Habían pasado unos días desde la conversación con Lucas.
Camuel no quería admitirlo, pero las palabras de su amigo habían quedado atrapadas en su mente como un eco persistente. ¿Tenía miedo? Tal vez. Pero ahora no tenía tiempo para pensar en eso. El sol comenzaba a ocultarse, y como siempre, hacía su recorrido por el cementerio. Milo trotaba a su lado con tranquilidad. Todo parecía normal.
Hasta que…
La vio.
Sentada en la misma banca donde la había visto la primera vez: Elena. Camuel se quedó paralizado. Su linterna parpadeó levemente en su mano. No. No otra vez. Pero su cuerpo no respondía. Elena estaba hablando con Diego, igual que la última vez. Sonreía, riendo con suavidad. Y entonces... ella levantó la vista.
Sus ojos ámbar se encontraron con los de Camuel. Y Camuel olvidó cómo funcionar. Elena le sonrió con naturalidad y levantó la mano para saludarlo.
—¡Señor Guardián!
Camuel sintió el mismo vuelco en su pecho. Y su linterna… desapareció de golpe. Diego miró la escena y apenas logró contener la risa.
Camuel no sabía qué hacer. ¿Huir otra vez? ¿Decir algo? ¿Por qué su corazón fantasmagórico latía tan rápido?!
Elena lo miró con curiosidad.
—¿Se encuentra bien?
Camuel parpadeó. Abrió la boca. Intentó decir algo. Y lo único que salió fue:
—Ah.
Elena inclinó la cabeza, confundida. Diego estalló en carcajadas.
Camuel giró la cabeza hacia otro lado, tratando de recuperar la compostura. No dijo nada. No hizo nada. Simplemente dio media vuelta y se fue.
Elena parpadeó, algo desconcertada.
—¿Dije algo malo?
Diego seguía riendo demasiado fuerte como para responder.
Camuel caminó a paso rápido, intentando alejarse lo más posible del cementerio. Su corazón aún latía con fuerza. ¿Por qué le pasaba esto? No lo entendía. No podía entenderlo. Y no quería intentarlo.
Pero entonces, una voz familiar rompió su intento de calma.
—Bueno, bueno… esto sí que es interesante.
Camuel se detuvo en seco. Miró hacia un lado. En la rama de un árbol, Ro lo observaba con sus intensos ojos verdes, moviendo la cola con diversión.
Camuel cerró los ojos con resignación.
—No quiero escucharte.
—Ah, pero yo sí quiero hablar —respondió Ro antes de saltar de la rama y caer con gracia frente a él—. Así que… el gran Guardián de la Luz, el Pacificador, el ser que nunca se altera… huyó como un niño asustado.
Camuel se frotó el puente de la nariz.
—Ro…
—¿Acaso la chica te va a exorcizar? ¿Te va a atrapar en un frasco de vidrio?
Camuel lo ignoró y siguió caminando. Pero Ro se subió a su hombro, acomodándose cómodamente.
—Oye, oye… no me ignores, esto me interesa.
Camuel suspiró pesadamente.
—No es de tu incumbencia.
—¡Ja!, claro que lo es —replicó Ro mientras se lamía la pata—. Porque me estoy divirtiendo.
Camuel lo agarró con cuidado y lo bajó al suelo.
—Adiós, Ro.
Y sin más, siguió caminando.
Ro se quedó quieto, observándolo con una expresión burlona.
—Hmmm… “No quiero escucharte”, “No es de tu incumbencia” … ¡Ja! ¡Ni siquiera puedes negarlo!
Camuel se apresuró a entrar en la casa y cerró la puerta tras él. Ro permaneció afuera, sentado con la cola moviéndose lentamente.
—no me he divertido así en siglos.
Con una sonrisa felina, desapareció en las sombras.
Camuel cerró la puerta con fuerza y se apoyó contra ella, soltando un largo suspiro. ¿Por qué todos se estaban burlando de él? Primero Lucas. Ahora Ro. Incluso Diego se había reído.
Camuel frunció el ceño, frustrado. No había hecho nada malo. Solo… quería estar en paz. Quería que esa sensación molesta en su pecho desapareciera. Que su linterna dejara de desaparecer cuando la miraba. Que su corazón dejara de latir con esa intensidad absurda. ¡Era incómodo!
No lo entendía. Y lo peor de todo… no sabía cómo detenerlo.
Se dejó caer lentamente hasta quedar sentado en el suelo, apoyando la cabeza en sus manos. Respiró hondo. Trató de calmarse. Pero en su mente… seguía viendo esos ojos ámbar. Esa sonrisa dulce. Y la manera en que su nombre había sonado en su voz.
—Tsk…
Camuel se cubrió el rostro con ambas manos.
"Que esto termine rápido."
"Que esto desaparezca."
Pero en el fondo… sabía que no iba a desaparecer.
Pasaron algunos días. Camuel evitó el cementerio más de lo habitual. No porque tuviera miedo. No. Era solo… precaución. Sí, precaución.
Pero al final, su deber lo llamó de vuelta. Y fue entonces cuando todo se salió de control.
Camuel caminaba con calma entre las lápidas cuando una conversación a lo lejos llamó su atención. Una voz que conocía demasiado bien.
—¡Oh, así que tú eres Elena!
Camuel se detuvo de golpe. Giró la cabeza lentamente hacia la dirección del sonido. Y allí estaban. Lucas y Elena. Hablando. Como si nada.
Lucas estaba apoyado en una lápida, con una gran sonrisa de satisfacción. Elena, con su aire tranquilo, le devolvía la mirada con curiosidad. Diego flotaba a un lado, claramente divirtiéndose con la escena.
Camuel sintió un ligero mareo.
—¿Así que eres el famoso amigo del Guardián? —preguntó Elena con una sonrisa amable.
Lucas se cruzó de brazos, fingiendo humildad.
—Bueno, bueno… "famoso", no sé si tanto, pero sí, soy su mejor amigo, su compañero de batallas, su fiel apoyo en la vida, su maestro en asuntos del corazón…
Camuel se llevó una mano a la cara. No. No. No.
Elena rió suavemente.
—Diego me ha hablado mucho de ti.
Lucas alzó una ceja con interés.
—¿Ah, sí? ¿Y qué te ha dicho?
Elena sonrió.
—Que eres un poco… ¿cómo decirlo?
—¿Genial? ¿Asombroso? ¿Un prodigio?
Elena soltó una risa.
—Molesto.
Lucas puso una mano en su pecho, fingiendo estar herido.
—¡¿Molesto?! ¡Camilo, defiéndeme!
Camuel no se movió. No quería estar allí. No quería que eso estuviera pasando. Pero ya era demasiado tarde. Porque Lucas lo vio. Y su sonrisa se amplió con pura malicia.
—¡Oh, mira quién llegó!
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Editado: 07.04.2025