Lucas se movía con precisión entre las sombras, su cuerpo ligero como el viento. La energía oscura fluía a su alrededor, respondiendo a su voluntad. Era fuerte. Era rápido. Era imparable.
Eron y Valel lo observaban desde la distancia.
—Cada día mejora más —murmuró Eron con satisfacción.
—Sí... pero esa luz dentro de él aún no desaparece —respondió Valel, su mirada afilada.
Lucas aterrizó en el suelo tras un salto ágil, su capa ondeando con el movimiento. Se enderezó de inmediato y puso las manos en su cintura, adoptando su pose heroica.
—¡Jajajaja! ¡Otro entrenamiento completado! ¡Lucas, el Guardián de las Sombras, ¡ha triunfado de nuevo! —exclamó con orgullo.
Eron rió con diversión, mientras Valel solo suspiró.
—Descansa, niño. Mañana aprenderás a usar las sombras para atrapar a un espíritu de verdad —dijo ella, dándose la vuelta para marcharse.
Lucas asintió con entusiasmo, pero en cuanto ambos desaparecieron, su sonrisa se desvaneció. Estaba agotado.
Regresó a casa antes del amanecer, moviéndose entre las sombras como un fantasma. Subió con facilidad por la pared de su casa y entró por la ventana de su habitación del segundo piso.
Antes de hacer cualquier otra cosa, miró alrededor con cautela.
—Ro... ¿estás aquí? —susurró, inspeccionando cada rincón.
El gato no estaba.
Lucas soltó un suspiro de alivio y cerró la puerta con llave. Luego se deslizó hacia su armario y entró, sentándose en el suelo con las rodillas contra el pecho.
Fue ahí cuando las lágrimas comenzaron a caer.
Temblaba, abrazándose con fuerza a sí mismo, tratando de contener los sollozos para que nadie lo escuchara. Tenía 12 años. Era solo un niño.
Un niño que había metido su vida en un mundo demasiado grande, demasiado oscuro, demasiado peligroso.
Quería correr al cementerio y jugar con Camilo. Quería correr con Milo y hacer que Pluma le revoloteara en la cabeza. Quería reír sin preocuparse de quién lo estaba observando.
Pero no podía.
Él era el Guardián de las Sombras.
Y los héroes no lloran.
Se secó las lágrimas con sus mangas y respiró hondo.
—Lucas... hay que ser fuerte —susurró para sí mismo, endureciendo su mirada—. Por Camilo.
Se puso de pie con energía renovada y salió del armario. Se dejó caer en la cama y miró el techo, respirando con fuerza.
—Estoy haciendo mi propio equipo... Espero que Camilo se una.
Un nudo se formó en su garganta, pero lo ignoró.
Lo extrañaba demasiado.
Cerró los ojos y se obligó a dormir. Solo tres días más.
Y entonces, todo cambiaría.
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Editado: 12.02.2025