Camuel parpadeó varias veces, sintiendo cómo el mundo empezaba a girar.
La luz de su linterna se apagó de golpe, y con ella, sus fuerzas.
Se llevó una mano a la cabeza, tambaleándose.
—Oh… esto no es bueno.
Tuvo que sentarse sobre una lápida cercana, mientras un escalofrío le recorría el cuerpo.
Diego apareció flotando a su lado, alarmado.
—Ey, ¿estás bien?
Camuel cerró los ojos, intentando recuperar el equilibrio.
—Creo que… no desayuné.
Diego lo miró como si acabara de decir la cosa más absurda del universo.
—¿Desde cuándo los fantasmas desayunan?
Camuel no respondió. Porque, sinceramente, tampoco lo sabía.
Pero antes de poder pensarlo demasiado, una voz lo sacó del trance.
—¿Camilo?
Camuel levantó la vista.
Elena estaba allí, parada en la entrada del cementerio, con el rostro preocupado.
—¿Estás bien? —preguntó, acercándose—. Pareces a punto de desmayarte.
Camuel la observó sin saber qué decir.
Porque por primera vez en casi dos siglos…
Sentía lo que era estar realmente débil.
El mareo no cedía. Camuel se llevó una mano a la cabeza.
—Creo que… necesito comer algo.
Lo dijo en voz baja, todavía sin creérselo.
Diego arqueó una ceja espectral.
—Oye, estoy muerto y hasta yo sé que eso no tiene sentido.
Pero Elena no se rio. Solo frunció el ceño, aún más preocupada.
—Camilo, ven conmigo.
Le tendió la mano con decisión.
—No es necesario, yo—
—No me importa. —Sonrió, pero con tono firme—. Si tienes hambre, vamos a conseguirte algo.
Camuel iba a negarse… pero su estómago gruñó tan fuerte que lo traicionó.
Diego cruzó los brazos, divertido.
—Sí, claro, no necesitas ayuda.
Camuel suspiró, derrotado, y tomó la mano de Elena.
Ella lo sostuvo con firmeza mientras lo ayudaba a ponerse de pie.
—Vamos, te invito algo.
Y mientras salían del cementerio, Camuel solo pudo pensar:
“¿Esto es mi vida ahora? ¿Comer para no desmayarme?”
Pero, en el fondo, no pudo evitar sentirse… agradecido.
Un fantasma en la cafetería
La cafetería era pequeña y cálida, con mesas de madera y olor a café recién hecho.
Cuando entraron, una campanita sobre la puerta anunció su llegada.
Camuel miró a su alrededor, algo incómodo.
Nunca había sido “cliente” de un lugar así.
Elena lo llevó hasta una mesa junto a la ventana.
—Quédate aquí. Yo ordeno.
Él asintió, viendo cómo ella se alejaba.
La gente reía, conversaba, bebía café…
Todo era tan normal.
Y, de repente, Camuel se preguntó si él también estaba volviéndose normal.
Elena regresó con una bandeja.
—Aquí tienes. Algo ligero.
Frente a él, un croissant tibio y una taza de café humeante.
Camuel miró la comida con cierta duda.
—¿Qué pasa? —preguntó Elena, sonriendo—. No me digas que olvidaste cómo comer.
Él negó con la cabeza y le dio un mordisco.
Masticó despacio.
—Está… bueno.
—Me alegra que no hayas olvidado el gusto —dijo ella riendo.
Camuel bebió un sorbo de café.
El calor, el aroma, el sabor amargo pero suave… todo se sentía demasiado real.
Y por primera vez en mucho tiempo, no se sintió tan distinto a los vivos.
El mareo había pasado. Camuel terminó su croissant y dejó la taza vacía sobre la mesa.
“Así que… ahora tengo que preocuparme por desayunar.”
Elena lo observó con una sonrisa divertida.
—Parece que ya estás mejor.
—Sí. Aunque no entiendo por qué me pasó.
—¿No es obvio? —bromeó—. Te saltaste el desayuno.
Camuel rio suavemente.
—Nunca pensé que eso sería una preocupación para mí.
—¿Eres de esos que se olvida de comer?
Él dudó, incapaz de decirle que en realidad no necesitaba hacerlo.
—Algo así.
Elena asintió con falsa seriedad.
—Entonces, oficialmente, me encargaré de que no te saltes ninguna comida.
—¿Eh?
—Exacto. —Sonrió—. Considera esto una misión personal.
Camuel no supo si sentirse intimidado o agradecido.
Quizás ambas cosas.
Camuel pensó que había escuchado mal.
—¿Mi… número? —repitió Camuel, desconcertado.
—Sí. —Elena sacó su celular—. Así puedo llamarte si olvidas desayunar otra vez.
Camuel parpadeó.
Nadie jamás le había pedido su número por una razón tan mundana.
Lucas lo llamaba por cosas como: “¡Hay un espíritu vengativo en la panadería!”
Esto era… diferente.
—¿O no tienes celular? —preguntó ella, alzando una ceja.
Él suspiró y sacó el teléfono que Lucas lo obligó a usar.
—Sí, tengo.
—Perfecto. —Le pasó su móvil—. Escríbelo.
Camuel tecleó con torpeza y se lo devolvió.
Ella sonrió al ver la pantalla.
—Ahora te llamo para comprobar.
El celular de Camuel vibró. En la pantalla apareció: “Elena :)”
Él la miró, y ella sonrió satisfecha.
—Listo. Ahora estamos conectados.
Camuel guardó el teléfono, todavía procesando lo ocurrido.
Lucas iba a tener un colapso cuando se enterara.
Y efectivamente, Lucas ya estaba teniendo un colapso.
Corría por las calles como un loco.
—¡¿Cómo que Camuel se desmayó y no me avisó?!
La gente lo miraba con cara rara, pero él no se detuvo.
“Si Camuel está débil, algo va muy, muy mal.”
Hasta que lo vio.
Ahí estaba, en una cafetería… riéndose con Elena.
Lucas se detuvo en seco.
Primero notó que Camuel estaba perfectamente bien.
Luego, que tenía un café.
Y después…
—¿Acaba de… darle su número?
El rostro de Lucas pasó de preocupación total a horror absoluto.
—¡¿QUÉ ESTÁ PASANDO AQUÍ?!
Las puertas de la cafetería se abrieron de golpe.
Lucas entró como una tormenta.
Camuel apenas alcanzó a reaccionar antes de que Lucas le tomara la cara con ambas manos.