Camuel Talio: La Luz Que Siente

Eligiendo Vivir

Camuel observó sus propias manos con una mezcla de curiosidad y duda.

A ratos eran sólidas… a ratos se volvían casi transparentes.

Como si su existencia aún no hubiera elegido de qué lado quedarse.

Pero él sí lo hizo.

Alzó la mirada hacia Lucas, con una sonrisa que le nació sin permiso.

—Creo que voy a seguir tu consejo, Lucas.

Lucas parpadeó, sorprendido.

—¿Mi consejo?

Camuel asintió, sintiendo ese calorcito que tanto lo confundía.

—Quiero… disfrutar un poco de la vida.

Y al decirlo, su cuerpo dejó de parpadear. La luz se estabilizó.

La realidad lo abrazó por completo.

Isaac lo observó con interés científico.

—Huh… así que eso era todo.

Lucas sonrió con ese orgullo exagerado que llevaba de serie.

—¡Por supuesto! Yo siempre tengo razón.

Isaac chasqueó la lengua.

—Bueno, no exageremos.

Ro movió la cola, satisfecho.

—Pues ahora solo queda ver cómo te las arreglas en el mundo de los vivos, niño.

Camuel respiró hondo… y sintió el peso del aire.

Real, tangible.

Lucas se acercó y le dio una palmada en la espalda.

—Bienvenido a la vida otra vez, Camuel. Prepárate, porque ahora yo seré tu maestro oficial.

Un escalofrío recorrió a Camuel.

—Eso suena… aterrador y peligroso.

Isaac soltó una pequeña carcajada.

—Lo primero que va a enseñarte es a posar como un héroe barato.

Lucas se indignó.

—¡Oye! ¡Mis poses heroicas son arte!

Camuel suspiró… pero sonrió.

Quizás vivir otra vez no sería tan terrible.

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Camuel dormía profundamente, respirando con calma.

Lucas lo miró desde la puerta, preocupado.

—¿Está bien? —preguntó, lleno de ansiedad.

Isaac, recogiendo sus cosas con total tranquilidad, respondió:

—Está exhausto. Después de lo que pasó, su cuerpo y su energía necesitan descanso.

Lucas soltó un suspiro de alivio… que le duró exactamente tres segundos.

Isaac tomó una hoja, anotó algo con su caligrafía perfecta… y se la entregó.

Lucas leyó.

Parpadeó.

Volvió a leer.

Y tiró la hoja al suelo como si quemara.

—¿¡ESTÁS MAL DE LA CABEZA!? ¡ESTO ES UN ROBO!

Isaac se cruzó de brazos como quien observa a un niño en berrinche.

—¿De qué hablas? Es lo mínimo que cobro; además, estaba escrito en la página web.

Lucas se inclinó, recogió la hoja y volvió a verla, como si los números fueran a cambiar por arte de magia.

No lo hicieron.

La cifra tenía demasiados ceros.

Lucas se agarró la cabeza.

—¡No puedo pagar esto! O sea, tengo dinero, pero esto es ABSURDO.

Isaac se encogió de hombros tranquilo.

—Tu amigo es un caso único en la historia. Eso vale extra.

Lucas señaló, furioso.

—¡Te lo juro, eres peor que la Hermandad!

Isaac sonrió.

—Auch… aunque al menos yo no intento matarte, ¿verdad?

—¡Eso no ayuda!

Ro intervino desde una esquina:

—Si trabajara por altruismo, ya estaría muerto de hambre.

Lucas respiró hondo, intentando no gritar otra vez.

—¿Podemos… negociar?

Isaac levantó una ceja y sonrió afilado.

—Depende. ¿Qué tienes para ofrecer?

A Lucas le recorrió un escalofrío tan intenso que hasta Ro lo sintió.

Esto solo podía empeorar.

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Isaac salió al pasillo, inspeccionando la casa como quien revisa un museo privado.

—Interesante lugar —murmuró, acercándose a las habitaciones del fondo.

Lucas sintió cómo una gota imaginaria bajaba por su sien.

Con Isaac, esa sonrisa significaba problemas.

—Bien, chico —dijo Isaac finalmente, girándose con una sonrisa que no presagiaba nada sano—. ¿Qué te parece si me dejas quedarme un tiempo?

Lucas se quedó congelado.

—…¿Qué?

Isaac apoyó un hombro contra el marco de la puerta.

—Tu amigo es extraordinario. Nunca he visto un caso como él y quiero estudiarlo.

Lucas frunció el ceño con el instinto de un padre primerizo.

—No me gusta cómo suena “estudiarlo”.

Isaac levantó las manos.

—No lo voy a abrir como una rana, tranquilo.

Lucas siguió sospechando.

—Además —continuó Isaac—, quiero aprender sobre los Guardianes y esa Hermandad tuya. Es un mundo fascinante… Tengo curiosidad.

Lucas apretó los dientes.

—Déjame adivinar… ¿Esto es parte del pago?

Isaac sonrió con la dulzura de un gato que acaba de tumbar una planta.

—Podría decirse, es un trato justo.

Desde la habitación, una voz adormilada interrumpió la discusión:

—Déjalo quedarse, Lucas…

Camuel no abrió ni los ojos.

Solo quería dormir.

Lucas se volvió como si lo hubieran apuñalado.

—¡¿En serio?!

Isaac sonrió, victorioso.

—Es oficial. Quedo alojado.

Lucas se masajeó las sienes con desesperación creciente.

—Me voy a arrepentir tanto…

Ro, por supuesto, disfrutaba cada segundo.

—Oh, absolutamente.

Isaac guardó su maleta y se preparó para salir.

—Bueno, yo me voy por hoy. Mañana vuelvo con mis cosas.

Lucas arqueó una ceja.

—¿Con tus cosas? …Genial, ahora es oficial. Tenemos un inquilino.

Isaac sonrió.

—Al menos tengo un buen auto. Eso suma puntos.

Ro bostezó desde la ventana.

—Suma ruido, más bien.

—¿Seguro que no te quedarás a vigilar a Camuel toda la noche?

—No puedo. Tengo trabajo en la morgue. Mis pacientes normales también existen, sabes.

Isaac hizo un saludo burlón.

—Nos vemos mañana. No dejen que el alma de Camuel se les escape.

La puerta se cerró.

Silencio.

Lucas se dejó caer en una silla, mirando al techo.

—¿Por qué a mí?

Ro ronroneó.

—Porque eres divertido de ver cuando sufres.

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