En la noche se enciende la llama,
una vela que guía el regreso,
con pétalos de cempasúchil tendemos el camino,
para los que vuelven desde el silencio.
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Se escucha el eco de risas pasadas,
el crujir de los recuerdos en el viento,
y entre el pan de muerto y las calaveras,
la vida y la muerte se toman del brazo.
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Altares llenos de ofrendas queridas,
fotografías, flores, y un suspiro en calma;
es el día en que ellos regresan a casa,
a celebrar con nosotros, a darnos el alma.
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En papel picado ondean sus nombres,
una danza de sombras y colores vivos,
pues la muerte aquí no es el olvido,
sino una fiesta de amor compartido.
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Así, entre velas y aromas que embriagan,
cantamos juntos con voz eterna:
que la vida es un suspiro en la niebla,
pero el amor no muere, jamás se apaga.
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