Candado, obligado a pelear, se preparó para el combate, sabiendo que sus poderes tenían que ver con el frío, y era probable que se debilitaran con el calor. Solo tenía que esperar el primer golpe.
—Escúchame, no quiero pelear contigo —dijo Candado.
—Pero yo sí.
En ese instante, Faustino lanzó una esfera de hielo hacia Candado, pero él la destruyó con sus puños flameantes. Faustino estaba contento al ver que Candado era a quien estaba buscando. Candado encendió sus ojos con la llama violeta, y en su rostro aparecieron tatuajes del mismo color.
—Parece que ya no podré dialogar contigo —dijo Candado.
Luego se lanzó hacia él, propinándole golpes por todo el cuerpo. Sin embargo, en un momento, Faustino tomó el brazo derecho de Candado, lo lanzó al aire y, una vez en el cielo, creó una esfera de hielo muy grande con sus manos y lo arrojó. Candado rápidamente la esquivó y cayó de pie en el suelo. Una vez en tierra, Candado lanzó fuego violeta de sus manos, y como Faustino tenía ropas pesadas, no pudo esquivarlos. Esto hizo que sus prendas se quemaran y se rompieran. Cuando toda su ropa se convirtió en ceniza, su piel comenzó a transformarse en hielo azul.
—Rayos, creo que ya no podré contener mi poder —dijo Faustino.
Candado corrió hacia él y lo golpeó con sus puños flameantes en todo el cuerpo, pero no le hacía ningún daño, ya que cada vez que se derretía, volvía a regenerarse. Hasta que en un momento, Faustino intentó golpearlo, pero como Candado era experimentado, lo detuvo con su contra palma.
—No vale la pena —dijo Candado.
Faustino, furioso, le lanzó granizo con su otra mano, pero ni bien se acercaba a su rostro, comenzaba a derretirse en el aire. Candado seguía mostrando su expresión fría. Faustino empezó a tener miedo al verlo de esa forma, así que se alejó hasta que, en cierto punto, le lanzó a Candado bloques de hielo muy grandes, del tamaño de una casa. Candado caminó hacia él sin preocupación alguna. Faustino, quien estaba temblando de miedo, le arrojó los bloques, pero Candado los destruyó con la cabeza. Faustino seguía lanzándole granizo, pero Candado lo seguía esquivando. Hasta que, en cierto punto, Candado corrió a una velocidad impresionante y le golpeó en el pecho con su puño. El impacto hizo que Faustino volara por los aires y se estrellara contra una estatua que estaba ahí. Uno podría pensar que con ese golpe dejaría de molestar, pero no fue así, Faustino todavía podía ponerse de pie, y cuando lo hizo, transformó su cuerpo en una especie de diamante, y sus ojos pasaron de ser verdes a un tono blanco, como si estuviera muerto.
—Es hora de acabar contigo —dijo Faustino.
Candado le contestó con un rodillazo en el abdomen, un golpe en el cuello, una patada en la espalda y un garrotazo que lo terminó haciendo volar nuevamente por los aires.
—¿Ahora quieres hablar? Pelea, estúpido, y no hables.
Faustino se puso de pie y lanzó un viento helado hacia las piernas de Candado, impidiendo que este pudiera moverse. Aprovechando esta situación, Faustino le devolvió todos los golpes, pero Candado todavía pudo defenderse. Detuvo todos los golpes con sus brazos e incluso lanzó a Faustino sus ataques con sus llamas violetas, lastimándolo en todos los sentidos. Sin embargo, Faustino no se rindió y siguió atacando a Candado con fiereza.
Candado, ya cansado de ser congelado, se las arregló para golpear en la cabeza de Faustino con sus pies congelados, rompiendo así el hielo que lo tenía atrapado y lastimando a su contrincante al mismo tiempo. Pero no todo quedó ahí. Candado tomó del brazo de Faustino y lo tiró con todas sus fuerzas contra el suelo. Cuando estaba a punto de noquearlo, Faustino se liberó y le dio una patada en el pecho. Candado, sin mostrar ningún signo de dolor en su rostro, levantó la cabeza y mirando a Faustino dijo:
—¿Eso es todo? Ni me dolió, niño.
Faustino se asustó nuevamente y le dio con todo: golpes, patadas, garrotazos y cabezazos, dejando su ropa sucia y mojada debido a que su cuerpo se transformó en hielo. Candado, con sangre en la frente, miró nuevamente a Faustino con su expresión fría y dijo:
—Tus golpes son una reverenda porquería. Te enseñaré lo que son unos verdaderos golpes, pedazo de paleta.
En ese momento, Candado tomó a Faustino del cuello y lo golpeó con todas sus fuerzas, llegando a romper su coraza de hielo-diamante. Definitivamente, quien sentía más dolor era Faustino, que llegó a arrodillarse por el dolor. Pero Candado no estaba satisfecho. Lo levantó y lo lanzó al aire. Ya estando ahí, dijo:
—¡OYE! ¡HERNÁN FAUSTINO!
Después de decir eso, lanzó una esfera de fuego violeta con una sola mano hacia Faustino. La energía impactó en su cuerpo y terminó por destruir por completo su armadura de hielo-diamante y debilitarlo por completo.
Cuando Faustino estaba por caer al suelo, Candado movió un montón de hojas de los árboles en un solo sector para amortiguar la caída. Faustino cayó en el montoncito de hojas totalmente herido y con casi nada de ropa. Candado se acercó a él y lo ayudó a ponerse de pie, ya que solo no podía.
—Pensé que te ganaría, pero me equivoqué —dijo Faustino.
—Descuida, no eres el único que pensó lo mismo.
—Bien, al menos fue divertido y espantoso al mismo tiempo. Espero volver a luchar contigo en otra ocasión —dijo Faustino.
—Yo solo espero que no haya otra ocasión —dijo Candado.
—Bueno, es hora de irme de vuelta a mi provincia...
—Espera, ¿y qué hay de tu ropa? ¿Vas a volver a casa sin ropa y con esos pantalones?
En ese instante, Faustino aplaudió y su cuerpo fue cubierto por una nueva ropa hecha de hielo.
—Con esto me bastará hasta llegar a mi hotel —continuó con un apretón de manos—. Fue un placer, señor Candado. Aprendí sobre mis ventajas y debilidades al luchar contigo.
Después de decir eso, Faustino se retiró del lugar, y Candado se fue a pie de vuelta a su casa con la ropa hecha un desastre. Lo curioso de esa situación es que al pueblo no le llamaba la atención, ya que Candado había peleado incontables veces con un sujeto nuevo, y a veces, después de cada pelea, su ropa estaba limpia o sucia.