilo. Alguien como tú necesita fuerzas para seguir haciendo el bien."

Los recuerdos siguieron fluyendo, cada uno más vívido que el anterior. Las personas de la ciudad que le habían dado sus sonrisas y palabras de respeto, llamándolo con cariño: "Camilo, el Pacificador".

—"Gracias, Camilo. Eres una bendición para este lugar."

Camuel también recordó a los niños que jugaban a su alrededor cuando se ofrecía a cuidarlos en las tardes. Su risa era contagiosa, y sus pequeños juegos le daban un respiro de la seriedad de su trabajo.

—"¡Camilo, mira cómo corro!" —gritaba una niña, mientras él reía y fingía perseguirla.

Finalmente, recordó a cada persona a la que había ayudado, ya fuera guiando a un fantasma perdido o resolviendo conflictos entre los vivos. Recordó las palabras de agradecimiento, las lágrimas de alivio, los abrazos sinceros.

Todo eso, todo lo que había vivido, formaba parte de él.

—Esos lazos... nadie puede quitármelos —murmuró, mientras una cálida sensación comenzaba a crecer en su interior.

Camuel se arrodilló, colocando la linterna de luz frente a él. Cerró los ojos y dejó que todos esos recuerdos lo inundaran. Cada vínculo, cada sonrisa, cada palabra que le habían dado, era una chispa que avivaba la luz dentro de él.

La calidez que sentía comenzó a extenderse, recorriendo todo su cuerpo. De repente, el suelo bajo sus rodillas se sintió más sólido, y el aire que respiraba era más pesado, más real.

Abrió los ojos lentamente, y lo que vio lo llenó de emoción. Sus manos ya no eran etéreas. Eran sólidas, humanas. Tocó su pecho, sintiendo el latido de un corazón que hacía mucho tiempo había perdido.

Se puso de pie, sintiendo el peso de su cuerpo nuevamente. Era extraño, pero reconfortante.

Milo apareció corriendo desde la distancia, ladrando con entusiasmo al verlo. Pluma descendió del cielo, revoloteando sobre su hombro y emitiendo un trino alegre. Ambos espíritus parecían reconocer que algo había cambiado.

Camuel levantó su linterna de luz, que brillaba con más intensidad que nunca. La sostuvo frente a él, dejando que su resplandor iluminara el cementerio.

Desde una lápida cercana, Ro lo observaba con una sonrisa satisfecha.

—Bueno, muchacho. Parece que lo lograste. Ahora estás de vuelta en el juego. Pero no olvides: si puedes volver, también puedes ser derribado. No dejes que lo que has construido se derrumbe.

Camuel asintió, mirando al horizonte con determinación.

—No lo olvidaré. Mi fuerza no está en la lámpara ni en la luz... está en los lazos que he creado.

Con su cuerpo restaurado y su luz más fuerte que nunca, Camuel sabía que estaba listo para lo que viniera. Esta vez, nada lo haría retroceder.




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