Camuel Talio: La Luz Que Siente

Más Vivo de lo que Pensaba

Camuel aún no terminaba de procesarlo. La herida en su palma seguía fresca, el ardor del corte pulsaba con cada latido. Sangre tibia se deslizaba lentamente por su piel, y cada gota le confirmaba lo que todavía le costaba creer: estaba vivo. Su respiración era agitada. Su pecho subía y bajaba. Su corazón latía. No en una metáfora. Latía.

Y justo cuando empezaba a encontrar una mínima calma, un sonido profundo y grave retumbó en la cocina.

—GRUUUUUUUUUUUUU~

Camuel parpadeó. Lucas se congeló con las vendas aún en la mano, como si el tiempo se hubiera detenido. Se quedaron en silencio, ambos paralizados, hasta que Lucas giró lentamente la cabeza hacia él, con una expresión que combinaba horror, incredulidad y una pizca de desesperación.

—No…

Camuel puso una mano sobre su abdomen. Sentía una presión creciente, extraña, como un nudo que se apretaba desde dentro.
—¿Tengo… hambre?

—¡¿QUÉ DEMONIOS ESTÁ PASANDO?! —gritó Lucas, con los brazos levantados al cielo como si invocara explicaciones del universo.

En ese instante, Ro apareció como una sombra silenciosa en el marco de la ventana. Con una elegancia felina, se quedó ahí observando, la cola moviéndose con una lentitud burlona.

—Hmmm… —dijo, ladeando la cabeza—. Bueno, esto sí que es interesante.

Lucas giró de golpe, como una tormenta a punto de estallar, y lo apuntó con el dedo con furia contenida.
—¡TÚ!

Ro parpadeó con calma, sin moverse ni un centímetro.
—¿Yo qué?

—¡Se supone que eres la muerte! ¡Explícame qué demonios está pasando aquí! —Lucas agitaba los brazos como si intentara exorcizar la confusión misma.

Ro se sentó sobre la mesa, se lamió una pata con total despreocupación y luego, sin apuro, respondió.
—Parece que el niño ha dejado de ser solo un fantasma.

Camuel seguía con la mano en el estómago, sorprendido por lo físico que se sentía todo.
—Tengo hambre… —repitió, incrédulo.

—¡LO SÉ! —exclamó Lucas, tirándose el cabello—. ¡ESO ES LO QUE ME TIENE ENLOQUECIDO! ¡LOS FANTASMAS NO TIENEN HAMBRE!

—Pues parece que este sí —dijo Ro, encogiéndose de hombros.

Lucas gruñó, dio una vuelta en círculo y finalmente arrojó una cuchara al suelo.
—¡¿Puedes dejar de hablar en acertijos por UNA vez en tu existencia y decirme QUÉ PASA CON CAMUEL?!

Ro bostezó con una calma irritante, como si nada en el mundo tuviera verdadera urgencia.
—Lo que pasa es bastante simple, niño.

Lucas se cruzó de brazos, visiblemente al borde de colapsar.
—A ver, ilumíname.

Ro lo ignoró y clavó sus ojos verdes en Camuel.
—El niño ha dejado de estar atrapado entre la vida y la muerte.

El silencio que siguió fue denso. Pesado.

Camuel levantó la vista, confundido.
—¿Qué… qué significa eso?

Ro se lamió la pata una última vez, como si limpiara los restos de un misterio antes de revelarlo.
—Significa que, de alguna manera… te volviste más humano.

La cocina entera pareció detenerse.

Lucas parpadeó. Una. Dos. Tres veces.
—¿Humano?

Ro asintió, sin una pizca de dramatismo.
—O al menos, lo suficiente como para tener hambre.

Lucas abrió la boca.
La cerró.
La volvió a abrir.
Y gritó:

—¡¿QUÉ DEMONIOS SIGNIFICA “LO SUFICIENTE”?!

Lucas resopló, pasándose una mano por la cara con exasperación acumulada.
—¿Sabes qué? No. No voy a pensar en esto ahora.

Dejó caer los hombros con resignación, pero el drama apenas se tomó un breve descanso. Se giró hacia la cocina, murmurando en voz baja mientras abría cajones y sacaba ingredientes sin ningún orden lógico.

—“Camuel ahora tiene hambre”, “Camuel ahora sangra”, “Camuel ahora es un poquito humano”… ¡¿Qué sigue?! ¿Que envejezca y termine casado con una de las nietas de las casamenteras?!

Camuel se tensó. Un gesto pequeño, casi imperceptible. Pero Lucas lo notó. Giró lentamente la cabeza, entornando los ojos.

—Espera… ¿por qué reaccionaste así?

—No es nada —dijo Camuel, aclarándose la garganta y agitando una mano como si espantara el tema—. Sigue con lo tuyo.

Lucas frunció los ojos, claramente desconfiando, pero optó por no insistir. Todavía.
—Ajá… —murmuró, volviendo a sus tareas con cuchara en mano—. No dejaré que te mueras de hambre… si es que eso puede pasar ahora.

Lanzó una mirada de reojo hacia Ro, que seguía apostado sobre la mesa, observándolo todo como un crítico de teatro invisible.
—¿Puede morirse de hambre?

—Ni idea —respondió Ro, lamiéndose una garra con indiferencia felina—. Nunca he visto un caso como este.

Lucas gruñó y revolvió la comida con más fuerza, como si pudiera batir las respuestas dentro de la olla.
—Genial. Nadie entiende nada.

Camuel se acercó un poco, mirando la olla con algo de curiosidad.
—¿Qué estás haciendo?

—Comida —resopló Lucas—. Ahora que tienes hambre, tendrás que comer como cualquier humano. Y si me hiciste cocinar para nada, juro que te haré comerlo igual, así me cueste usar una pala.

Camuel lo miró con una mezcla de asombro y resignación.
—Estás muy comprometido con este rol de madre histérica.

Ro ronroneó desde la mesa, encantado.
—Esto es demasiado divertido.

Minutos después, Lucas colocó el plato frente a Camuel como si acabara de servir una obra maestra. El aroma del guiso caliente con arroz llenó la cocina, envolviéndolos con un aire casi hogareño. Por un momento, parecía que todo era normal.

—Come —ordenó Lucas, cruzándose de brazos como si vigilara a un niño problemático—. Y cuidado, está caliente. Tienes que soplar.

Camuel lo miró, incrédulo.
—Lucas… alguna vez sí estuve vivo. Sé cómo comer.

Lucas se inclinó, apuntándole con un dedo acusador.
—¿Ah, sí? ¿Cuándo fue la última vez que comiste algo?

Camuel abrió la boca. Y luego… la cerró.
—...

Lucas sonrió con satisfacción.
—Exacto. Ahora, sopla la comida y come.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.