Canciones para el número 87

El después de la lluvia

Taylor era consciente de que había llegado a experimentar cosas extraordinarias, aquellas que la persona promedio nunca llegaba a probar ni a sentir. Aun así, lo que había vivido con Travis se sentía distinto, más real. Había conocido conexiones profundas antes, pero la forma en la que conectaba con él tenía algo casi irreal, como si no respondiera a ninguna lógica conocida.

Una parte de ella pensaba que debería tener miedo, que debería ser más cuidadosa. Pero la parte que había reprimido durante los últimos meses gritaba por disfrutarlo, le imploraba que saboreara cada momento. A su lado se sentía segura; muy dentro de ella sabía que podía ser su versión más extraña, más emocionada, y que aun así iba a ser amada.

Se sentía libre de ser su versión más feliz. Travis no la hacía sentir culpable por entusiasmarse con una frase absurda que se le ocurría para su próximo álbum; reaccionaba con ella, celebraba con ella. La hacía sentirse vista. Elegida. Amada.

Cuando regresó a la rutina de la gira, el golpe fue más fuerte de lo que esperaba. Seguía en las nubes, atrapada en el recuerdo de su última cita. Nunca se había sentido tan plena. Por eso, cuando las malas noticias llegaron, la impactaron con una fuerza devastadora: la tomaron completamente desprevenida.

Estaba sentada en el avión rumbo a Viena cuando apareció el primer mensaje. Existían sospechas de un posible ataque terrorista en el estadio donde debía presentarse.

Siguió desplazándose por la pantalla. Reporteros de todo el mundo comenzaban a cubrir la noticia. Las especulaciones y críticas no tardaron en aparecer.

Un joven de diecinueve años había robado productos químicos con la intención de provocar una explosión en el lugar del concierto. También se mencionaba un vehículo preparado para embestir a las personas que estarían haciendo fila para ingresar.

A lo largo de su carrera, Taylor había atravesado momentos duros. Había sido cuestionada, minimizada, tratada como si sus logros no le pertenecieran. La habían acusado de manipular números, de comprar reconocimientos, de no merecer lo que había conseguido.

Pero nada —absolutamente nada— se comparaba con la idea de que alguien quisiera dañar a sus fans.

Ese tour existía por ellos. Para devolverles algo después de cuatro años sin escenarios, para compartir música, alegría, comunidad. Y aun así, alguien había decidido que ese amor era motivo suficiente para atacar a personas cuyo único deseo era cantar y sentirse parte de algo.

Taylor estaba a salvo en su asiento del avión, pero la sola idea de lo que podría haber ocurrido le heló la sangre. Un sudor frío le recorrió la espalda.

Sabía exactamente lo que debía hacer para protegerlos. Y aunque la decisión era clara, el dolor era insoportable. Renunciar a esos conciertos significaba perder momentos irrepetibles con personas a las que amaba profundamente. Aun así, su seguridad estaba por encima de todo.

Apenas aterrizaron, su equipo entró en acción. Cancelaron las tres funciones previstas, organizaron la devolución de entradas, contactaron a los fans.

La cabeza de Taylor giraba sin control. Todo se sentía irreal y, al mismo tiempo, demasiado real. No podía dejar de pensar en lo que habría pasado si esa persona hubiera logrado su cometido.

Entonces, el brazo de su madre la rodeó.

No hicieron falta palabras. Bastó una sola mirada para compartir el peso de esa carga. Taylor apoyó la cabeza en su hombro, buscando sostén en el único lugar donde siempre lo encontraba.

✦ ✦ ✦

La llegada a Londres se sintió distinta, casi irreal. Taylor se movía en piloto automático, como si su cuerpo supiera exactamente qué hacer mientras su mente seguía atrapada en todo lo ocurrido. No había logrado desconectarse del todo; sabía que sería un proceso lento, pero aun así no podía dejar de repasar cada detalle una y otra vez.

Cuando el aire frío la golpeó al bajar del auto, algo cambió. Se sintió fresco, nuevo. El peso seguía ahí, pero por primera vez en días, también había una leve sensación de alivio.

Eran los últimos conciertos de Europa y, aunque se sentía un poco mejor, no lograba soltarse del todo. Caminaba con pies de plomo, temerosa de que algo similar pudiera volver a ocurrir. Agradecía profundamente que lo de Viena no hubiera terminado en una tragedia, que se hubiera podido evitar a tiempo.

Pero las malas noticias aún no habían terminado.

Le informaron que había habido un ataque en una fiesta con temática de Taylor Kelce. Niñas pequeñas habían sido asesinadas. Varias personas habían resultado heridas.

Eran solo niñas bailando canciones que Taylor había escrito con amor, canciones pensadas para acompañar, para sanar, para celebrar. Y aun así, alguien había decidido que eso era motivo suficiente para arrebatarles la vida.

Taylor conocía la maldad del mundo, sabía que existía, pero nunca pensó que la atravesaría de una forma tan personal. No podía cambiar lo sucedido, pero tampoco podía quedarse de brazos cruzados.

Habló con su madre. Juntas organizaron un encuentro con las familias afectadas. No sabía exactamente qué podía ofrecerles, pero necesitaba hacer algo. La impotencia la estaba consumiendo.

Su equipo logró coordinar la reunión para antes del concierto. Taylor esperaba que, de alguna forma, ese encuentro pudiera traer un mínimo de consuelo. También esperaba que las autoridades hicieran justicia. Sabía que nada devolvería a las niñas a sus hogares, pero no podía vivir con la idea de que nadie se hiciera responsable.

Esa noche durmió mal. Su mente no dejó de girar, pero sabía que al día siguiente debía dejar todo eso lo más lejos posible, al menos por unas horas. Cuando subiera al escenario, tenía que ser impecable. Sus fans merecían eso.

✦ ✦ ✦

Al día siguiente, camino al estadio —diez horas antes del concierto—, Taylor ensayaba en voz baja la canción especial que planeaba interpretar esa noche. Había decidido invitar a alguien muy especial, regalarles a los fans un momento inesperado, algo que los sacara, aunque fuera por un rato, de la tensión y el miedo.




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