Camuel Talio: La Luz Que Siente

El Pasado Que Nunca Desaparece

Camuel no regresó a casa esa noche.

Mientras Lucas esperaba con tranquilidad en su habitación, su amigo caminaba en completa soledad.

Con su linterna de luz en la mano, se adentró en la parte más antigua del cementerio.

Aquí, las lápidas ya no tenían nombres.

El tiempo las había desgastado, borrando los recuerdos de quienes una vez fueron.

Pero Camuel no se detuvo ahí.

Siguió caminando, desviándose de su ruta habitual.

Atravesó un sendero oculto entre los árboles secos, donde el pasto crecía sin control.

Y entonces, la vio.

La antigua entrada del cementerio.

Una que había sido olvidada con los años, cubierta por la expansión de la ciudad.

Desde allí, podía ver la parte trasera de la ciudad, las luces modernas contrastando con las tumbas antiguas.

Y justo en el centro de todo…

Su propia tumba.

Camuel se quedó inmóvil.

El mármol estaba agrietado, cubierto de musgo.

El tiempo no había sido amable con ella.

Así como tampoco lo había sido con él.

Se acercó con pasos lentos y pasó una mano sobre la piedra fría.

No importaba cuántos años pasaran…

Siempre terminaba volviendo aquí.

Porque, aunque caminara entre los vivos…

Él nunca dejaría de ser un muerto.

Soltó un suspiro y se sentó junto a su propia tumba.

El resplandor de su linterna iluminó la inscripción grabada en la piedra.

Un nombre que ya nadie recordaba.

Excepto él.

Y por primera vez en mucho tiempo…

Se permitió sentirse perdido.

******************************************

Lucas esperó.

Primero con calma.

Luego con algo de impaciencia.

Pero cuando la noche avanzó y Camuel no regresó, la preocupación comenzó a asentarse en su pecho.

Se levantó de la cama, se estiró y miró por la ventana.

Nada.

Milo, que descansaba en un rincón, levantó la cabeza al sentir el movimiento de Lucas.

El chico se giró hacia él con el ceño fruncido.

—Milo… ¿sabes dónde está Camuel?

Milo ladeó la cabeza y luego asintió.

Lucas se cruzó de brazos.

—Guíame.

Sin esperar más, Milo se levantó y comenzó a caminar a paso lento.

Lucas lo siguió en silencio, con el presentimiento de que estaba a punto de descubrir algo importante.

El camino fue largo y tranquilo.

Demasiado tranquilo.

Lucas se dio cuenta de que no estaban yendo al cementerio común, sino a una parte mucho más antigua.

El pasto crecía sin control, los árboles torcidos daban un aire espectral al lugar.

Y allí, a lo lejos, sentado en una tumba, estaba Camuel.

Lucas se detuvo.

No dijo nada.

No se acercó.

Solo esperó.

Observó en silencio cómo su amigo permanecía allí, inmóvil, con la mirada baja y su linterna de luz brillando débilmente.

Camuel no lloraba.

No parecía triste.

Pero su soledad se sentía pesada.

Lucas se mordió el labio.

No quería interrumpir.

Así que simplemente esperó a la distancia.

El tiempo pasó lentamente.

El cielo comenzó a tornarse de tonos morados y naranjas.

Y cuando el amanecer estuvo cerca…

Camuel finalmente se levantó.

Con calma, se sacudió el polvo de su ropa, miró la tumba una última vez y se alejó en silencio.

Lucas esperó a que desapareciera en la distancia.

Y solo entonces, se acercó.

******************************************

Frente a él, la tumba estaba desgastada por el tiempo.

Lucas pasó una mano sobre la piedra fría, leyendo lentamente la inscripción.

"Camuel Talio, hijo amado."

El corazón de Lucas dio un vuelco.

Movió la mano un poco más abajo y leyó la fecha.

Era de hace más de 100 años.

Lucas sintió un escalofrío recorrer su espalda.

Y luego, finalmente, lo entendió.

—…No puede ser.

Camuel…

Había muerto siendo un niño.

Lucas cayó al suelo.

El impacto no fue físico.

Fue un golpe en el alma.

Camuel…

Había muerto siendo un niño.

No un adolescente.

No un adulto.

Un niño pequeño.

Lucas respiró con dificultad, sintiendo que su pecho se oprimía.

Todo lo que creía saber sobre Camuel se desmoronaba.

Sus manos temblaron mientras observaba la tumba con más atención.

Y entonces, la vio.

Justo al lado de la lápida, cubierta de musgo y tierra…

Una pelota.

Petrificada por el tiempo, olvidada por más de un siglo.

Lucas pasó una mano por su rostro, aturdido.

"¿Cómo…?"

"¿Cómo es que Camuel creció?"

Los fantasmas no envejecen.

Los espíritus quedan atrapados en la forma en la que murieron.

Entonces…

¿Por qué Camuel no seguía siendo un niño?

Lucas sintió una oleada de incomodidad en su pecho.

Había algo terriblemente triste en todo esto.

Y ahora, todo comenzaba a encajar.

Camuel era amable, paciente y tranquilo.

Pero no porque así había crecido…

Sino porque nunca creció de manera normal.

Él se obligó a ser un adulto.

Camuel no había crecido porque el tiempo siguiera su curso.
Había crecido porque no tuvo opción.
Porque nadie lo ayudó a seguir siendo niño.
Porque la muerte se lo llevó antes de tiempo, y él mismo se obligó a ser algo distinto.
A ser fuerte.
A ser sabio.
A convertirse en Guardián.

Lucas sintió una punzada en el pecho.

Todo este tiempo, había creído que conocía bien a Camuel.

Pero ahora…

Se dio cuenta de que ni siquiera había arañado la superficie.

Diez años de amistad.

Y nunca le preguntó por su muerte.

Nunca le preguntó por su pasado.

Lucas cerró los ojos, apoyando una mano en el suelo para estabilizarse.

—Camuel…

Susurró el nombre de su amigo, sintiendo por primera vez un peso que no había estado allí antes.

Ahora lo entendía.




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