El silencio en el cementerio era absoluto.
Eron y Valel no dijeron nada.
No pudieron.
La presión que emanaba de Ro era asfixiante, un poder imposible de ignorar. No era solo un ser fuerte.
Era una entidad que trascendía la luz y la sombra.
Lucas, aún con su pose heroica, sintió el peso de sus palabras. El Guardián del Equilibrio.
Su propio título lo llenaba de emoción, pero también de responsabilidad.
Ro, aún sobre la lápida, entrecerró los ojos y estiró su cuerpo con pereza.
—Bueno… ya lo escucharon. El niño ha hablado.
Eron tragó saliva, intentando recuperar su compostura.
—Esto… esto no es algo que puedas decidir tú solo, Lucas. El Equilibrio es…
Ro inclinó la cabeza, mirándolo fijamente.
Eron sintió que su corazón se detenía por un segundo.
El Equilibrio no estaba en discusión.
Valel, a pesar de su orgullo, dio un paso atrás.
Sabía que si desafiaban a Ro ninguno saldría vivo.
La Hermandad no había sido creada para desafiar a la Muerte.
Y ahora, estaban cara a cara con ella.
Camuel, aún con el cuerpo adolorido, sonrió con orgullo al ver a Lucas de pie, había crecido, había encontrado su propio camino.
Ro bostezó y volvió a lamerse una pata con indiferencia.
—Bueno, ya está decidido. Así que… ¿qué van a hacer?
Su mirada felina se deslizó sobre cada miembro de la Hermandad.
Y la pregunta flotó en el aire.
¿Qué harían ahora?
Eron cerró los ojos por un momento, como si estuviera conteniendo su furia.
Luego, con una respiración profunda, relajó los hombros y esbozó una sonrisa forzada.
—Muy bien… —dijo en voz baja—. Ganaron esta vez.
Valel lo miró con sorpresa.
—¿Vamos a irnos así de fácil?
Eron la miró de reojo.
—No hay nada fácil en esto.
Valel apretó los dientes, pero no respondió. Sabía que no podían hacer nada contra Ro. No todavía.
Eron miró una última vez a Lucas, a Camuel, y finalmente a Ro.
—Esto no ha terminado —advirtió con voz firme—. La Hermandad no olvidará esto.
Dicho eso, giró sobre sus talones y comenzó a caminar hacia las sombras.
Uno a uno, los miembros de la Hermandad comenzaron a seguirlo. Pero no todos.
Algunos de los miembros de la Hermandad se quedaron en su lugar, inmóviles.
Sus miradas estaban fijas en Lucas.
Él había demostrado algo imposible.
Él había dominado la luz y la sombra juntas.
Uno de ellos, un hombre encapuchado, dio un paso adelante.
—…Lucas.
Lucas se giró para mirarlo, con una ceja levantada.
—si?
El hombre dudó. Luego, con voz baja, preguntó:
—¿Es verdad? ¿Pueden coexistir?
Lucas sonrió con confianza.
—¿Acaso no lo acabo de demostrar?
El silencio se hizo pesado.
Algunos de los miembros restantes intercambiaron miradas. Algunos bajaron la cabeza, confundidos.
Uno de ellos murmuró:
—Luz y sombra… juntas.
Y en ese momento, Lucas supo que no todos los de la Hermandad estaban perdidos.
El cementerio quedó en calma.
Lucas dejó escapar un suspiro y miró a Camuel.
Ambos estaban agotados.
—Vamos a casa —dijo Camuel con una sonrisa cansada.
Lucas asintió alegre, nuevamente podía estar junto a su amigo Camilo.
Milo se acercó a Camuel, apoyando su cabeza en su pierna. Pluma voló en círculos sobre ellos, dejando caer un par de plumas blancas.
Lucas miró a Ro, que los observaba desde una lápida.
—¿Y tú jefe? ¿Vienes o qué?
Ro bostezó, estirando su cuerpo.
—Supongo que sí. Alguien tiene que asegurarse de que no hagan más estupideces.
Camuel rió.
Juntos, Camuel, Lucas y Ro comenzaron a caminar de regreso a casa.
La batalla había terminado.
Pero el verdadero cambio apenas comenzaba.
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Editado: 07.04.2025