El sol brillaba con suavidad sobre el pueblo mientras Camuel caminaba por sus calles adoquinadas, sintiendo cada paso firme bajo sus pies. Ya no había una barrera entre él y el mundo de los vivos. Había vuelto por completo.
Las personas que pasaban a su lado le sonreían con la calidez de siempre.
—¡Eh, Camilo! —gritó un hombre desde su puesto en el mercado—. ¿Dónde has estado? Toma, llévate un poco de estas verduras, están frescas.
Camuel se detuvo, mirando la bolsa que el hombre extendía hacia él. Dudó por un momento. Había pasado tanto tiempo sin poder tocar nada en el mundo físico que la idea de recibir algo con sus propias manos se sentía extraña... pero entonces la tomó. Y pudo sentirla.
El peso de las verduras, la textura de la tela de la bolsa... todo era real.
—Muchas gracias, las disfrutaré —dijo con una sonrisa genuina.
Siguió caminando por el mercado, sintiendo los aromas de pan recién horneado y especias en el aire. Más personas lo llamaban por su nombre, algunas le daban pequeños regalos: pan, frutas, incluso una bufanda tejida a mano que una anciana le colocó con cariño.
—Hace frío por las noches, Camilo, no te resfríes —le dijo con una sonrisa tierna.
Camuel tocó la bufanda y asintió.
—Gracias, señora Ada.
Por primera vez en semanas, sintió que realmente estaba en casa. Ya no era solo un guardián. Era parte de este pueblo, de esta gente.
Cuando el sol comenzó a ocultarse, tomó el camino que llevaba fuera de la ciudad, avanzando entre los árboles hasta llegar a un pequeño claro. Su hogar.
Era una casita modesta, hecha de madera, con una chimenea de piedra que no había usado en mucho tiempo. La rodeaban flores silvestres y un pequeño riachuelo pasaba cerca, reflejando la luz del atardecer.
Camuel dejó las bolsas de comida en la mesa y suspiró con satisfacción. Estaba a punto de encender la chimenea cuando sintió unos ojos observándolo.
—Mmm... bonito regreso —dijo una voz desde la ventana abierta.
Camuel giró la cabeza y vio a Ro, acostado sobre el alféizar, su cola moviéndose con tranquilidad.
—Siempre entras sin avisar —dijo Camuel, cruzándose de brazos con una sonrisa cansada.
—Siempre dejo señales, eres tú quien no presta atención —respondió Ro con una risa baja. Luego, con un movimiento elegante, saltó al interior de la casa y dejó caer un sobre sobre la mesa.
Camuel lo miró con curiosidad.
—¿Qué es esto?
—Una carta de tu niño problemático —respondió el gato, sentándose en la mesa mientras observaba la reacción de Camuel.
El Guardián sintió un leve escalofrío al escuchar eso. Lucas.
Camuel deslizó los dedos sobre el papel antes de abrirlo. Su corazón latía con fuerza. Lucas le había escrito.
Desdobló la carta con cuidado y comenzó a leer:
"Camilo (porque para mí siempre serás Camilo, no Camuel):
¿Te sorprende recibir esto? Supongo que sí. Pero más te sorprenderá lo que tengo que decirte.
Me he unido a la Hermandad de las Sombras. No, no es un error, ni un engaño. Soy un villano ahora. Soy parte de ellos, y estoy aprendiendo a controlar las sombras mejor que nunca. Me han enseñado muchas cosas, cosas que tú no puedes enseñarme.
Ellos creen en algo que no es tan malo como pensábamos. Eliminan a los espíritus malignos, los que no pueden redimirse. Hacen el trabajo que tú no puedes hacer. Y yo... yo creo que puedo hacer lo que tú no harás.
Por eso, dentro de tres días, te desafiaré.
Nos veremos en el cementerio, justo donde todo comenzó. Tú, el Guardián de la Luz. Yo, el Guardián de las Sombras.
No quiero que te lo tomes personal, pero esto es algo que tengo que hacer. Si puedes vencerme, significará que aún hay algo en la luz que valga la pena. Pero si yo gano... significará que la luz está incompleta sin la oscuridad.
Prepárate, Camilo. Porque no voy a contenerme.
Atentamente,
Lucas, el Guardián de las Sombras."
Camuel bajó lentamente la carta, sintiendo cómo cada palabra pesaba en su pecho.
—Lucas... ¿qué estás haciendo? —susurró, apretando los puños.
Ro, que había estado observando en silencio, se estiró sobre la mesa y habló con su tono habitual de burla.
—Parece que tu niño ha crecido... y ahora quiere patearte el trasero.
Camuel lo miró con seriedad.
—Esto no es un juego, Ro. Lucas está convencido de que la Hermandad tiene la razón. Y ahora quiere probarlo peleando conmigo.
El gato negro suspiró y se acomodó en su sitio.
—¿Y qué vas a hacer?
Camuel miró la carta una vez más. Tres días. Tres días para decidir cómo enfrentarse a su mejor amigo.
—Voy a traerlo de vuelta. Cueste lo que cueste.
Ro soltó una risa baja.
—Entonces, más te vale estar listo, Guardián de la Luz. Porque el niño de las sombras no vendrá a jugar.
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Editado: 12.02.2025