Camuel Talio: La Luz Que Siente

Vigilancia nocturna y cosas nuevas

Lucas no pudo dormir esa noche. Se quedó acostado en su cama, con los ojos abiertos en la oscuridad, sintiendo cómo la preocupación le pesaba en el pecho.
"Si la Hermandad se entera de esto..."
No. No quería ni pensarlo.

No tenía idea de qué significaba que Camuel estuviera casi vivo, pero sabía, con la misma certeza con la que respiraba, que no era algo normal. Y si no era normal… la Hermandad lo querría.

Lucas se pasó una mano por la cara, frustrado. Giró la cabeza hacia la puerta. La habitación de Camuel estaba justo enfrente de la suya. Podría entrar, vigilarlo, asegurarse de que seguía ahí. Pero eso sería exagerado, ¿no?

El silencio se volvió insoportable. Y entonces… se levantó.
Sin hacer ruido, abrió la puerta y caminó por el pasillo. Se detuvo frente a la de Camuel y, con cuidado, la entreabrió.

Ahí estaba. Camuel dormía plácido, con la respiración tranquila. Lucas exhaló aliviado. Pero incluso así… no pudo marcharse. Se apoyó contra el marco, cruzándose de brazos. Y se quedó ahí. Vigilando. Por si acaso.

De pronto, Camuel abrió los ojos de golpe. Su corazón latía con fuerza en el pecho, aún sin acostumbrarse a esa nueva sensación. Se incorporó lentamente, incómodo, y apenas empezaba a procesar lo que ocurría cuando…

—¡Agh!

Un golpe retumbó en la habitación. Camuel se giró alarmado y lo vio: Lucas estaba en el suelo, retorciéndose mientras se sujetaba la cabeza.

—Maldición… —gruñó el exorcista.

Camuel lo miró incrédulo.
—¿Lucas… qué demonios haces en el piso?

Lucas abrió un ojo y lo observó con una expresión culpable.
—…Nada.

Camuel arqueó una ceja.
—¿Nada?

—Ajá. —Lucas se sentó con torpeza, masajeándose la frente—. Nada en absoluto.

Camuel bajó la vista hacia la puerta abierta y luego otra vez a Lucas en el suelo.
—Estabas espiándome, ¿verdad?

Lucas se cruzó de brazos y giró la cabeza con falsa dignidad.
—No lo llamaría espiar.

Camuel se llevó una mano a las sienes, agotado.
—¿Entonces cómo lo llamarías?

Lucas lo pensó un instante. Luego sonrió con orgullo.
—Protección nocturna de hermano mayor.

Camuel parpadeó… y terminó cubriéndose la cara con una mano.
—Por todos los espíritus…

Lucas se puso de pie, aún sobándose el golpe.
—Oye, alguien tiene que asegurarse de que no te mueras en medio de la noche.

—Lucas, técnicamente ya estoy muerto.

—¡Exacto! —chasqueó los dedos—. Y si vuelves a morirte, ¿quién me va a acompañar en la cena?

Camuel soltó un suspiro profundo.
—Vete a dormir, Lucas.

—Ya dormí un rato aquí —replicó con total descaro.

Camuel se dejó caer de nuevo en la cama.
—Entonces vete.

Lucas rió entre dientes y se alejó hacia la puerta. Antes de irse, asomó la cabeza con una sonrisa burlona.
—Si vuelves a despertarte con hambre, me avisas, ¿eh? No quiero que mi fantasma favorito se desmaye.

Camuel le lanzó una almohada, que golpeó la puerta justo antes de que se cerrara. Lucas se fue riendo.

En la penumbra, Camuel suspiró y cerró los ojos. Su corazón seguía latiendo.
Y, por alguna razón, esa simple certeza lo reconfortó.

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Camuel despertó temprano, sintiéndose… distinto.
Su cuerpo estaba ligero, pero al mismo tiempo lleno de energía. Era una sensación extraña, algo que no había experimentado en casi dos siglos.

—Esto es raro… —murmuró, pasándose una mano por la cara.

Se levantó con calma, sintiendo el suelo firme bajo sus pies. Cada paso era más real que nunca. Entró al baño con la intención de lavarse la cara… pero su cuerpo le envió una señal urgente. Una que no había sentido en siglos.

Se quedó quieto.
Parpadeó.
—No.

La sensación se intensificó.
Camuel cerró los ojos, negándose a aceptar la realidad.
—No, no, no.

Pero su cuerpo no le dio opción.
—Por todos los muertos…

Corrió al baño.

Cuando terminó, se miró en el espejo, pálido.
—Rayos…

Apoyó ambas manos en el lavabo, procesando lo ocurrido.
"No había hecho esto desde que era un niño."
El recuerdo era lejano, borroso, pero inconfundible. Su propio cuerpo le estaba recordando lo que significaba ser humano.

Soltó un largo suspiro.
—Esto es demasiado extraño.

Decidió no pensarlo más y se metió a la ducha, esta vez regulando bien la temperatura. El agua caliente corrió sobre su piel y, sorprendentemente, la sensación fue agradable. Cuando terminó, se secó con menos torpeza que la noche anterior, vistió su atuendo habitual y salió de la casa.

"Un día normal en el cementerio…", repitió en su mente, intentando convencerse de que todo seguía igual.

Pero mientras cruzaba el bosque rumbo a su rutina, no pudo ignorar lo evidente: cada respiración, cada latido, cada paso lo alejaban un poco más de lo que solía ser.

Camuel cruzó las puertas del cementerio. El viento soplaba suavemente entre las lápidas, y el murmullo de los fantasmas flotaba en el aire. Pero algo era distinto.

Los espíritus lo miraban con curiosidad, susurrando entre ellos. No era miedo… era intriga.

—¿Qué ocurre? —preguntó Camuel.

—Te ves raro.

Diego, el fantasma adolescente, flotaba cerca con los brazos cruzados.

—No sé qué es, pero… hay algo en ti que cambió. —Le dio una vuelta, evaluándolo con atención—. Antes eras como una linterna para nosotros.

Se detuvo frente a él y lo miró fijo.
—Pero ahora… es como si fueras más sólido. Más real.

Camuel desvió la mirada, sintiendo un peso en el pecho.
—No es nada. Solo ha sido un día largo.

Diego arqueó una ceja.
—Ajá. Claro.

Camuel suspiró y siguió su camino, aunque podía sentir las miradas espectrales siguiéndolo.
Todos lo habían notado.
Camuel estaba cambiando.




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