Canciones para el número 87

New Heights

El concierto estaba llegando a su final, y Travis sentía un sabor agridulce por ello.
Le había encantado cada momento, cada canción, cada gesto de ella. Quería escuchar solo una más.

Como si Taylor pudiera leerle la mente, volvió a surgir del escenario. Las luces se tornaron de un tono rosado anaranjado, envolviendo el lugar en una vibra más romántica. Ella emergió con un vestido lila enorme, como una princesa salida de un cuento.

—¡Espero que estén listos para la última canción del concierto! —anunció con una sonrisa que hizo que el público estallara.

Los gritos llenaron el estadio. Travis quedó sorprendido; durante todo el show el ruido había sido ensordecedor, pero escuchar cómo los fans la pedían, la querían, tanto como él… era distinto.

Taylor esperó a que la euforia bajara antes de hablar otra vez:

—Esta última canción toca un lugar muy cerca de mi corazón. Es algo personal —hizo una breve pausa cuando los gritos volvieron a subir, riendo suavemente—. Ustedes me conocen. Esta última canción… quiero que la canten conmigo. Por todos los soñadores del amor, por quienes no tienen miedo de seguir intentándolo, y se aferran a su “felices para siempre” aunque el mundo no crea en ello.

La multitud encendió las linternas de sus celulares como si supieran exactamente cuál iba a cantar. Las primeras notas sonaron, y el estadio se volvió un espectáculo de luces que latían al ritmo de la melodía.

Travis quedó completamente absorto, hipnotizado por la forma en que ella dejaba fluir sus emociones. Cada palabra, cada movimiento, parecía tener un peso distinto.

“Te di todo mi amor, pero tú solo me dijiste adiós…”

Los fans gritaron el verso al unísono, y Travis sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo.
Si existía alguien capaz de atrapar a una multitud entera con solo su voz, la acababa de conocer.
Y no podía evitar pensarlo: necesito verla.

El concierto había terminado, pero Travis no se había movido de su lugar. El estadio empezaba a vaciarse, y aun así él seguía ahí, con la pulsera de la amistad guardada en su bolsillo. Nadie conocía mejor el estadio que él mismo; si alguien podía conseguir un momento para verla, era Travis Swift.

Mientras Kylie se quedaba conversando con algunos de sus compañeros de equipo, Travis y Jason se dirigieron al ascensor.

—Gladys, ¿cómo estás? —saludó él, con su sonrisa más grande.

—Travis Swift —respondió ella divertida—. Estoy muy bien. ¿Qué hacen por aquí, chicos?

Travis pasó un brazo por encima del hombro de la guardia, dándole un medio abrazo amistoso.

—Acabamos de ver el concierto. Quería preguntarte si podrías dejarnos pasar un segundo. Solo quiero entregarle algo que hice para ella —sonrió más ampliamente, guiñándole un ojo—. Te prometo que no me lleva más de diez minutos.

Gladys rio. Si alguien sabía cómo abrirse paso, era él.

—Lo siento mucho, Travis. Me encantaría, pero no tengo autorización.

—Oh, vamos, Gladys. Sabés que vos sos la jefa. Nadie va a notar que estamos ahí —insistió, encantador.

Ella lo miró con las manos en la cintura. —Travis, vos y Jason miden casi dos metros. Te aseguro que más de una persona notaría que están en un lugar donde no deberían.

Jason no pudo evitar reír. —Prometo que estaremos en nuestra mejor conducta. Nada de locuras.

Gladys suspiró, divertida. Todos sabían cuánto adoraba a esos chicos, pero aún así negó con la cabeza.

—Lo siento, de verdad. Sé que se comportarían bien, pero no puedo dejarlos pasar.

Cuando salieron del estadio, Kylie ya los esperaba dentro del auto.

—Bueno —dijo ella, alzando una ceja—, ¿cómo les fue?

Jason soltó una carcajada mientras se subía al asiento. —Tenías que estar ahí, Kylie. Travis sacó su sonrisa más encantadora y aun así lo rechazaron.

El auto se llenó de risas. Jason seguía riendo a carcajadas mientras imitaba la escena, y Travis negaba con una media sonrisa.

—No importa —dijo finalmente, recostándose en el asiento—. Nada que no me haya pasado antes. Estoy seguro de que voy a conseguir contactarla.

Kylie sonrió, negando suavemente mientras ponía el auto en marcha. —Siempre tan confiado, ¿eh?

—Siempre —respondió Travis, mirando por la ventana cómo las luces del estadio se alejaban.

En otro punto de la ciudad, Taylor se dejó caer en el sillón de su camerino.
El concierto había sido un éxito rotundo, y su cuerpo aún vibraba con la adrenalina. Aquella última canción se había sentido como una liberación.

La música la transportaba a un lugar donde nada parecía imposible, y le encantaba cómo sus fans se unían a ella como si compartieran un mismo corazón.

—¡Taylor! —una de las asistentes entró con una tablet en la mano—. ¡Qué concierto! Los chicos de producción ya están guardando todo, el meet & greet terminó y la maquillista viene en unos minutos para sacarte el maquillaje. Tenemos vuelo en cinco horas rumbo a Rhode Island.

Taylor asintió con una sonrisa cansada, pero satisfecha. —Perfecto. Fue una buena noche.

Y lo había sido. Aunque aún no lo sabía, esa noche también había cambiado algo más que su música.

Jason estaba ajustando su micrófono mientras Travis revisaba su teléfono por enésima vez. El piloto rojo de la cámara parpadeó, y la grabación comenzó.

—Bienvenidos a otro episodio de New Heights —anunció Jason con su voz grave y entusiasta—, el podcast donde hablamos de fútbol americano, familia y de cómo mi hermano intenta convertirse en un rompecorazones del pop.

Travis lo miró de reojo, conteniendo la risa.
—Eso no está en el guion, hermano.

—Nunca seguimos el guion —replicó Jason con una sonrisa torcida—. Así que contá, Trav. Fuiste al concierto. ¿Qué tal fue ver a la mujer más famosa del planeta cantar frente a setenta mil personas?

Travis se acomodó en su asiento, tratando de sonar relajado, aunque sus ojos todavía brillaban con el recuerdo.
—Fue… increíble. No sé ni por dónde empezar. Pensé que sabía lo que era un buen show hasta que la vi a ella. Es como si cada detalle, cada palabra, cada coreografía estuviera pensado para que el público se sintiera parte.




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