Camuel Talio

La Ro Observa

—Niño, no tienes la autoridad para crear un nuevo tipo de Guardián.

Valel rió con desprecio, alzando su mano para atacar.

Pero no pudo.

Antes de que pudiera lanzar su ataque, Eron sujetó su brazo con fuerza.

—¿Qué…? —Valel giró la cabeza, desconcertado, pero entonces lo sintió.

Una presencia abrumadora.

Un frío helado recorrió su cuerpo.

No era una simple energía.

No era luz. No era sombra.

Era algo más antiguo. Más poderoso.

Valel miró a su alrededor con el ceño fruncido.

Algo estaba aquí.

Y entonces, una voz familiar rompió el silencio.

—Oh, esto se está poniendo interesante.

Las sombras a su alrededor temblaron.

Desde la rama de un árbol cercano, Ro los miraba con su característica sonrisa perezosa.

Pero algo en él era diferente.

Su presencia era aterradora.

No como la de un ser oscuro. No como la de un Guardián de las Sombras.

Era algo más grande. Algo absoluto.

Lucas tragó saliva.

Camuel, aún débil, sintió un escalofrío en la espalda.

Eron y Valel… no se movieron.

—Tanto drama —continuó Ro, bajando del árbol con una gracia inquietante—. Guardianes de la Luz, Guardianes de las Sombras… y ahora este niño quiere hacer su propia versión.

Sus ojos verdes brillaban con un fulgor imposible.

—¿Pero sabes, Lucas? —Ro inclinó la cabeza con burla—. No necesitas autoridad para hacerlo.

El suelo bajo ellos pareció estremecerse.

Eron se mantuvo quieto.

Él ya sabía quién estaba frente a ellos, la Muerte misma había decidido involucrarse.

El aire se volvió pesado, las sombras dejaron de moverse.

La luna pareció brillar con un fulgor frío e implacable, como si el mundo mismo contuviera el aliento ante la presencia de Ro.

Eron y Valel, Guardianes de la Oscuridad, líderes de la Hermandad… retrocedieron.

No importaba cuán fuertes fueran. Sabían exactamente lo que estaban enfrentando.

Y sabían que no podían ganar.

Lucas, en cambio, se llenó de emoción.

—¡Wao! ¡Ro, eres el jefe! —exclamó, levantando las manos como si acabara de presenciar el espectáculo más increíble de su vida.

Ro rió, divertido.

—Se podría decir.

Se estiró con pereza y se sentó sobre el regazo de Camuel, sin importarle que el Guardián apenas pudiera respirar por la presión de su energía.

—Ahora, niño… —sus ojos verdes brillaron con intensidad inhumana—. ¿Qué clase de Guardián vas a ser?

Lucas parpadeó.

Recordó las palabras de su madre.

Recordó cada noche de entrenamiento.

Recordó el peso en su pecho, la duda en su corazón… y el sueño que había construido en su mente.

Su sonrisa se ensanchó.

—Soy el Guardián del Equilibrio.

Ro inclinó la cabeza con interés.

Lucas respiró hondo y con voz firme, proclamó:

—No permitiré que ninguno de ustedes complique el camino de las almas.

Se enderezó con orgullo, su silueta iluminada por la tenue luz de la luna.

—Los buenos y los deseosos de la luz irán a la luz… y los malos y los demonios permanecerán en las sombras.

Hizo su pose heroica.

Porque Lucas siempre hacía su pose heroica.

Camuel lo observó, sin palabras.

Eron y Valel no dijeron nada.

Ro, en cambio, dejó escapar un ronroneo satisfecho.

—Perfecto.

Saltó del regazo de Camuel con la elegancia de un depredador y se posó sobre una lápida.

Alzó la mirada, con su expresión ahora oscura e imponente.

—Ya lo escucharon… Él protegerá el equilibrio.

Su cola se movió con un ligero chasquido.

El aire se tensó aún más.

Y luego, con voz baja, serena y peligrosa, Ro pronunció las palabras que sellaron el destino de todos los presentes.

—Y yo… los dejaré vivir.

El silencio fue absoluto, la presión en el aire se volvió sofocante, Lucas sintió un escalofrío recorrerle la espalda de pura emoción, Camuel apenas logró respirar, Incluso Milo y Pluma se estremecieron.

Porque cuando la Muerte habla, incluso el mundo se detiene a escuchar.

—Hagan su trabajo en paz…

El aura de Ro se expandió, pesando como el filo de una guadaña sobre la Hermandad.

—Y nadie saldrá herido.




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