El cementerio antiguo se extendía en un silencio pesado. Era un lugar donde el tiempo se había olvidado de las tumbas, donde las lápidas sin nombre estaban cubiertas de musgo y las historias de los muertos se habían perdido en la memoria del mundo.
Camuel avanzó lentamente entre las lápidas, su mirada recorriendo la vasta extensión bajo la luz de la luna.
Suspiró, alzando la vista al cielo.
—¿En serio quieres luchar contra mí, Lucas?
El aire se estremeció. A unos metros de distancia, un pequeño remolino de sombras apareció, girando con fuerza hasta que, de entre ellas, emergió Lucas.
Su capa oscura cubría su rostro, y en su mano sostenía la lámpara que había robado.
Pero ahora era diferente.
La Hermandad finalmente se la había entregado para este enfrentamiento, y dentro de ella brillaba una llama oscura y densa, poderosa y latente, vibrando como si tuviera vida propia.
—¡Camilo! —exclamó Lucas con fuerza—. No creo que tenga que repetirlo.
Camuel observó la lámpara con calma y luego sonrió.
—Eres asombroso, Lucas. Realmente tienes un don.
Lucas abrió los ojos con sorpresa. No esperaba esas palabras. Sintió una punzada en el pecho y, por reflejo, jaló aún más su capucha para que Camuel no pudiera ver su rostro, donde una sonrisa involuntaria había aparecido.
Pero no podía dudar.
Sin aviso, Lucas levantó la lámpara oscura y lanzó una llamarada de energía sombría, tan intensa que devoró incluso las sombras a su alrededor.
Un torrente de oscuridad imparable.
Camuel no se movió. No alzó la linterna.
No hizo nada.
Simplemente se dejó envolver por la energía oscura.
Lucas se quedó inmóvil, su corazón latiendo con fuerza. Su garganta se secó.
—¿Ya... ya gané? —murmuró, su voz apenas un susurro.
Pero entonces...
La esfera de energía oscura comenzó a fracturarse.
Un destello dorado brilló desde dentro. Luego otro.
Y en un instante, la oscuridad se quebró en mil fragmentos de luz radiante.
Camuel emergió de la llamarada oscura sin un rasguño.
No tenía su linterna. No la necesitaba.
Su cuerpo resplandecía con una intensidad cegadora, como si él mismo fuera la fuente de la luz.
Camuel sonrió con serenidad.
—Lucas... sé que eres poderoso. Pero dime algo...
Sus ojos brillaron con un destello dorado.
—¿No me estás subestimando?
Desde lo alto de una colina, ocultos entre la penumbra del cementerio, Eron y Valel observaban el enfrentamiento.
Lucas no dudaba. Cada movimiento suyo era preciso, cada ataque lanzado con determinación.
Las sombras lo envolvían con naturalidad, fluyendo como una extensión de su propio ser. Su dominio era impresionante.
Pero lo que más llamaba la atención de los líderes de la Hermandad era su expresión.
Lucas estaba... divirtiéndose.
—Mira su rostro —murmuró Valel, con los ojos entrecerrados.
Eron también lo notó.
Lucas peleaba con todo su poder, sin contención, sin miedo… pero con una sonrisa en el rostro.
No era la sonrisa cruel de alguien que disfruta la victoria sobre su enemigo. No era la sonrisa fría de quien lucha por ambición.
Era la sonrisa de un niño jugando con su mejor amigo.
Valel frunció el ceño.
—No está tomándolo en serio.
Eron se cruzó de brazos, observando con más detalle.
Camuel tampoco estaba peleando con todo su poder.
Ni siquiera usaba sus manos.
Se movía con tranquilidad, esquivando cada ataque con la misma facilidad con la que una hoja es arrastrada por el viento. No estaba huyendo, ni defendiéndose con desesperación.
Estaba bailando.
Y él también… sonreía.
Eron soltó una risa baja.
—No, Valel. Sí lo está tomando en serio. Solo que para él, esto no es una pelea.
Los ojos de Valel brillaron con sospecha.
—¿Qué estás diciendo?
Eron inclinó la cabeza, con una sonrisa astuta.
—Lucas piensa que este es un duelo. Pero para Camuel, esto es una conversación.
Valel no respondió de inmediato. Solo apretó los labios, observando la luz y las sombras chocar en el aire.
Algo no estaba saliendo como lo habían planeado.
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Editado: 12.02.2025