Eran las 4:45 de la mañana cuando Hammya se despertó. Todos estaban profundamente dormidos ya. Ella se asomó por la ventana y observó las calles, apenas iluminadas por la mañana. Afuera hacía mucho frío, y el asfalto parecía casi congelado. La ventana estaba empañada. Hammya se quitó la manta que tenía encima y se levantó de la cama con calma. Luego, se dirigió hacia la puerta. Cuando estaba a punto de abrirla, miró sus pies por unos segundos y se dio cuenta de que no llevaba puestos los zapatos. Algo o alguien se los había quitado, pero no se preocupó demasiado porque vio que estaban debajo de su cama, limpios y relucientes.
—¿Quién los habrá limpiado? —susurró Hammya.
Se sintió feliz al ver que sus zapatos estaban deslumbrantes y que también los habían arreglado y pintado. Junto a ellos, encontró una carta de Candado. Hammya la tomó y leyó el mensaje que él había escrito.
"Para Hammya, de Candado Barret: Me tomé la libertad de arreglar tus zapatos. Espero que te gusten. Eso sí, no dejes que esto se te suba a la cabeza. Además, debido a que estabas durmiendo, decidí no despertarte. Seguro que te levantarás con hambre, así que te he dejado la comida en la despensa."
Hammya dobló el papel y lo guardó en su bolsillo antes de salir de la habitación. Caminó lentamente por el pasillo para no hacer ruido, bajó las escaleras y se dirigió a la cocina. Sin embargo, se sorprendió al encontrar a Tínbari sosteniendo a la bebé Karen mientras bebía una taza de café.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Hammya en voz baja.
—Estoy tomando café, ¿no lo ves? —contestó Tínbari, sarcástico y sorprendido.
—No, no me refiero a eso. ¿Por qué estás en esta casa? —dijo Hammya, ya irritada.
—Porque vivo aquí, más tiempo que tú, fea niña de cabello de trébol.
Los insultos de Tínbari enfurecieron a Hammya, y ya no pudo contener su enojo ni mantener la voz baja.
—¡ERES LA PERSONA MÁS HORRIBLE, RUIN, HORRIPILANTE Y DESASTROSA QUE HA EXISTIDO EN ESTE MUNDO!
—Oye, no hables así, es solo un bebé —dijo Tínbari mientras jugaba con Karen.
Hammya estaba harta de que la tomaran del pelo. Sin dudar y olvidándose de que había gente durmiendo, apretó los puños con fuerza y mostró su ira de nuevo.
—¡ESTOY HABLANDO DE TI, LAGARTIJA SIN COLA! —gritó Hammya, señalando a Tínbari.
Pero para sorpresa de ambos, antes de que pudieran continuar discutiendo, un cuchillo salió disparado desde la sala de estar hacia la cocina, cortando algunos mechones de cabello de Hammya en el proceso.
De aquella sala oscura surgió un Candado furioso, con ganas de pintar la cocina con la sangre de Tínbari y Hammya debido a la insolencia de haberlo despertado tan temprano.
—Bien, ratas de alcantarilla, son las cinco de la mañana y ustedes de fiesta. ¿Puedo saber por qué hay tanto alboroto? —dijo Candado furioso, con los ojos encendidos en una llama violeta.
Tanto Tínbari como Hammya no sabían qué decir en ese momento. Candado estaba muy enfadado porque lo habían despertado, y existía la posibilidad de que si la excusa no era lo suficientemente creíble para él, se enfrentarían a su ira.
Entonces, Tínbari se acercó a Candado y dijo:
—Verás, yo estaba en la cocina tomando café y alimentando a tu hermanita, pero justo entonces llegó ella y comenzó a armar un escándalo —añadió Tínbari, señalando a Hammya.
Candado lo miró y luego cerró los ojos, levantando las cejas.
—Vaya explicación, me has dejado perplejo —dijo Candado sarcásticamente. Luego, miró a Hammya y la señaló con su dedo índice—. Ahora es tu turno.
Hammya miró a Candado con los brazos cruzados.
—Nada que declarar —dijo rápidamente y sin titubear.
Estas palabras sumieron a todos en un silencio total durante unos minutos. Candado, quien había hecho la pregunta, quedó completamente desconcertado ante la respuesta de Hammya.
Tínbari, por su parte, se sintió un poco asustado por esas palabras, así que se acercó a Hammya.
—Toma, llévate a la niña —dijo Tínbari, entregando a la bebé Karen a Hammya.
Tan pronto como Hammya recibió a la bebé, Tínbari desapareció rápidamente. Candado, quien había estado en silencio con una mirada vacía, volvió a enfurecerse y mostró sus ojos violetas encendidos.
—Así que, en otras palabras, me despertaron por nada —dijo Candado furioso.
Hammya se asustó ante la expresión de Candado y empezó a temblar. Sus movimientos bruscos asustaron a la bebé que cargaba, Karen, quien comenzó a llorar fuertemente al ver a su hermano enojado de manera escalofriante. Candado, al ver llorar a su pequeña hermana, se calmó de inmediato y la tomó en sus brazos para intentar tranquilizarla.
—Ya, no llores más, Karen, por favor —dijo Candado en un intento de consolar a la bebé.
Sin embargo, la bebé seguía llorando y llorando, lo que hizo que Candado, desesperado, pusiera su dedo pulgar en su boca, y milagrosamente, Karen se calmó al instante. Aunque a él le diera repugnancia lo que hizo.
—Qué asco, lo que uno hace como hermano mayor —murmuró Candado mientras observaba a su hermana.
—Bueno, ya que te has calmado, puedo hablar ahora.
Candado retiró su dedo de la boca de su hermana y le tapó los ojos con su mano, luego miró a Hammya.
—No, no estoy calmado, niña silvestre e irrespetuosa —dijo Candado con sus ojos encendidos de nuevo en una llama violeta.
—Por favor, tranquilízate. Solo quiero agradecerte —dijo Hammya asustada.
Candado, al escucharla, se tranquilizó, aunque estaba confundido. ¿Qué había hecho él para que ella le agradeciera? No mucha gente solía ser tan cortés con él.
—Innecesario —murmuró Candado mientras se alejaba de la cocina.
Se dirigió a una habitación que estaba oscura, encendió la luz y se acercó a un cuadro con el retrato de su abuelo Alfred, que tenía las mismas dimensiones que una puerta, en el cuadro, su abuelo estaba de pie con un bastón morado, vestido con ropa formal celeste y usando la misma boina que Candado. Tenía una larga barba blanca, prolijamente recortada, ojos marrones y una nariz perfectamente firme.