Lucas se estiró con un largo bostezo frente a la computadora, mientras la lista de casos nuevos se actualizaba sin piedad.
Casas embrujadas, sombras en los techos, lamentos en los sótanos, demonios haciendo huelga en tiendas… lo de siempre.
Suspiró.
—Todos quieren ayuda y nadie quiere dormir —murmuró, masajeándose las sienes.
Aun así, no podía quejarse.
Era bueno en lo que hacía. El mejor.
No un charlatán con incienso barato ni un cazafantasmas de feria.
Lucas trabajaba con precisión y resultados impecables.
Y por eso, su negocio prosperaba.
Y, de paso, él también.
—Veamos… —murmuró, pasando la vista por los nuevos informes—. Espíritu agresivo en un hotel, familia aterrada por ruidos en el sótano, demonio menor en una tienda…
Hizo una pausa y soltó un silbido.
—El de la tienda suena divertido.
Apagó la computadora, se puso de pie y miró su máscara sobre el escritorio.
Mitad blanca, mitad gris. Simple, sin adornos.
Perfecta para pasar inadvertido.
Su identidad, su mayor secreto.
Se la colocó con práctica facilidad.
Y, sin hacer ruido, abrió la ventana.
Las sombras lo recibieron como viejas amigas, envolviéndolo hasta hacerlo desaparecer.
Era hora de trabajar.
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La admiración de Camuel
Camuel observaba desde su ventana, con los brazos apoyados sobre el marco, viendo cómo la luz del monitor de Lucas parpadeaba en la oscuridad.
El escritorio estaba lleno de notas, papeles, café frío y uno que otro dulce olvidado.
Lucas no se detenía nunca.
De noche cazaba demonios.
De día organizaba casos… y, entre medio, encontraba tiempo para regañarlo por no dormir o comer.
Camuel sonrió, divertido.
Siempre lo había admirado.
Lucas vivía entre la luz y la oscuridad, sin perderse en ninguna.
Un pie en el mundo de los vivos, otro en el de los muertos.
Y de algún modo, había encontrado equilibrio.
—No le teme a la oscuridad… pero tampoco se deja tragar por ella. —pensó.
Sabía que Lucas no soportaba estar solo. Desde niño buscaba propósito, compañía… y aun así, había decidido quedarse aquí. Con él.
No por deber.
Sino porque quería.
—Qué gran amigo eres, Lucas —murmuró.
A veces, Lucas no decía lo que sentía. Pero lo demostraba en cada acción, en cada pelea absurda sobre “la lista de horarios saludables”.
Por eso Camuel lo protegería siempre.
Porque, al final, Lucas era su luz en la sombra.
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Lucas vs. La Hermandad
La noche estaba quieta. Demasiado.
Lucas se movía entre las sombras, su máscara reflejando el tenue brillo de los faroles.
Había seguido la pista de un demonio menor hasta una tienda cerrada… pero algo no encajaba.
Nada destruido.
Nada fuera de lugar.
Y lo peor: no sentía energía demoníaca suelta.
Se agachó tras un estante y miró con atención.
Tres figuras encapuchadas formaban un círculo de invocación.
Integrantes de la hermandad.
Y, en el centro, el demonio. Encadenado con sombras, gruñendo entre dientes.
Lucas frunció el ceño.
—No lo exorcizan… lo están controlando.
—¿Listo para la transferencia? —susurró uno.
—Sí. Si funciona, podremos replicarlo con otros demonios.
Lucas rodó los ojos bajo la máscara.
—Genial… científicos locos versión siglo XXI.
Saltó al centro del círculo, desatando una ráfaga de luz y oscuridad mezcladas.
Los tres encapuchados volaron hacia atrás como muñecos de trapo.
El demonio se agitó, confundido.
Lucas levantó una mano.
—Tranquilo, grandote. No sé qué pensaban hacer contigo, pero esto termina aquí. Esto va a doler solo un poco.
Una mezcla de sombra y luz se extendió desde sus dedos, purificando el área.
El demonio rugió, se encendió como una brasa y se desvaneció.
Silencio.
Lucas miró a los tres hombres tirados.
Uno logró arrastrarse hasta una pared, jadeando.
—Maldito… niño…
Lucas cruzó los brazos.
—Escuchen bien: no me importa lo que hagan en las sombras. Pero si siguen jugando con demonios…
Hizo una pausa. Su voz se volvió baja, firme.
—Los borraré de la faz de la Tierra.
Los tres lo observaron en silencio.
Lucas exhaló, dio media vuelta y se perdió entre las sombras.
Pero sabía que la Hermandad no se detendría tan fácilmente.
Otra noche, otro desastre prevenido.
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Pago por un trabajo bien hecho
Un viento frío sopló en la azotea mientras Lucas se dejaba caer sobre el borde.
Todavía con la máscara puesta, miró hacia la tienda.
Los empleados salían poco a poco, temblando, aliviados.
Su máscara aún cubría su rostro, pero su mente seguía procesando lo que acababa de pasar.
“La Hermandad jugando con demonios… eso no es bueno.”
Antes de que pudiera seguir con su análisis, su celular vibró en su bolsillo.
Lo sacó y miró la pantalla.
Transferencia recibida.
Lucas sonrió.
—Nada mal para una noche de trabajo —murmuró, guardando el móvil.
Desde abajo, una de las mujeres levantó la vista, intentando encontrar a su misterioso salvador.
Lucas sabía que no podían verlo. Movió una mano.
—De nada.
Y, envuelto por las sombras, desapareció.
Otro trabajo perfecto.
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El Juego de Diego
Diego flotaba entre las lápidas del cementerio, saltando de una a otra con agilidad espectral.
Le encantaba la noche. Le encantaba el silencio.
Y, sobre todo, le encantaba estar libre.