Taylor se acomodó en la silla del estudio, intentando que la calma alcanzara su pecho, pero las luces brillantes y los flashes de las cámaras parecían atravesarla como cuchillos. Inspiró hondo, respirando entre el ruido de los micrófonos y el murmullo de los asistentes.
—Taylor, ¿cómo te sientes tras la ruptura? —la primera pregunta llegó como un disparo, directo al centro de su pecho.
Sonrió apenas, pero la curva de sus labios no llegó a los ojos. Por dentro, todo temblaba. Intentó ordenar las palabras, pero antes de que pudiera hablar, otro periodista se inclinó sobre el micrófono:
—¿Volverías con él si tuvieras la oportunidad?
Taylor tragó saliva, buscando aire en la sala llena de miradas expectantes. Intentó responder, pero otro ya lanzaba la siguiente pregunta:
—¿No crees que tu relación pública con él afectó tu música?
—¿Por qué aún no has hablado de esto en tus redes?
—¿Qué sentiste cuando lo viste con alguien más?
Cada pregunta caía sobre ella como una ráfaga imparable, y los flashes de las cámaras le quemaban la piel. El corazón le latía a mil por hora, y por un instante, pensó que se desmoronaría ahí mismo. Cada interrupción la empujaba más hacia el borde de la desesperación.
—Solo quiero concentrarme en mi música —murmuró, casi para sí misma—. Eso es lo único que importa ahora.
Pero su voz se perdió entre un nuevo aluvión de preguntas, y el intento de mantener la compostura fue inútil. Sus manos temblaban sobre el regazo, el cuaderno que siempre la anclaba a algo tangible se deslizaba entre sus dedos. Intentó sonreír, intentó ordenar las palabras, pero todo salió torcido: palabras cortadas, respuestas confusas, gestos que parecían nerviosos en lugar de elegantes.
Un fotógrafo se adelantó con otra pregunta sobre su ex, y Taylor cerró los ojos un instante, sintiendo el calor de las lágrimas que amenazaban con escapar. La sala entera parecía girar a su alrededor: los micrófonos, los flashes, los murmullos, todo presionándola hasta el límite. Finalmente, cuando la entrevista terminó, se levantó tambaleándose, con la sensación de haber fallado ante todo el mundo, y con la garganta ardiendo de tanto contenerse.
Taylor se dejó caer en el sofá de su habitación de hotel, el ruido de la entrevista todavía retumbando en su cabeza, como un eco que no quería callar. Su manager, Jordan, se apoyaba en el marco de la puerta, ceño fruncido, brazos cruzados.
—Taylor... ¿qué pasó ahí? —preguntó con cuidado—. Te vi temblar, las respuestas se cortaron, las frases no tenían sentido...
Taylor suspiró y bajó la mirada, abrazando la almohada contra su pecho, como si pudiera apretarla lo suficiente para contener todo el caos que sentía.
—Lo sé —murmuró—. Fue... demasiado. Todo el mundo preguntando, los flashes, cada palabra que decía parecía mal...
—¿Y el álbum? —insistió Jordan, intentando mantener el tono profesional—. La prensa quiere saber si estás lista para empezar con la nueva producción.
Taylor cerró los ojos, sintiendo el peso de todo: la música, los tours, la expectativa de un disco exitoso a los 33 años y el vacío que había dejado el amor perdido. Su garganta ardía de tanto contenerse, y sus manos temblaban apenas al apoyarlas sobre la almohada.
—Estoy trabajando en eso —dijo finalmente, en voz baja—. Pero necesito tiempo. No puedo concentrarme en componer mientras intento mantenerme cuerda con el tour que empieza la próxima semana.
Jordan asintió lentamente, con una mezcla de comprensión y preocupación.
—Ok... solo recuerda que la gente espera mucho, y la industria no perdona pausas largas. Pero... si necesitas tiempo, lo entiendo, Taylor. Solo no te alejes demasiado de la música, ¿sí?
Taylor esbozó una sonrisa débil, abrazando la almohada un poco más fuerte.
—Lo sé... lo sé. Solo necesito organizarme, respirar un poco antes de volver al estudio.
Hubo un silencio cálido, casi familiar, mientras Jordan se retiraba dejando la puerta entreabierta. Taylor escuchó el sonido apagado de sus pasos y luego el clic de la puerta al cerrarse del otro lado del pasillo. Por un momento, la habitación quedó en silencio, pero no era un silencio liberador. Era un silencio que le recordaba la soledad que siempre se escondía detrás de las luces y los flashes.
Al cerrar la puerta de su habitación por completo, el bullicio del mundo quedó atrapado en los pasillos. Taylor respiró hondo, apoyando la espalda contra la madera fría, pero el alivio duró apenas un instante. Todo lo que había dejado en la maleta parecía ajeno: ropa doblada con precisión, souvenirs de giras, cartas que no había abierto... cada objeto parecía un eco de la persona que había sido, de la adolescente que soñaba con escribir canciones, enamorarse y tener un "felices para siempre".
Se dejó caer sobre la alfombra, rodeada de las pocas cosas que aún conservaba: fotos arrugadas, cartas dobladas, recuerdos que se aferraban a su mano con un hilo invisible. El tacto de cada papel, cada imagen, parecía un recordatorio de lo que había perdido y de lo que aún no podía recuperar.
Tomó la guitarra que descansaba en la esquina, fría al tacto, y la acercó a su pecho. Los dedos comenzaron a moverse sobre las cuerdas, buscando una melodía que pudiera expresar lo que sentía. Pero las notas salían vacías, huecas, incapaces de capturar el dolor que la consumía desde adentro. Cada rasgueo le recordaba la distancia entre lo que quería decir y lo que podía comunicar.
Se levantó lentamente, con la guitarra colgando de su hombro, y caminó hasta la ventana. Miró la ciudad iluminada por la noche, luces que parecían diminutas estrellas, pero ninguna podía alcanzarla. Dejó que las lágrimas rodaran sin resistencia, viendo cómo el dolor se mezclaba con la presión que sentía: los años, las expectativas, el amor perdido, la carrera que podía desvanecerse si no lograba sacar un álbum exitoso.
Se dejó caer al suelo, rodeada de los pocos objetos que aún conservaba: fotos arrugadas, cartas dobladas, recuerdos que se aferraban a su mano como si supieran que ella también necesitaba aferrarse. Cada textura, cada aroma, cada color le recordaba quién había sido y lo que había perdido.