Candado pasó las siguientes cuatro horas sentado en el sillón, viendo la televisión. Todo parecía estar tranquilo y pacífico en la casa. Clementina iba de un lado a otro realizando actividades aparentemente innecesarias, como limpiar minuciosamente cada hoja del césped o pasar el plumero por cada página de un libro, entre otras cosas. La abuela estaba durmiendo en su habitación, Hipólito jugaba con la pequeña Karen, y Hammya se encontraba sentada en el sillón junto a Candado, peinando su cabello y tarareando una melodía de chamamé. El ambiente en la casa era sumamente apacible durante esas cuatro horas.
Finalmente, Candado apagó el televisor y se dispuso a abandonar la habitación. Sin embargo, justo cuando estaba a punto de marcharse, el teléfono blanco comenzó a sonar, deteniéndolo en seco. Con gesto serio, respondió la llamada.
—¿Hola? —preguntó Candado.
Desde la otra línea, una voz femenina respondió:
—Sé quién eres, conozco a toda tu familia. Si no quieres que les haga daño, ven a verme al bosque donde sueles encontrarte con tu amigo Mauricio.
Candado mantuvo su expresión fría y respondió:
—Lamento decirte que tienes el número equivocado. Hasta luego.
Colgó el teléfono y se alejó con las manos en los bolsillos. No obstante, el teléfono volvió a sonar. Candado regresó y lo descolgó.
—¿Hola?
La voz en el otro extremo continuó:
—¿Crees que...?
Sin dejar que la persona termine, Candado colgó nuevamente el teléfono y lo desconectó. Luego, se acomodó la corbata y el chaleco, y se marchó. Esta vez, se dirigió al salón y tomó un libro que estaba a su izquierda. Comenzó a leer, pero de repente, Clementina llegó con una escoba en una mano y un celular en la otra.
—Llamada entrante para el joven patrón.
Candado, sin dejar de leer su libro, tomó el celular y lo llevó a su oreja.
—Gracias, Clementina —dijo mientras continuaba leyendo.
—No hay de qué —respondió ella mientras seguía con sus tareas.
—¿Hola?
La voz del interlocutor continuó:
—¿Crees que estoy jugando? Si no vienes dentro de una hora, lo lamentarás.
—¿Otra vez tú? ¿No tienes vida social o qué? —preguntó Candado mientras cambiaba de página.
—Ya me hartaste, si no vienes en una hora, mataré a tu familia.
Las palabras hicieron que Candado se indignara. Cerró el libro y respondió claramente:
—Escucha bien lo que te voy a decir, a mí nadie me amenaza, ni siquiera una niña como tú.
La voz en el teléfono continuó riendo y desafiante:
—No me interesa. Espero que seas muy puntual.
Candado colgó con firmeza y, con una expresión fría en el rostro, se acomodó la boina. En el mismo lugar, anunció:
—Hipólito, Clementina, voy a salir un rato a lidiar con algunos problemas.
—Está bien, pero creo que sería una mala idea irte sin tu acompañante —comentó Hipólito.
—No será necesario, puedo manejarme solo —respondió Candado.
—Jejeje, no, irás con una acompañante o no te dejaré ir —afirmó Hipólito.
—¿Tú te crees que me estoy burlando de vos? A donde voy yo, va a ser muy peligroso para alguien que ni siquiera puede defenderse.
—Por eso mismo la vas a llevar, necesitará aprender todo lo que pueda para defenderse en el futuro.
—Está bien, entonces vendrá, pero no me hago responsable si algo le sucede.
—Por eso también llevarás a Clementina, necesito que tenga los ojos puestos en ti.
—Hipólito, ¿quieres que agregue a alguien más por si acaso? ¿Debería traer al intendente, al gobernador, a la policía, al ejército, a la misma que te parió?
—Ja, eso es suficiente por ahora —dijo Hipólito riéndose.
—Me alegra escucharlo. Ahora, si me disculpas...
—Espera, no olvides llevar a las damas contigo.
Después de esta conversación con Hipólito, Candado aceptó, aunque de mala gana, llevar a Hammya y Clementina con él a la reunión que tenía con esa misteriosa persona que lo había desafiado. Aunque Clementina comprendía perfectamente por qué estaba allí, Hammya no tenía ni idea de por qué la estaban acompañando, pensaba que era un día divertido para salir con sus amigos, algo que nunca había hecho antes.
—¿Cuál es el plan, entonces? —preguntó Clementina.
—Es muy simple, voy allá, les doy una lección, los asusto un poco, los lastimo, y quizás les arranque los ojos —respondió Candado con una sonrisa siniestra.
—¿No es un poco exagerado, Candado? —preguntó Clementina.
—Tal vez tengas razón, mejor les arranco las vísceras.
—Eso sigue siendo bastante brutal. ¿Por qué no intentas algo más pacífico?
—Sí, tienes razón, no me gusta ensuciarme las manos. Clementina, tú les arrancarás las vísceras.
—¡No! No haré eso —contestó Clementina rápidamente.
Entra en la conversación Hammya.
—¿A dónde vamos?
—Al infierno, niña, al infierno —respondió Candado sin mirarla.
—No le hagas caso, solo vamos a un encuentro, nada más —aclaró Clementina por Candado.
—Ah, ¿son amigos tuyos? —preguntó Hammya por segunda vez.
Candado no contestó la pregunta y continuó caminando, manteniendo cierta distancia de las dos chicas. Hammya pensó que tal vez había preguntado algo inapropiado y prefirió mantenerse en silencio para no ofender a Candado. Clementina tampoco dijo más, no porque no supiera qué decir o porque Candado pareciera incómodo, sino porque no había más preguntas que ella pudiera responder en ese momento.
Minutos pasaron en silencio, solo interrumpidos por el ruido de los autos y las conversaciones de otras personas. Cada uno de ellos estaba inmerso en sus propios pensamientos. Candado se concentraba en la misteriosa persona que lo había desafiado, Hammya intentaba encontrar una manera de iniciar una conversación sin molestar a Candado, y Clementina simplemente disfrutaba del momento.
Finalmente, después de unos minutos, llegaron al lugar acordado para el encuentro. Sin embargo, no había señales de nadie. Candado hizo un gesto con la mano izquierda para que Clementina se adelantara y explorara la zona en busca de pistas. Hammya, confundida, se quedó al lado de Candado. Pero después de un breve momento, Candado dio un paso adelante y preguntó: