Canciones para el número 87

Dreamland

A veces, lo más difícil no es escribir una canción, sino decidir qué parte de tu historia estás dispuesta a volver a cantar.

Taylor todavía podía sentir el rugido del estadio en los oídos. Las luces, el público gritando el nombre de Travis, el momento exacto en que sus miradas se cruzaron y él, cubierto de sudor y euforia, sonrió como si solo ella existiera.
Había pasado una semana, pero su mente seguía repitiendo esa escena como si fuera un videoclip que no podía dejar de ver.

Suspiró.
El sonido de su propio nombre la devolvió a la realidad.

—Taylor, necesitamos concentrarnos —dijo Jason, su manager, inclinándose hacia ella desde el otro lado de la mesa.

La sala de reuniones estaba inundada por una luz blanca y fría. Frente a ella, una carpeta gruesa con el título “Masters Ownership & Re-Recording Strategy” marcaba el peso del problema que debía enfrentar. A su lado, un grupo de abogados repasaba documentos con precisión quirúrgica.

—Como sabés —empezó uno de ellos, un hombre de traje gris con una voz medida—, los derechos de tus primeras seis producciones aún pertenecen a Big Machine Records. Legalmente, ellos poseen los masters, es decir, las grabaciones originales. Aunque vos sos autora y compositora, no controlás esas versiones.

Taylor asintió en silencio. Era una historia que conocía demasiado bien, pero escucharla en voz alta siempre dolía.

—¿Y qué pasa si los vuelvo a grabar? —preguntó, cruzando los brazos sobre la mesa.

La abogada a su izquierda —una mujer joven, con el cabello recogido y una mirada aguda— intervino con seguridad:
—Es totalmente posible. Según el contrato que firmaste en su momento, ya expiró la cláusula de re-recording restriction. Tenés derecho a producir nuevas versiones, siempre y cuando no sean copias exactas: pueden mantener la esencia, pero deben tener una nueva interpretación, una nueva mezcla, y registrarse con diferente ISRC para que los derechos sean tuyos.

—En términos simples —añadió su manager—, si regrabás los álbumes, los nuevos se convierten en los “oficiales”. Con tu base de fans, las viejas versiones van a perder valor en el mercado.

Taylor guardó silencio por unos segundos. Miró sus manos. Pensó en todas esas canciones escritas en habitaciones pequeñas, en los años en los que su voz era más ingenua, en las lágrimas que alguna vez se mezclaron con el sonido de una guitarra.
Regrabar significaba volver a sentirlo todo.
Pero también significaba recuperar lo que era suyo.

—Entonces lo haremos —dijo finalmente, levantando la vista—. Vamos a empezar con Fearless.

Jason asintió, aliviado.
—Sabía que ibas a decir eso.

Y mientras todos comenzaban a hablar de cronogramas, estudios de grabación y equipos de producción, Taylor se permitió una última distracción.
Sacó el teléfono bajo la mesa y deslizó el dedo hasta encontrar el último mensaje que había recibido la noche anterior.

Travis:

Si cada jugada tuviera tu voz de fondo, creo que nunca perdería.

Ella sonrió sin darse cuenta, ese mensaje era el único sonido que realmente le importaba.

Travis no había podido sacarse de la cabeza la sonrisa de Taylor en el estadio.
Su madre le había asegurado que ella se había divertido, y eso lo había dejado con el corazón encendido. Le encantaba saber que Taylor había querido ser parte de su mundo.

Sacó su teléfono y abrió su chat con ella.
Leyó los últimos mensajes.

Taylor:

Estoy atrapada en una sala llena de abogados, necesito un rescate inmediato.

Travis:

¿Qué tan ilegal sería irrumpir con un casco y flores?

Se movió por la habitación, nervioso. Tenía una idea recurrente en la cabeza, pero aún no sabía cómo desarrollarla.
Sabía que esa semana sería un desfile de estrés para Taylor, y quería darle un respiro, un momento solo para ella… o tal vez para los dos.

Salió de la cocina y trotó hacia su estudio. Quería planear la cita perfecta, pero sin dejar de lado nada de lo que ella amaba.

Y tenía una guía perfecta frente a él.
Sentándose en su silla, abrió Spotify.

Con la libreta a mano, empezó a escuchar la lista de reproducción que ella le había compartido. Canción por canción, fue tomando notas, imaginando escenarios, colores, luces, detalles.
No tenía idea de cuánto tiempo había pasado, solo que, para cuando levantó la vista del escritorio, tenía la hoja llena de apuntes y una sonrisa tonta en el rostro.

Sabía exactamente lo que quería hacer.
Solo le quedaba un paso: encontrar la manera de invitarla sin que sonara a cita, pero deseando que ella entendiera que lo era.

Al día siguiente, camino a la práctica, Travis se sentía demasiado nervioso.
Nunca habían dejado en claro qué eran con Taylor, ni siquiera si eran algo, pero él estaba completamente seguro de una cosa: no quería ser solo su amigo.

Apretó el volante con fuerza mientras conducía, repasando mentalmente las mil formas de invitarla sin parecer desesperado.
Tenía todo planeado, cada detalle pensado, pero le faltaba la pieza más importante: ella.
Ironicamente, lo único que no podía controlar.

Al llegar al vestuario saludó a sus compañeros, aún perdido en su propio torbellino de ideas.
Para cuando pisaron el campo, el pitido del entrenador rompió el canto de las aves y el sonido del pasto húmedo bajo las zapatillas.
Travis tomó el balón y empezó a correr hacia el otro extremo, esquivando jugadores con la misma agilidad con la que esquivaba sus pensamientos.

—¿Creen que si le mando flores sería muy obvio? —gritó en medio de la carrera—. ¡Yo pienso que gritan cita!

Un par de risas se escucharon detrás de él.

—¡O tal vez podría hacerle una búsqueda del tesoro! —continuó, el balón aún firme en las manos—. ¡Con pistas! ¡Y al final encuentra un poema para descifrar!




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