Camuel cruzó el umbral de la casa en completo silencio.
Cada paso era más denso que el anterior.
No porque doliera.
Sino porque algo dentro de él se había quebrado.
El día había sido largo.
Demasiado.
Había visto fragmentos de un mundo que nunca se había detenido a observar…
Y, sin darse cuenta, ahora cargaba con el peso de cien años sobre los hombros.
La sala estaba tranquila.
Milo y Pluma dormían en su rincón habitual, respirando un silencio tibio.
Ro no estaba.
Lucas tampoco.
Camuel subió las escaleras lentamente, como si su cuerpo le perteneciera solo a medias.
Entró en su habitación sin encender la luz, y se dejó caer de espaldas sobre la cama.
El techo lo miraba en blanco.
Por un instante, fue otra vez ese niño perdido.
El que abrió los ojos por primera vez en un cementerio.
El que no entendía por qué ya no respiraba.
Recordó.
A Camilo, su maestro, que lo sostuvo cuando no sabía quién era.
A su madre, llorando en silencio, sin poder despedirse.
A su padre, regresando de la guerra solo para encontrar su cama vacía.
Recordó cómo los había guiado al descanso.
Uno por uno.
Y entonces, sin quererlo, se hizo una pregunta que nunca antes se había permitido:
“¿Cuándo será mi turno?”
La idea lo estremeció.
Cerró los ojos. Inhaló profundamente.
Aunque ya no necesitaba hacerlo.
“No ahora,” se dijo.
Tal vez algún día.
Cuando no quedara ningún alma por guiar.
Cuando el mundo pudiera continuar sin él.
Pero por ahora…
Por ahora iba a dormir.
Como si aún fuera humano.
Como si su corazón todavía supiera latir.
Y durmió.
Un sueño profundo.
Algo que, en teoría, los fantasmas no podían hacer.
No sin esfuerzo.
No sin romper alguna ley del universo.
Pero esa noche…
Camuel soñó.
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Un campo verde.
El sol tibio sobre su rostro.
Risas pequeñas y lejanas.
Una pelota girando en el aire.
Y una voz, cálida y lejana, llamando su nombre.
—Camuel…
Giró la cabeza para ver quién era.
Y entonces despertó.
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La primera sensación fue… extraña.
Pesadez.
Su luz, esa que ardía constante en su interior, parpadeaba.
Su piel —normalmente etérea pero firme— parecía más pálida. Más débil.
Llevó una mano a su frente.
—¿Qué… me pasa?
Intentó levantarse, pero el mundo se inclinó a su alrededor.
El suelo parecía líquido.
—Esto no es normal…
Cerró los ojos.
El vértigo lo envolvía.
Y entonces, la puerta se abrió con fuerza.
—¡CAMUEL!
Lucas.
Irrumpió con los ojos desorbitados, como si hubiera visto a la muerte… otra vez.
Milo y Pluma aparecieron tras él, tensos.
Y desde el umbral, Ro observaba, con la misma calma con la que observa el paso del tiempo.
—¿Qué te pasó? —preguntó Lucas, acercándose de inmediato.
Camuel intentó hablar, pero su voz era un susurro.
—No… lo sé.
Lucas frunció el ceño.
—Esto no tiene sentido. ¡Los fantasmas no se enferman!
Camuel cerró los ojos, una mano sobre el pecho.
Había algo oprimiéndolo desde dentro.
—Y sin embargo… me siento terrible.
Lucas se llevó ambas manos a la cabeza, completamente desconcertado.
—¡Es absurdo! ¡No puedes enfermarte!
—Y sin embargo… —repitió Camuel, apenas audible.
Por primera vez, Lucas lo vio realmente vulnerable.
No como el Guardián que brillaba bajo la luna…
Sino como alguien que temblaba.
Milo se acercó y apoyó su hocico con cuidado en la pierna de Camuel.
Pluma volaba en círculos, inquieto.
Ro, aún en el umbral, cerró los ojos.
—Hmm… así que ha comenzado.
Lucas lo fulminó con la mirada.
—¿Qué ha comenzado? ¿¡Lo sabías!?
Ro se encogió de hombros, como quien mira una tormenta venir desde hace días.
—Solo observaba, niño.
Lucas no respondió. Se arrodilló junto a la cama y tocó la frente de Camuel, sin saber qué buscaba encontrar.
—No entiendo nada de esto… pero te juro que te voy a curar.
Camuel suspiró.
—No creo que se pueda curar a un fantasma, Lucas…
—Pues lo vamos a averiguar.
Y se levantó como un rayo.
Milo lo siguió.
Pluma también.
Ro lo miró pasar y soltó un suspiro exasperado.
—Ese niño…
Camuel cerró los ojos otra vez.
Sabía que Lucas haría un desastre.
Pero también sabía que no estaba solo.
Y eso… era todo lo que necesitaba en ese momento.
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El silencio volvió.
Y en él, un recuerdo emergió con fuerza.
Una habitación cálida.
Una cama vieja.
Su madre, colocándole una toalla húmeda en la frente.
Su padre sentado al lado, acariciando su cabello con manos temblorosas.
Él, pequeño, débil… pero seguro.
Porque ellos estaban ahí.
Sus dedos se aferraron a las sábanas.
—Los extraño tanto…
El nudo en su pecho ya no era solo físico.
Era duda.
Era ausencia.
Por primera vez, Camuel se preguntaba si realmente estaba donde debía estar.
Siempre había aceptado su lugar entre la muerte y la vida.
Pero ahora…
Ahora sentía cosas.
Humanas.
Demasiado humanas.
Y no sabía qué hacer con eso.
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Desde una esquina de la habitación, Ro no dijo nada.
Solo observó.
Por primera vez, veía a Camuel como realmente era.
No un espectro.
No un Guardián.
Solo un niño… perdido en medio de un siglo de silencios.
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Lucas regresó corriendo.
Traía una manta, una taza de té caliente, y más energía de la que un cuerpo humano debería contener.
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Editado: 29.05.2025