Después de que él respondiera eso, se dirigió a un recinto y sacó una bolsa pequeña de zanahorias.
—¿Qué vas a hacer con eso? —preguntó el señor Barret.
—Nada, voy a alimentar a Uzoori, nada más —dijo Candado mientras se retiraba de la cocina con el saco.
—¿Quién es Uzoori?
—Es el caballo de Candado —contestó la señora Barret.
—¿Caballo? ¿Ustedes tienen un caballo?
—Claro que tenemos uno, sino para qué carajos tendríamos un establo arriba —dijo el señor Barret.
—Guau, me encantaría verlo, si no es mucha molestia.
—Oh, claro querida que puedes verlo —dijo la señora Barret.
Hammya se puso de pie y luego se dirigió al segundo piso, siguiendo a Candado sin que este se diera cuenta. Cuando este abrió la puerta, Hammya se apresuró y entró detrás de él. Curiosamente, a pesar de ser un establo, no olía como uno, sino más bien a perfume con una fragancia de rosas. Hammya se ocultó detrás de un montículo de paja. Candado aún no se había dado cuenta de su presencia. La niña se acercó un poco más y pudo ver que él le daba zanahorias a un hermoso caballo blanco con melena negra. Hammya decidió acercarse aún más, ocultándose detrás de un muro cercano. Cuando ella estaba a una distancia bastante buena, Candado comenzó a hablar con su caballo.
—Lo siento, Uzoori, hoy estuve muy ocupado. Te prometo que mañana te voy a sacar a tomar aire.
Candado se sacó sus guantes blancos y comenzó a acariciar la cabeza del caballo. Este, de manera juguetona, le sacó la boina con los dientes. Candado intentaba recuperar su boina, pero no podía debido a la velocidad del caballo, que lo tenía de un lado a otro. Finalmente, Candado tropezó y cayó al suelo sentado. En ese momento, Uzoori le puso la boina sobre la cabeza, pero al revés. Candado se acomodó la boina y luego abrazó al caballo. Cuando terminó de abrazarlo, comenzó a sonreír. Hammya, por otro lado, decidió dejarse ver.
—Vaya, creo que es la primera vez que te veo reír.
—No, no lo hice —negó Candado con una expresión fría en el rostro.
—Sí, lo hiciste —afirmó Hammya.
—No, no fue así —volvió a negar Candado.
—Claro que lo has hecho —insistió Hammya.
En ese momento, Candado desenvainó su facón y lo puso en el cuello de Hammya.
—No, no lo hice —dijo Candado mientras tenía el facón en el cuello de la niña.
—Sí, tienes razón, no reíste ni sonreíste —dijo Hammya asustada.
Candado retiró su facón del cuello de Hammya y lo guardó de vuelta en su funda. Luego, tomó una bruza y comenzó a limpiar el lomo del caballo con delicadeza. Hammya solo miraba cómo Candado "limpiaba" a Uzoori.
—Tienes un caballo bonito, Candado.
—¿Bonito? No es bonito, es hermoso —aclaró Candado.
—¿Cómo lo obtuviste?
Candado dejó de cepillar al caballo un momento, miró a Hammya entrecerrando los ojos, luego bajó la mirada y continuó cepillándolo.
—Lo obtuve de mi abuelo, me lo dio cuando cumplí seis años —dijo Candado.
—¿Tu abuelo tenía un caballo?
—No, cuando él estaba paseando por el impenetrable chaqueño, encontró a una yegua muerta con su potrillo malherido. Él lo curó y lo crió.
—¿Por qué se llama Uzoori?
—Mi hermana le puso ese nombre, a pesar de que a mí no me gustaba. Cuando ella falleció, decidí dejarlo así.
—¿De qué murió tu hermana?
En ese momento, Candado se detuvo y recordó a su hermana en el hospital, cómo ella lentamente se apagaba debido a esa enfermedad. Candado puso el cepillo en el piso y miró a Hammya. Ella solo pudo decir:
—Lo siento, no debí preguntar.
Candado se puso de pie y se fue del lugar sin decir nada más, mientras que Hammya se quedó por unos breves minutos en el lugar, sintiéndose culpable por haber preguntado algo tan doloroso. Luego, se dirigió al establo y cerró la puerta detrás de ella.
Ella se dirigió a su cuarto con la cabeza gacha, llena de culpa. Se sentó en la cama y miró alrededor de la habitación. Después de unos segundos, su mirada se posó en un libro de la librería que le llamó la atención porque sobresalía de los demás al estar mal acomodado. Hammya se levantó y tomó el libro. Luego, volvió a sentarse en la cama. El libro tenía la forma de un cuaderno de apuntes, era de color verde con lunares blancos y una etiqueta que decía "LA INSPECTORA". A Hammya no le llamó mucho la atención, ya que ella también usaba apodos o seudónimos cuando era niña. Cuando hojeó las primeras tres hojas, le dio la impresión de que el cuaderno estaba vacío, hasta que vio la cuarta hoja. En ella, pudo ver una foto que ocupaba toda la página. En la foto estaban presentes Candado de bebé y su familia, incluyendo a la señora Barret sosteniendo a un bebé envuelto en una toalla naranja. También se veía al señor Barret sentado al lado de su mujer, con un bigote largo y prolijo en forma de herradura. En el suelo, estaba sentada una niña que ella no conocía, con el cabello largo y rubio, y unos ojos celestes. Detrás del sillón, se encontraban paradas seis personas: la abuela y el abuelo de Candado, el señor Hipólito, el policía Adolfo que había visto en la comisaría con su uniforme y los otros dos abuelos de Candado.
Después de ver esa foto durante unos minutos, pasó la página y encontró otra imagen de la misma niña que estaba sentada en el suelo al lado de Clementina. Esta vez, la niña cargaba a un bebé dormido y lo besaba en la frente. La foto llevaba el título de "Mi Candadito Hermoso". El título y la foto llenaron a Hammya de gracia y ternura.
—Su nombre era Gabriela, le encantaba hacer ese tipo de cosas —dijo Clementina, recostándose en su hombro junto a la puerta.
Hammya, sorprendida y aliviada al mismo tiempo, dijo:
—¿Gabriela? Lindo nombre.
Continuó:
—¿Qué pasó con ella? ¿De qué murió?
Clementina cerró la puerta detrás de ella, se acercó y se sentó al lado de Hammya. Luego, volvió a la página anterior.
—Esta foto fue la primera que me mostró la señorita Gabriela cuando me mudé aquí. Cuando la vi por primera vez, me sentí alegre. Alegre de ver cómo era Candado de bebé. Ahora parece que esa es la única vez en que se veía tan tranquilo.