Candado (la Boina Azul)

LA HISTORIA DE COTORIUM

Llegó la tarde y Candado se estaba preparando para que Nelson lo viniera a buscar. Como él había aceptado el contrato que le propuso el anciano, este le dijo que se preparara, porque lo iba a ir a buscar. Claro que Clementina y Hammya no sabían de este encuentro. Tanta era la curiosidad de estas dos que lo espiaban en todos sus movimientos. Pero, como Candado era muy observador y perceptivo, él ya sabía que lo estaban espiando, por eso él les daba falsas pistas, como mirar el techo por más de diez minutos, caminar en círculos, mirar su reloj por casi dos minutos o hablar cosas sin sentido. Incluso Tínbari, quien lo estaba observando, no entendía lo que estaba haciendo.

—¿Eh?, me parece que estás solo en la cancha —dijo Tínbari. Candado se había molestado por este comentario, tanto que decidió aclararlo. Pero, para que las dos entrometidas lo escucharan, comenzó a hablar mentalmente con Tínbari.

—No molestes, pedazo de basura, no ves que estoy tratando de despistar a esas dos.

Tínbari se dio vuelta y vio a las dos escondidas detrás de la puerta.

—Ah, ahora lo entiendo, sí que los humanos son chismosos.

—Eso sería grandioso si fueran humanas.

—Cierto, una es un robot y la otra es de raza desconocida, qué tonto.

—Cállate, Demonto, fuiste un humano una vez.

—Sí, alguna vez fui un asqueroso y débil humano, pero eso ya pasó —aclaró Tínbari.

—No insultes a la raza humana, estúpido.

—Ah bueno, lo que tú digas.

—Tú y yo tendremos mucho de qué hablar una vez que termine la reunión con Nelson —dijo Candado mientras se acomodaba la corbata.

—Sí, sí, sí, lo que tú digas, Candado —dijo Tínbari de forma despreocupada. A Candado le molestó que Tínbari le hablase de esa forma, como si él se estuviese burlando, pero cuando Candado estaba por reprocharlo, desde su ventana pudo ver un auto justicialista de color celeste del año de Juan Domingo Perón.

—Debe ser una broma, esos autos ya no se fabrican más en este país —murmuró Candado.

—Ja, yo tenía uno cuando era humano —argumentó Tínbari.

—Espera, ¿esas dos ya no están en mi puerta? —preguntó Candado.

Tínbari se asomó para ver si las niñas no lo estaban espiando, pero resultó que ellas se habían cansado de seguir viéndolo hacer cosas sin importancia y se habían ido.

—No, ya se fueron —dijo Tínbari levantando su mano derecha.

—Bien, es la hora —dijo Candado mientras abría la ventana.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Tínbari.

—Bajaré por esta parte —contestó Candado.

—Ah, buena suerte entonces —dijo Tínbari.

—Pero yo no dije que bajaría solo, no señor, tú me ayudarás a bajar.

—¿Estás loco? Si lo hago, parecerá que estás flotando, ya que tú eres el único que puede verme, exceptuando a tus amigos, claro.

—No me interesa, ¿acaso no puedes transportarme o qué?

—Ah, tienes razón, puedo hacer eso, ¿pero por qué abriste la ventana?

—Para mostrarte, pedazo de imbécil, a dónde quiero que me lleves —dijo Candado señalando el auto.

—Bueno, tus deseos son órdenes —dijo Tínbari. El demonio se acercó a Candado y tomó su mano con una sonrisa.

—Cierra los ojos, porque esto podría dejarte ciego.

Candado no preguntó nada, pero cerró los ojos tal cual como se lo pidió Tínbari, y, en un abrir y cerrar de ojos (metafóricamente) apareció dentro del auto. Cuando él estaba dentro, abrió lentamente los ojos y vio a Nelson que lo miraba sorprendido. Luego miró el asiento de atrás, donde estaba Tínbari recostado y saludándolo.

—Estaré aquí si me necesitas, ¿de acuerdo?

Luego Candado volvió a mirar a Nelson por segunda vez.

—Nene, las personas normales salen por el portón de sus casas e ingresan al auto abriendo esa puerta que está a tu costado —dijo Nelson.

—Bueno, pero era la forma más factible de salir sin que me notaran.

Nelson no dijo nada más y puso en marcha el coche. Candado miraba a su alrededor asombrado. Un auto justicialista, casi nadie tiene uno de esos, y si lo tienen, está en los museos. Así que Candado se animó y preguntó.

—¿De dónde sacaste el auto?

Nelson sonrió y dijo.

—Tengo este auto hace más de cincuenta años, papá —dijo Nelson.

—¿Cómo es eso? El justicialista se dejó de fabricar en 1955 con el derrocamiento de Perón, ahí le cambiaron el nombre, el color incluso su estructura.

Nelson comenzó a reírse a carcajadas y contestó.

—Parece que sabes de historia

Luego contó que al parecer su padre compró el auto en 1952 y lo regaló cuando cumplió diecisiete años. Desde entonces lo ha utilizado. Su papá trabajaba como profesor en una escuela en Buenos Aires cuando pasó el derrocamiento del general, fue despedido por ser peronista, y de tener un buen empleo pasó a trabajar de cajero en los supermercados de esa época, cobrando una miseria. Nelson no conoció a su madre, y él siempre se echaba la culpa de no haber evitado su muerte. Por esa razón, siempre fue atento Nelson, comprándole todo lo que le pedía, incluso el coche. Cuando tenía diez años, le dijo que cuando sea mayor se compraría un auto, pero su padre dijo que no, y le prometió que él lo compraría cuando cumpliera diecisiete, y fue así, cumplió su promesa, le regaló su auto, y eso lo dificultaba mucho a él, ya que su empleo le quedaba muy lejos y necesitaba el coche para ir a su trabajo. Y que varios años después lo conservó porque su padre lo regaló esto cuando él no tenía nada. Jamás olvidará su sonrisa cuando se lo dio.

—Guau, es increíble que hayas guardado el regalo de tu padre por más de cincuenta años.

—Sí, un hijo jamás olvida a su padre, no importa la edad que tenga.

—Bueno, basta ya de cháchara. ¿A dónde se supone que vamos?

—Iremos a una casa que a lo mejor, conoces.

—¿A dónde?

—A la mansión Peñalosa.

—¿Qué? Esa casa ha estado abandonada por casi cuarenta años, nadie vive allí.

—Es cierto, nadie, pero esa propiedad le pertenece a la empresa C.I.C.E.T.A. En 1989, por esos años del fin del gobierno de Raúl Alfonsín.



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En el texto hay: filosofia, misterio romanse, misterio accion

Editado: 14.10.2024

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