Isaac tomó su maleta sin prisa y se acomodó la bata blanca con un tirón suave.
—Bueno… no pienso que deba quitármela —murmuró, como quien ya aceptó su destino raro.
Tenía mil preguntas rondándole la cabeza, pero su sonrisa seguía tranquila, casi curiosa.
¿Alguien vivo pidiendo ayuda para un fantasma herido?
Eso sí que era nuevo… incluso para él.
Nunca dejó de asombrarse desde que descubrió su don: ver energías, sentir espíritus, analizar almas como si fueran órganos. Para otros, la muerte era un final; para él, era otro paciente más haciendo fila.
Recordaba claramente la primera vez que tocó un alma.
Un cuerpo sobre la camilla, estudiantes mirando, bisturí listo…
Y al hacer el primer corte, su mano no tocó carne.
Atravesó el cuerpo.
Y agarró algo más.
El alma del difunto, atrapada ahí, a medio camino de la nada.
Podía sentirla, examinarla, manipularla… pero nadie más podía verla.
Nadie le creyó.
Así que dejó la medicina de los vivos y abrazó su nuevo camino:
Sanar fantasmas.
A veces atendía almas heridas por demonios; otras, espíritus huyendo de encapuchados que hablaban de “equilibrio” y “sacrificios”. Nunca preguntaba demasiado. Solo hacía su trabajo.
Pero esta noche… algo olía distinto.
Cerró su maleta, miró su reflejo en la ventana fría de la morgue y sonrió con esa calma extraña que tenía.
—Me pregunto qué clase de paciente tendré hoy.
Y con eso, salió hacia la noche.
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El Encuentro con el Guardián del Equilibrio
Isaac manejó tranquilo, con la radio tocando música suave mientras la ciudad dormía.
El punto de encuentro estaba en lo profundo del bosque, cubierto por neblina.
Detuvo el auto, apagó las luces, miró alrededor.
Silencio. Sombra. Nada más.
—Qué cliché —murmuró, agarrando su maleta.
Pero entonces lo vio.
Una figura alzándose entre la niebla, inmóvil como una estatua.
Alto, capa oscura, máscara mitad blanca y mitad gris.
Los ojos detrás de la máscara lo examinaban como un cirujano antes de abrir el bisturí.
Isaac arqueó una ceja.
—Déjame adivinar… ¿tú eres el que necesita ayuda o el que me va a enterrar en el bosque?
La figura permaneció quieta por un instante.
Y luego respondió con una voz grave pero joven:
—Soy el que te pagará si puedes salvar a mi amigo.
Isaac sonrió apenas.
—Me gusta el sonido de eso.
Enderezó la maleta y avanzó.
—Ahora dime… ¿dónde está mi paciente?
Lucas caminaba delante, guiando a Isaac por el sendero oscuro.
Su capa negra se movía con el viento; su máscara seguía firme en el rostro.
Y no decía ni una palabra.
Isaac lo observó mientras avanzaban.
—Bueno, esto es incómodo. ¿Eres siempre tan callado o solo cuando conoces gente nueva?
Nada.
Isaac suspiró, sacando una libreta.
—Está bien, al menos dame los datos básicos. Debo hacer una ficha médica aunque sea para un fantasma.
Lucas bufó, pero respondió:
—Se llama Camuel.
Isaac lo anotó.
—Perfecto. Edad, causa de muerte, historial… todo lo usual.
Lucas se detuvo un segundo, luego continuó.
—Es complicado.
—Complicado es mi segundo nombre —dijo Isaac, sin levantar la vista.
Lucas no reaccionó.
—¿Alguna condición especial? ¿Heridas previas?
—Nada es simple con él.
Isaac rodó los ojos.
—Chico, te prometo que no soy un estafador. Pero necesito información.
Lucas se detuvo de golpe.
Lucas levantó las manos y se quitó la máscara con un suspiro pesado.
Debajo, su rostro mostraba puro agotamiento.
—Está bien… te diré la verdad.
Isaac cruzó los brazos, atento.
—Camuel no es un fantasma común —dijo Lucas.
—Me imaginé —respondió Isaac.
Lucas continuó, la voz baja, sincera.
—Murió hace casi doscientos años… pero sigue aquí. Y no solo como espíritu. Tiene un cuerpo. Como si fuera vivo.
Isaac parpadeó.
—Bueno… eso sí que es interesante.
—Interesante no es la palabra —bufó Lucas—. Hace poco salvó a un niño y terminó siendo atropellado. Y sangró.
Isaac anotó rápido.
—Y esa sangre… ¿era roja, caliente?
Lucas asintió.
Isaac soltó una risa suave.
—Dios… ahora sí quiero conocerlo.
—¿Puedes ayudarlo o no? —preguntó Lucas, ya casi desesperado.
Isaac cerró su libreta.
—Si lo que dices es cierto, sí. Pero necesito verlo.
Lucas suspiró, se puso la máscara debajo del brazo y siguió caminando.
—Vamos. Y si intentas hacerle daño… te arranco el alma con mis propias manos.
Isaac sonrió.
—Me agradas, chico.
Mientras avanzaban, Lucas no podía dejar de pensar.
Isaac sabía demasiado… pero al mismo tiempo, demasiado poco.
—Tú ves fantasmas —dijo Lucas—. Los sanas. Pero dime… ¿qué sabes sobre los Guardianes de la Luz y la Sombra?
—Guardianes de qué —preguntó Isaac, sincero.
Lucas se detuvo, incrédulo.
—¿Nunca escuchaste de la Hermandad de las Sombras? ¿De los Guardianes del Equilibrio?
Isaac negó con la cabeza.
—He visto encapuchados raros, sí. Persiguen fantasmas, hacen rituales feos. Pero nunca supe sus nombres, tampoco quería preguntar.
Lucas apretó los dientes.
¿Cómo un tipo así pasó desapercibido…?
—Bueno, ahora lo sabes —dijo finalmente—. Y no quieres que la Hermandad sepa de ti.
Isaac se encogió de hombros.
—Si llegan a molestarme, les hago una cirugía gratis. Sin anestesia.
Lucas suspiró.
Definitivamente estaba loco. Pero útil.
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