☆♡ Canciones para Hayle Jones♡☆

Pesadillas del demonio.

Imbécil. 

 

Presumido. 

 

Grosero. 

 

Gusano. 

 

Tantos adjetivos, y ninguno lo suficientemente asertivo para el descendiente directo del mismísimo Lucifer. 

Tal vez lo más cerca que este de describirlo sea arrogante. 

O peligroso. ¡No! 

 

¡ARROGANTEMENTE PELIGROSO! 

 

Ok, ok, eso no existe. Peeeero, lo acabo de patentar y si lo buscas aparecerá. Menuda rima, ¡Estoy en racha!. En fin, sin más preámbulo, daré comienzo a mi desastrosa vida. Solo... no os asustéis. ¡Y no os riais de mis desgracias que son mu' malas! 

 

Todo comenzó cuando tenía 7 años. Mi mamá estaba encantada de que fuera de la misma edad que el hijo de mi madrina, su mejor amiga a la que veia mas que a mi. Quería presentarmelo sin perder el tiempo. Sin embargo, a mí no me hacía ninguna gracia tener que llevarme bien con alguien que no conocía de absolutamente nada. 

Osea, imaginaos una niña más o menos antisocial a la que obligan a socializar con un niño repelente que es aparentemente encantador. 

 

Mmmmm, arde troya. 

 

El caso, es que fuimos a la casa de mi madrina. (Casa que no había visto nunca y que me maravilló, por que ella prácticamente vivía en la mía). 

Se notaba la fortuna de Elijah, el marido de Evie. Y no era muy raro, por que siendo productor de cine, ¿Cómo no iba a tener dinero?

 

No sentí envidia, ni la típica rabieta de: "¡Yo lo quiero!" porque en mi familia, aún siendo de lo más rica, éramos bastante humilde, y me habían enseñado a ver, oír, ser amable y callar cualquier comentario fuera de lugar. 

Lo normal, ¿No? 

Bueno, lo normal para un crío con una base de educación. 

 

En ese entonces, era muy impulsiva y hablaba por los codos (no me engaño, sigo haciéndolo y siéndolo), y hacía reír a los adultos con mis inmaduras ocurrencias que solo una niña de 7 años podía decir. Recuerdo que les conté cómo había roto los tacones de mi madre por mis insistentes ganas de ser más alta que ella. Obviamente me caí, me raspé la rodilla y rompí los zapatos. Lo más sorprendente de todo fue cuando mi madre al entrar a la habitación, en lugar de regañarme, empezó a reírse como si fuera una especie de fusión entre una foca y un burro. Un buca. Comí hasta casi vomitar los ositos de gominolas, reí hasta que mi estómago dolió y llore. Incluso me permití hacer algún comentario gracioso sobre mi padre, que estaba ausente. Me gané algunas miradas sorprendidas y reprochantes de mi madre, que no supe interpretar. A ver, con 7 años de verdad creía posible que no recordara a mi padre, por muy..... En resumen, una de las mejores tardes de mi vida, hasta que él apareció por la puerta. Muchos dicen que los niños no mienten y pueden percatarse de cosas que los adultos no. Bien, pues nada más ver sus ojos color ámbar, su cabello negro y su piel blanca, supe que él no iba a ser mi amigo. No íba a permitir que él me hablara. Me sonriera. Me tocara incluso. Y no porque viera que era un hijo de... vaquero. Sino porque tenía puesta una camisa de Gryffindor.

 

¡GRYFFINDOR! 

 

¡QUE DESHONRAAAA! 

 

Osea, respeto que sea del bando cobarde y alardeante, ¿Pero que no sea de Slytherin? Eso era imperdonable.

 

Lo siento potterheads, prefiero hundirme en la oscuridad de Malfoy, que en la luminosidad molesta de Potter. 

 

Sorry. 

 

Mi madre, sabiendo mi obsesión por esa saga, comenzó a hablarle a Evie de ella, haciendo que mis mejillas se tornaron más rojas que la sangre de Hermione. Evie rió e hizo que su hijo se acercara a nosotras, a lo que obedeció. 

 

Claro, era un hijo obediente y sofisticado que le hacía caso a mami, Ugh. 

Jamás olvidaré la cara que puso cuando mi querida madre le dijo que era de Slytherin. Sonrió con una dulzura impostada, y me estrechó la mano como si firmaramos el inicio de una hermosa amistad. Pero a mi no me engañaba, ese brillo en los ojos... yo lo conocía. 

 

Era el brillo de la rivalidad, de la competición. 

 

Solo ganaría el mejor. 

 

Solo era un juego de niños. 

 

Una rivalidad estúpida con el hijo de los Widson. 

 

Pero en mi cabeza ya lo había tachado de los posibles amigos que haría. 

Que narices, tachado, quemado, envenenado y asfixiado de mi lista.

 

Astro Widson no era más que un mocoso que pretendía ser lo que no era. 

Uno que se creía mejor que el resto y pensaba que eso le daba poder alguno. 

Un hijo predilecto delante de sus padres y una bestia malcriada tras ellos. 

 

¿Donde había acabado su inocencia, por el amor de Dios?

 

¿Se la había comido al nacer o que? 

 

Pasaron los años, y no lo veía muy seguido por sus múltiples clases extraescolares de las que tanto presumía su madre. Yo bendije a esa mujer por librarme de esa pesadilla del demonio andante. Con el tiempo, Astro creció y yo con él. Dejó de ser aquel principe malcriado, para ser el rey de todos ellos. En cambio yo, me converti en la reina del sarcasmo, la generosidad y la amabilidad. 

¡Sin olvidarnos de la presidenta de su club de personas que lo odiaban! (solo estaba yo, nadie odiaba a ese gusano :( ). 

Se hizo alto, jodidamente apuesto y repulsivamente perfecto, menos conmigo, sintiendo ese odio mutuo que nos teníamos. Me gastaba bromas pesadas, nos insultábamos con esmero y creatividad y nos asesinabamos con la mirada cada vez que nuestros padres no miraban.

Agradecía a dios por que ellos vivieran en el centro de la ciudad y nosotras en las afueras, en un pueblo mas o menos tranquilo del condado. 

 

Al final, como yo, Hayle Liet Jones, tenía la peor suerte de la galaxia, por que sus padre se mudaron al lado de nuestra hermosa casa terrera... Y por desgracia, tuve que verlo todos los días al ir al instituto, al sacar a mi perro Tamlin, al ir de fiesta... todo el jodido rato. 




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