Camuel Talio

El Día de los Preparativos y la noche de la batalla

Lucas no pegó ojo en toda la noche. Con sus dedos ágiles, trabajaba sobre su capa, cortando, cosiendo y ajustando cada detalle con precisión. Su madre, sentada a su lado, observaba con una mezcla de preocupación y orgullo.

—Lucas, tienes que tener cuidado cuando se queme —dijo, viendo la tela con desconfianza—. Sé que eres grande ya, pero no me gusta que juegues con fuego.

Lucas sonrió, sus ojos brillando con una convicción absoluta.

—No te preocupes, mamá. Estará Camilo. Él me ayudará si pasa algo malo... yo sé que sí.

Su madre no respondió de inmediato, solo lo miró en silencio mientras cosía una última costura en la capa. Sabía que no podía detenerlo.

Mientras Lucas se preparaba en su hogar, la Hermandad se reunía en las sombras.

Cientos de integrantes habían sido llamados desde toda la región. La orden era clara: Lucas debía ganar. Y si no lo hacía, ellos mismos se encargarían de someter a Camuel.

Eron y Valel observaban el vasto grupo de seguidores que habían convocado.

—Con este número, no importa lo fuerte que sea el Guardián de la Luz —dijo Eron con una sonrisa confiada.

Valel, sin embargo, no compartía su entusiasmo. Miró a la multitud, luego a Eron.

—Lucas no nos dejará intervenir fácilmente. Lo viste anoche. Ya no es un simple niño.

Eron soltó una risa baja.

—Entonces nos aseguraremos de que no tenga elección.

Las sombras a su alrededor parecieron temblar con anticipación.

A kilómetros de distancia, Camuel estaba sentado en su jardín, observando el cielo azul. Las nubes pasaban perezosamente sobre él, pintando figuras que cambiaban con el viento.

Milo descansaba a su lado, disfrutando de la tranquilidad, mientras Pluma jugueteaba con su cabello.

Camuel suspiró, levantando una mano para que la linterna de luz flotara sobre su palma.

—Hoy es la noche. Ya estoy decidido.

El destino estaba escrito.

El duelo estaba cerca.

Los rumores del enfrentamiento se habían extendido entre los vivos y los muertos. Aquellos que conocían la existencia de la luz y las sombras observaban desde lejos, preguntándose cuál de los dos Guardianes saldría victorioso.

Algunos esperaban con miedo. Otros, con emoción.

Y luego estaba Ro.

Desde una rama alta, el gato negro bostezó, estirando sus patas con pereza.

—Todo esto es un espectáculo... —murmuró con una sonrisa—. Pero ya me imagino cómo va a terminar.

Sus ojos verdes brillaron con malicia.

La batalla aún no había comenzado, pero las piezas ya estaban en su lugar.

Lucas avanzaba entre los árboles, su capa ondeando detrás de él mientras las sombras lo envolvían en su paso.

Solo faltaba un poco más para llegar al cementerio.

Pero entonces, sin previo aviso, una presencia familiar se hizo notar.

—Niño, estás haciendo demasiado ruido para alguien que pretende moverse en las sombras.

Lucas frenó en seco.

—Sabía que aparecerías —dijo con una media sonrisa, sin siquiera girarse.

Desde una rama baja, Ro lo observaba con su característica expresión despreocupada. Sus ojos verdes brillaban en la oscuridad, reflejando algo más que simple curiosidad.

—Claro que aparecí. Sabía que vendrías por aquí —dijo Ro, saltando con elegancia hasta aterrizar frente a Lucas. Se sentó y movió la cola con calma—. Además, quería verte antes del espectáculo.

Lucas rodó los ojos.

—Si viniste a decirme que no lo haga, no voy a escucharte.

Ro dejó escapar un resoplido divertido.

—¿Y quién dijo que quiero detenerte? —ladeó la cabeza, su sonrisa astuta agrandándose—. Fui yo quien te enseñó a controlar la luz sin que la Hermandad lo supiera.

Lucas entrecerró los ojos.

—¿Entonces confías en mí?

—Por supuesto que confío en ti, niño —respondió Ro sin dudarlo—. Pero la confianza no significa que no deba advertirte.

Lucas cruzó los brazos, esperando.

Ro entrecerró los ojos con intensidad.

—Eron y Valel creen que te tienen bajo su control. Creen que eres su arma contra Camuel, pero si fallas... si dudas un solo segundo, no dudarán en intervenir.

Lucas bajó la mirada. Ya lo sabía, pero escucharlo de Ro lo hacía sentir más real.

—Voy a ganar —dijo con firmeza.

Ro sonrió con malicia.

—Lo sé. Pero cuando ganes... ¿seguirás siendo Lucas, o serás la sombra que ellos quieren que seas?

El silencio entre ambos se extendió por un momento.

Lucas respiró hondo y levantó la mirada, una chispa de determinación en sus ojos.

—Seguiré siendo yo.

Ro lo observó en silencio, como si analizara cada palabra. Finalmente, su sonrisa se suavizó.

—Bien. Entonces, ve y haz lo que tienes que hacer. Pero recuerda, niño... si en algún momento sientes que te estás perdiendo, escucha tu propia luz.

Lucas sonrió levemente.

—Lo haré.

Ro comenzó a alejarse, pero antes de desaparecer entre las sombras, lanzó una última advertencia sin voltear la cabeza.

—Ah, y dile a Camuel que no se tarde en devolverme el favor cuando todo esto termine.

Lucas rió por lo bajo y se ajustó la capa.

Era hora de enfrentarse a su destino.

Y con un último salto, desapareció en la noche, dirigiéndose al cementerio.

El cielo se oscurecía poco a poco, y las primeras estrellas comenzaban a brillar tímidamente sobre el claro donde Camuel vivía.

El Guardián de la Luz se levantó con calma, estirando los brazos mientras sentía la brisa nocturna acariciar su rostro. Había llegado el momento.

Extendió una mano y, con un destello dorado, invocó su linterna de luz. La energía brilló con fuerza, envolviendo su palma con un resplandor cálido y sereno.

—Es hora... vamos, Milo, Pluma —dijo con voz firme.

El perro espiritual se puso de pie de inmediato, moviendo la cola con energía. Pluma descendió en un vuelo elegante, posándose en su hombro con un leve trino.

Camuel dio unos pasos hacia el bosque, pero antes de cruzar la línea de árboles, se detuvo.




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