Camuel Talio: La Luz Que Siente

¿Feliz o Asustado?

Lucas colocó una taza de té humeante frente a Camuel con un gesto casi automático. El vapor ascendía en espirales suaves, llenando la cocina con un aroma a hierbas dulces que se colaba entre las grietas del silencio. Luego, sin una palabra más, se dejó caer en la silla de al lado, apoyando la cabeza contra la mesa con un suspiro largo y agotado.

—No sé si estar feliz… o asustado.

Camuel rodeó la taza con ambas manos, disfrutando del calor en sus dedos. Había algo reconfortante en el silencio que compartían. No era incómodo. Solo… extraño. Como si el mundo entero se hubiera desplazado medio paso, y ambos intentaran entender hacia dónde.

—¿Por qué asustado? —preguntó al fin, con voz baja.

Lucas no levantó la cabeza. Golpeó la mesa con los nudillos, distraído, sin fuerza.
—Porque nada de esto tiene sentido. Los fantasmas no se vuelven humanos. No comen, no sangran… y mucho menos tienen hambre.

Giró un poco el rostro, lo suficiente para mirarlo de reojo.
—¿Y si esto tiene un costo? ¿Y si algo malo pasa?

Camuel bajó la mirada a su té, moviendo la cucharita con lentitud.
—No lo sé, Lucas.

—Exacto. Nadie lo sabe. —Lucas cerró los ojos, conteniendo otra exhalación.

El silencio volvió a instalarse, más denso esta vez… hasta que Lucas habló de nuevo, en voz baja, como si confesara algo que no estaba seguro de entender del todo.

—Pero… también estoy feliz.

Camuel lo miró, sorprendido.

Lucas se enderezó, apoyando la barbilla en una mano, esbozando una sonrisa torpe.
—Porque te veo más… vivo. No sé cómo explicarlo. Se siente bien. Como si… como si estuvieras regresando de algún lugar donde nunca debiste estar tanto tiempo.

Camuel sostuvo la taza con más fuerza. Por alguna razón, esas palabras le dieron más calor que el té. No respondió. No hizo falta. Porque por primera vez, no se sintió solo en lo que estaba viviendo.

De pronto, Lucas se levantó de un salto y se estiró como si sacudiera el momento.
—Bueno, suficiente drama por hoy.

Antes de que Camuel pudiera reaccionar, lo tomó por la muñeca y empezó a arrastrarlo por el pasillo.

—¿Lucas? ¿A dónde—?

—¡Al baño!

Camuel frunció el ceño, desconcertado.
—¿Qué?

—Ahora que eres medio humano, ¡tienes que bañarte!

—Lucas, llevo más de un siglo caminando entre los vivos sin necesidad de eso…

Lucas se detuvo en seco y lo miró como si acabara de escuchar una blasfemia.
—¿¡ME ESTÁS DICIENDO QUE NO TE HAS BAÑADO EN CIENTO SETENTA Y SIETE AÑOS!?

—¡No era necesario cuando era un espíritu!

—¡Pues ahora sí lo es! —replicó Lucas, abriéndole la puerta del baño y empujándolo adentro—. Báñate bien. Tómate tu tiempo. Y cuando termines, te seco el pelo.

—Lucas, no soy un niño…

—Lo sé. —Sonrió con descaro desde el umbral—. Pero hoy soy el hermano mayor. Y honestamente, me lo estoy pasando genial.

Camuel cerró los ojos con resignación.
“Por todos los muertos… ¿en qué momento pasé de ser un Guardián de la Luz a ser tratado como un niño pequeño?”

—¡Vamos, métete de una vez! —gritó Lucas desde fuera.

Camuel suspiró. Y abrió la ducha.

Extendió la mano bajo el chorro sin pensar demasiado… y al instante, un grito desgarró la casa.

—¡AAAAAAAH!

Desde el pasillo, Lucas pegó un salto.
—¡¿QUÉ PASÓ?!

—¡ME QUEMÉ!

Lucas se dobló por la risa.
—¡¿EN SERIO?!

—¡¿CÓMO SOPORTAN ESTO LOS HUMANOS?!

—¡Bájale la temperatura, genio! —soltó entre carcajadas.

Camuel gruñó, toqueteando los controles como si desactivara una trampa demoníaca.
"No puedo creerlo… pasé casi dos siglos luchando contra sombras, espectros y demonios… ¡y el agua caliente casi me mata!"

—¡Bienvenido a la vida humana, Camuel! —gritó Lucas desde fuera, aún riendo.

Finalmente, encontró el punto exacto donde el agua no le quemaba la piel. Cerró los ojos. Respiró.

"Los humanos realmente viven bajo condiciones extremas…"

Y sin darse cuenta, sonrió.

Camuel salió del baño goteando, con una toalla enroscada a la cintura y otra colgando sobre su cabeza como si fuera una capa mal puesta. El vapor aún salía de su piel tibia, y cada paso dejaba pequeñas huellas en el suelo de madera. Lucas lo vio desde el pasillo y resopló con teatralidad.

—¡Por todos los espíritus, Camuel! ¿Ni siquiera sabes secarte bien?

Antes de que pudiera responder, Lucas lo agarró del brazo y lo arrastró hacia su habitación con la determinación de un general. Lo sentó de un empujón en la cama, le quitó la toalla de la cabeza sin pedir permiso y comenzó a frotarle el cabello con otra limpia, con movimientos torpes pero enérgicos.

Camuel se quedó quieto, sorprendido por el trato.
—¿Siempre haces esto?

—Nah —dijo Lucas con una sonrisa divertida, sin dejar de restregarle el pelo—. Solo con Milo cuando se moja.

Camuel frunció el ceño.
—¿Me estás comparando con un perro?

—Shhh —Lucas ignoró la pregunta, centrado en su tarea como si el destino del universo dependiera de la humedad en el cabello de Camuel.

Durante unos segundos solo se escuchó el movimiento de la toalla contra los mechones oscuros, hasta que Lucas murmuró, con un suspiro dramático:
—Es injusto…

Camuel lo miró de reojo.
—¿Qué es injusto?

—Que tengas tan buen físico —protestó Lucas, como si esa fuera la gran tragedia del día—. ¡Eres un fantasma tramposo!

Camuel parpadeó, sin entender.
—¿De qué estás hablando?

Lucas le dio una palmada en el hombro.
—Mira, no es justo. Yo entreno todos los días, corro, peleo con demonios, exorcizo espectros… ¡y tengo que matarme para mantenerme en forma! —Frunció el ceño, herido en su orgullo—. Pero tú… tú solo existes y ya tienes ese físico perfecto. ¡Ni abdominales haces!

Camuel rodó los ojos, reprimiendo una sonrisa.
—Lucas, he estado atrapado en un ciclo de vida y muerte por casi dos siglos. No creo que sea motivo de envidia.




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