Camuel Talio: La Luz Que Siente

Lecciones de Citas con Lucas

Camuel lo miraba con desconfianza, como si Lucas hubiese dicho el mayor disparate del universo.

—Lucas… explícame exactamente qué significa "cita".

Lucas puso una mano en el pecho, dramatizando su indignación.

—¿¡Me estás diciendo que el gran Guardián de la Luz jamás ha tenido una cita!?

Camuel entrecerró los ojos.

—Lucas.

El otro se dejó caer junto a él, apoyando los codos en las rodillas y con una sonrisa divertida.

—Está bien, está bien. Te lo explico.

Camuel escuchó con atención, como si se tratara de un conjuro prohibido.

—Una cita es cuando dos personas que se gustan deciden pasar tiempo juntos. Ya sea para conocerse mejor o... porque disfrutan de la compañía del otro.

Camuel frunció el ceño.

—¿Pero cómo sabes que te gusta alguien?

Lucas se inclinó hacia él, con la mirada astuta de quien conoce un secreto universal.

—¿Recuerdas cuando viste a Elena por primera vez y... te congelaste?

Camuel desvió la mirada.

—¿Y cuando se te cayó la linterna de las manos?

Camuel suspiró, resignado.

Lucas le dio una palmada en la espalda, encantado.

—Sí, amigo. Estás perdido.

Camuel cerró los ojos, intentando procesar toda aquella información absurda.

—Entonces… si Elena y yo caminamos juntos, ¿eso sería una cita?

—Depende. Si solo caminan, puede ser una salida. Pero si hay risas, miradas largas, silencios incómodos... y coqueteo…

Lucas movió las cejas con picardía.

—Entonces, sí. Es una cita.

Camuel lo miró, más confundido aún.

—¿Y tú has tenido citas?

Lucas asintió con su aire confiado habitual.

—Por supuesto.

Pero luego su expresión cambió. Miró al cielo, más melancólico de lo usual.

—Aunque… nunca me importaron tanto.

—¿Por qué?

—No lo sé. Creo que vivir entre fantasmas y sombras me cambió. Cada vez que salía con alguien, sentía que debía dejar todo lo que soy para encajar… y simplemente no pude.

Camuel lo observó en silencio. Lucas encogió los hombros.

—Pero eso soy yo. Tú eres diferente.

Le sonrió, cómplice.

—Así que dime… ¿cómo te sientes cuando estás con Elena?

Camuel abrió la boca para responder…

Pero nada salió.

Lucas rió y le dio un codazo amistoso.

—Lo sabía.

Camuel se cubrió el rostro con ambas manos. Lucas lo miraba como quien observa a un niño descubriendo el mundo.

—No tienes que entenderlo todo hoy. Solo… relájate y disfruta la cita.

Camuel soltó un largo suspiro.

Lucas lo hacía sonar tan fácil.

Pero él sabía que no lo era.

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Camuel seguía sentado bajo el árbol, en silencio. Como si quedarse quieto pudiera evitar que el destino avanzara.

Lucas, con los brazos cruzados y una sonrisa que era puro caos contenido, lo observaba.

—Vamos, admítelo —dijo, con tono burlón.

—No sé de qué hablas —respondió Camuel sin mirarlo.

Lucas se llevó una mano a la frente, exagerado.

—¡Por todos los fantasmas, Camuel! ¡Es obvio!

—No estoy enamorado.

—Ajá, claro.

—No lo estoy.

—¿Seguro?

—Sí.

Lucas se le quedó viendo fijamente. Durante varios segundos.

Luego sonrió con esa expresión que anunciaba problemas.

—Bueno, igual te voy a arreglar para tu cita.

Camuel parpadeó.

—¿Qué?

Y en menos de lo que un espíritu se desvanece, Lucas ya lo había tomado del brazo y lo arrastraba hacia la casa.

—¡Vamos, vamos, no tenemos todo el día!

—¡Lucas, suéltame!

—¡No! ¡No puedes ir con esa cara de muerto!

—Lucas, estoy muerto.

—¡Exacto! ¡Por eso hay que hacer algo al respecto!

Milo los observó desde el jardín, confundido. Pluma voló en círculos, claramente indecisa entre ayudar a Camuel… o unirse a la diversión.

Pero ya era tarde.

Lucas había tomado el control.

******************************************

Dentro de la casa, Lucas empujó a Camuel directo a su habitación y cerró la puerta con un golpe triunfal.

—Muy bien, mi querido Guardián del Amor. Es hora de hacerte ver presentable.

Camuel se cruzó de brazos, con resignación profesional.

—Lucas, no necesito esto.

Lucas ya estaba medio cuerpo dentro del armario.

—¡Claro que lo necesitas! No vas a ver a Elena con esa chaqueta que parece sacada de un desfile de fantasmas de los años 50.

Sacó una prenda y la miró con horror.

—¿Cómo sigues usando esto?

Camuel alzó una ceja.

—Es cómoda.

—Es un crimen contra el buen gusto —replicó Lucas, lanzándola sin piedad al suelo.

Después de minutos de caos textil, sacó una camisa oscura y un abrigo elegante (para los estándares de un muerto).

—Listo. Ponte esto.

Camuel lo miró con incredulidad.

—Esto es ridículo.

—¡Cállate y cámbiate!

Camuel soltó un suspiro largo, como quien se rinde a un destino inevitable. Se vistió en silencio, sin dejar de fruncir el ceño.

Lucas lo observó con ojos de crítico exigente. Al terminar, asintió, satisfecho.

—Ahora sí pareces alguien listo para una cita.

—Esto no es una cita —repitió Camuel, por vigésima vez.

—Claro, claro. Lo que tú digas —dijo Lucas, ya celebrando en su mente su victoria personal.

Camuel se miró al espejo con expresión neutra. La ropa no era incómoda… solo que no se sentía él. Era como llevar puesta una versión desconocida de sí mismo.

Lucas, detrás de él, sonrió con complicidad.

—Bueno, al menos ya no pareces salido de una foto sepia.

—¿Sepia?

—Olvídalo. No lo entenderías.

Camuel giró lentamente hacia la puerta.

—Todavía puedo cancelar esto.

Lucas la abrió de golpe, y sin piedad, lo empujó fuera de la habitación.

—¡No, no puedes!

—Lucas…

—¡VETE, CAMUEL! ¡VETEEE!

—…

—¡Elena te espera en la plaza del centro!




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