Camuel Talio: La Luz Que Siente

Más Vivo que Nunca

Desde su escondite en las sombras, Lucas observaba en silencio. Al principio todo había sido un juego. Una forma de burlarse de Camuel, de hacerlo salir de su burbuja, de verlo confundido por emociones que jamás había experimentado. Pero ahora… no se estaba burlando. Ahora lo veía de verdad. Y lo que vio le provocó algo que no esperaba: pena.

Camuel miraba la ciudad como si fuera un mundo completamente nuevo. Cada luz, cada sonido, cada detalle parecía fascinarlo y abrumarlo al mismo tiempo. Lucas frunció el ceño. ¿Cuánto tiempo ha estado en el cementerio?

Camuel nunca hablaba de su pasado. Lucas sabía que estaba muerto, sí. Pero nunca se había detenido a preguntarse cómo murió. ¿Cuántos años tenía? ¿Quién era antes de convertirse en el Guardián del Cementerio? ¿Siempre había sido ese Camuel serio, amable e infinitamente paciente? ¿O hubo algo más?

Lucas sintió un peso extraño en el pecho. Por primera vez en mucho tiempo, se dio cuenta de que no sabía casi nada sobre su mejor amigo. Siempre lo había visto como una presencia fuerte, inquebrantable. Pero ahora, viendo cómo reaccionaba con asombro ante cosas tan simples… se dio cuenta de lo solitario que debía haber sido su mundo.

Desvió la mirada por un momento, incómodo. Quiero saber más. Quería conocer su vida. Su muerte. Todo lo que nunca decía. Pero más que eso… quería verlo feliz. Quería verlo vivo.

Lucas soltó un suspiro y se apoyó en la pared.
—Bueno, Camuel… supongo que hoy es el primer paso.

Desde el suelo, Milo ladeó la cabeza, como si también estuviera pensando en lo mismo. Pluma se sacudió suavemente en su hombro. Ro, desde una cornisa, entrecerró los ojos, pensativo. Porque aunque Lucas no lo decía en voz alta… todos sabían que, al final, siempre había querido lo mejor para Camuel.

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Camuel y Elena salieron del cine, caminando en silencio bajo el cielo estrellado. El ambiente era tranquilo; las luces de la ciudad brillaban con calidez, y el sonido lejano de la gente aún transitando por las calles llenaba el aire. Pero Camuel no estaba del todo presente.

Su mente seguía atrapada en la película. El pequeño perro perdido… buscando su hogar. Al final, lo encontró. Pero no todos tienen tanta suerte.

Bajó la mirada con una expresión sombría, recordando a Milo. Recordando cómo lo habían abandonado. Cómo murió. Un nudo se formó en su pecho, y ni siquiera se dio cuenta de que Elena lo estaba observando con atención.

Ella no preguntó nada. No intentó sacarle información. Simplemente desapareció por un momento. Y cuando volvió… algo frío tocó su mejilla.

Camuel se estremeció de inmediato.
—¡¿Qué—?!

Elena rio suavemente, sosteniendo dos helados en las manos.
—Parecías triste —dijo con naturalidad—. Así que decidí refrescarte un poco.

Camuel la miró con incredulidad. Elena seguía riendo, con los ojos llenos de diversión.
—Tienes que ver tu cara.

Camuel parpadeó lentamente. Luego, sin darse cuenta… soltó una pequeña risa. Elena se detuvo, sorprendida. Era apenas un sonido, un susurro suave… pero era la primera vez que lo escuchaba reír.

Camuel bajó la mirada al helado que ahora tenía en su mano. Elena le sonrió con ternura.
—Espero que te guste.

Camuel sintió que algo en su pecho se alivianaba. El peso de sus pensamientos aún estaba allí… pero, por primera vez en mucho tiempo, alguien lo sacó de ellos. Y eso, aunque él no lo supiera todavía… era lo que más necesitaba.

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Camuel y Elena caminaron en silencio, disfrutando del ambiente nocturno. El helado en su mano ya casi se había derretido, pero ni siquiera le había prestado atención. Su mente estaba tranquila por primera vez en la noche. Pero también… distraída.

Cuando levantó la vista, se dio cuenta de que estaban frente a la entrada del bosque protegido.
—¿Cuándo llegamos? —murmuró sin darse cuenta.

Elena rio suavemente.
—Desde hace un rato. Pareces perdido en tus pensamientos, Camilo.

Camuel desvió la mirada. ¿Tan obvio era?

Elena puso las manos en su cintura con una sonrisa juguetona.
—Bueno, listo. Ahora puedes ir a casa.

Camuel parpadeó, sorprendido por su tono.
—…Eso sonó como si tú me hubieras escoltado a mí.

Elena asintió con seriedad fingida.
—Exactamente.

Camuel frunció el ceño.
—No soy una dama a la que tienes que llevar a salvo a su hogar.

Elena se encogió de hombros.
—Hoy lo parecías.

Camuel abrió la boca para responder… pero no encontró qué decir. Elena se tapó la boca para no reírse. Camuel suspiró con resignación.

—Buenas noches, Elena.
—Buenas noches, Camilo.

Se quedó de pie, observándola alejarse. Y cuando finalmente desapareció en la distancia, exhaló profundamente.
…¿Qué demonios me está pasando?

Y sin decir más, cruzó la entrada del bosque y comenzó a caminar a casa. Sin notar que, escondidos entre los árboles… Lucas, Milo, Pluma y Ro lo observaban en completo silencio.

Hasta que, finalmente, Lucas habló.
—…¡¿VIERON ESO?!

Milo ladró con emoción. Pluma pió con entusiasmo. Ro bostezó. Lucas sonrió con malicia.
—Ohhh, esto todavía no acaba.

Y con eso, los cuatro se escabulleron de vuelta a casa, dejando que Camuel regresara con sus pensamientos revueltos.

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Lucas se deshizo entre las sombras, moviéndose con rapidez. No podía dejar que Camuel lo sintiera cerca. No ahora. Así que, usando su dominio sobre la oscuridad, atravesó la reserva y apareció en el segundo piso de la casa en un abrir y cerrar de ojos. Entró por la ventana de su habitación con total sigilo, se quitó la capa de Guardián del Equilibrio y se dejó caer en la cama con dramatismo.

—Perfecto.

Milo y Pluma entraron tras él, acomodándose en la habitación con total naturalidad. Lucas sonrió con aire victorioso.
—Ahora solo falta esperar.




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