Camuel Talio: La Luz Que Siente

Pequeños sucesos

Ojos en la sombra

No muy lejos de la cafetería, entre los callejones donde la luz apenas llegaba, un par de ojos seguían cada movimiento de Camuel.
Un integrante de la Hermandad de las Sombras se mantenía oculto, observando con atención.

Desde hacía tiempo, habían notado algo extraño en el guardián de la luz.
Pero hoy… hoy fue diferente.

Primero, verlo en un café, comiendo como cualquier humano.
Después, observarlo llevarse una mano a la cabeza, como si el peso del mundo se le viniera encima.
Y ahora, reír y conversar con Lucas como si nada hubiera pasado.

—…Interesante.

El espía dio un paso atrás y se desvaneció entre las sombras.
Debía informar a los superiores.
Porque si Camuel ya no era solo un fantasma…
Entonces la Hermandad tendría que replantearse todo.

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Secretos en el pueblo

Elena había notado algo curioso desde que empezó a pasar más tiempo con Camilo.
Las personas del pueblo lo conocían.
Lo respetaban.
Pero cuando ella preguntaba por él…
Se cerraban como una muralla.

—Ah, Camilo es un buen hombre, querida. No hay mucho más que decir.
—Solo un protector del cementerio, nada más.
—¿Quieres más pan? Hablemos de otra cosa.

Nadie decía nada concreto.
Y no era porque no lo supieran…
Era porque no confiaban en ella.

Un día, mientras caminaba por el mercado, escuchó a dos ancianas murmurando:

—Esa chica ha estado preguntando por Camilo.
—Sí, lo sé. ¿Será de fiar?

Elena se detuvo en seco.
No hablaban bajo. No lo suficiente.
Y no era miedo lo que había en sus voces.
Era protección.

El pueblo protegía a Camilo.
Como si él fuera algo más valioso de lo que ella podía imaginar.

Elena no insistió más.
Pero ahora, más que nunca, quería saber quién era realmente el Guardián del Cementerio.

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Niños curiosos y fantasmas traviesos

La noche cayó sobre la ciudad, y con ella, las travesuras comenzaron.
Un grupo de adolescentes —nietos de las ancianas del pueblo— se reunió en secreto.

—Vamos al cementerio.
—Dicen que El Pacificador todavía ronda por las noches.
—¿Creen que sea un fantasma de verdad?

Riendo y murmurando, se escabulleron entre las sombras.
No sabían que alguien ya los esperaba.

Diego, el fantasma más travieso del cementerio, los vio acercarse y no perdió la oportunidad.
Apareció de golpe, flotando entre las lápidas con una forma espectral distorsionada.

—¡Buh!

Los chicos gritaron y se abrazaron unos a otros.

—¡¿Vieron eso?! ¡Es real!

Diego se reía, disfrutando el caos… hasta que una voz tranquila lo detuvo.

—Ya basta, Diego.

Camuel caminaba entre las tumbas, su linterna brillando suavemente.
Los chicos lo miraron con los ojos muy abiertos.

—¿Camilo? —susurró uno.

Camuel sonrió con calma.

—Está bien jugar un poco, pero no los asustes demasiado.

—Oh, vamos —bufó Diego—, apenas los estaba calentando.

Camuel miró a los chicos, que aún temblaban, y se cruzó de brazos.

—Ya que están aquí… ¿Quieren escuchar algunas historias?

Los adolescentes se miraron entre sí.
Habían venido buscando miedo…
Pero ahora tenían al mismísimo Guardián del Cementerio ofreciéndoles historias de fantasmas.

—¡Sí, por favor!

Camuel se sentó sobre una lápida.

—Está bien… pero no se asusten demasiado.

Y comenzó a contar.
Historias de almas perdidas, de espíritus errantes, de sombras que vagaban sin destino.
Pero en lugar de miedo, los chicos mostraban fascinación.

Camuel los observó con una sonrisa suave.
Sentía algo familiar.
Una nostalgia cálida.

Era lo mismo que sentía cuando Lucas era niño y lo atosigaba con preguntas sobre fantasmas.

—Es como estar rodeado de muchos Lucas… —murmuró para sí.

Diego rio a su lado.

—Felicidades, acabas de fundar tu propio club de fans.

Camuel suspiró, pero no pudo evitar reír.
Tal vez… no era tan malo.

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La Caravana Nocturna

Camuel suspiró mientras caminaba por el sendero del bosque, rodeado por siete adolescentes emocionados.

No tenía planeado traerlos hasta su casa, pero después de horas de historias, insistieron en ver dónde vivía el legendario Pacificador.

—¿En serio vives en el bosque? —preguntó uno, con los ojos brillando.
—Sí. —respondió Camuel con calma—. Siempre lo he hecho.
—¡Eso es tan genial!

Diego flotaba a su lado, encantado con la escena.

—Tienes un club de fans, Camuel.

Camuel solo suspiró.

Cuando llegaron, lo primero que vieron fue a Lucas en la puerta, brazos cruzados y expresión de puro enojo.

—¡Camuel!

—¿Sí?

—¡Tienes que dormir!

Los chicos se quedaron callados un segundo… y luego se echaron a reír.

—¿Nos está retando como si fuéramos niños?
—¿Quién es él?

Lucas los miró con severidad.

—Soy su niñera.

Camuel se llevó una mano a la cara.

—No exageres.

—¡No exagero! —replicó Lucas—. ¡Tienes que dormir! ¡Es parte de la lista de reglas que YO escribí para TI!

Camuel arqueó una ceja.

—No sabía que te lo tomarías tan en serio.

—¡Tú me pediste ayuda! —replicó Lucas, exasperado—. ¡Y ahora andas a medianoche por el bosque con siete niños!

—Eh, técnicamente no somos niños —dijo uno de los chicos.

Lucas lo miró con un gesto que decía “para mí sí”.
Los chicos rieron de nuevo.

—Los traje para que no se perdieran —explicó Camuel pacientemente.

Lucas suspiró, derrotado.




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