El jueves 14 de marzo de 2013, aproximadamente a las 8:54 de la mañana, fallecía en el hospital Guillermo Junco a la edad de trece años. Murió en un ataque sorpresa de, supuestamente, los gremios en la ciudad de Buenos Aires. Sus familiares lo velaron en la ciudad de Resistencia, incluyendo a sus amigos y camaradas del Circuito. Hasta el mismísimo Esteban estuvo presente, su rostro de seriedad reflejaba el disgusto que sentía por las personas que habían asesinado a este muchacho. Aunque el testimonio de uno de los presentes de aquel acto dijo muy claramente que había visto a los gremialistas asesinar a Guillermo. Sin embargo, Esteban no creía que hayan sido los gremialistas porque hace poco se había dado cuenta de que alguien más estaba en este juego, su nombre era claro los "Testigos" la última vez que escuchó su nombre fue cuando su padre le contaba sus aventuras cuando era pequeño, desde entonces nunca más volvió a escuchar ese nombre.
Esteban caminó hasta el ataúd abierto de su amigo, tocó su mano fría y dura, parecía que estaba tocando un maniquí de plástico. Luego le hizo el saludo al Circuito, que básicamente es pasar tu dedo índice por tu frente en forma "X", e hizo lo mismo en la frente de su amigo:
— Descansa en paz, amigo —dijo Esteban con una voz triste.
Luego sacó de su bolsillo una agenda y se lo colocó en sus manos.
— Espero que con esto puedas seguir con tus anotaciones.
Esteban cerró los ojos, inclinó su cabeza y comenzó a caer las lágrimas por sus mejillas, pero nunca se escuchó su llanto, solo se podía ver sus lágrimas recorriendo su rostro. Esteban soltó la mano de su amigo y fue a dar un discurso, después de todo, él era el último que recitaría unas palabras a su amigo.
— Guillermo fue un gran amigo, siempre fue muy amable y decidido en su posición, me alegra haberlo conocido, él fue un gran camarada, siempre fue alguien de un gran corazón y mente, alguien de un gran corazón, alguien que amaba a sus padres y amigos. Alguien.... Alguien que cada vez que tenía que tomar una decisión miraba a Guille, esperando que fuera la correcta —luego susurró para sí mismo—. Prometo encontrar al inhumano para arrancarle la asquerosa piel de su asqueroso cuerpo.
Las palabras de Esteban resonaron huecas en los corazones de los familiares de su amigo. Estaban tan sumidos en el dolor que parecían incapaces de prestar atención a lo que él había dicho. Sin embargo, hubo una excepción, su primo, quien, a pesar de estar sentado en el último banco, dejó ver claramente en su rostro una expresión de enojo y furia. Casi se podría decir que estaba dispuesto a ayudar a Esteban a vengar la muerte de su amigo.
Una vez que Esteban terminó su discurso, salió del velorio en compañía de sus cinco amigos. Ester, una mujer de cabello rojo y rizado que solía vestirse como un hombre. Tarah, su novia, que por primera vez llevaba zapatos. Freud, un chico nacido en Inglaterra que había jurado proteger a Esteban, vestía con ropas formales de color negro y llevaba un pañuelo rojo en el cuello. Addel, con su característico humo blanco que le cubría la cara. Y Xendí, el robot guardaespaldas de Tarah.
Aquel día estaba nublado, como si el cielo mismo estuviera llorando la pérdida de un niño. Mientras Esteban caminaba por la vereda, acompañado por sus amigos y su novia, se cruzó con Candado en medio de la calle. Candado estaba acompañado por Hammya, Clementina, Héctor, Declan, Anzor, Lucas, Erika, Viki, Lucia, Germán, Pío y Matlotsky. Todos ellos se dirigían al funeral, y en ese momento tuvieron que enfrentarse cara a cara. Esteban dio un paso al frente y dijo con amargura:
— No pensé que tu horrenda cara estaría aquí en un día como hoy.
Candado respondió con calma:
— No me busques, Esteban. Guillermo también fue mi amigo, a pesar de nuestras diferencias ideológicas. Sería un insulto si no estuviera presente.
Esteban lo miró con recelo y agregó:
— Nadie quiere ver tu rostro aquí, Candado. Hemos recibido informes de que tu "clase" fue la responsable de su asesinato.
Candado se mostró indignado:
— Eso es inaudito, mis camaradas nunca se atreverían a asesinar a tus compañeros.
La tensión en el aire se volvió palpable. Declan sacó su sable y lo colocó amenazadoramente en el cuello de Candado, mientras Freud transformaba su brazo en un taladro y lo apuntaba al cuello de Declan. Esta situación provocó que Anzor desenvainara su espada y la apuntara al pecho de Freud.
— ¡SUFICIENTE! —gritó Candado, tratando de poner fin al conflicto.
Esteban intervino:
— Freud, cesa el ataque, por favor —ordenó.
Freud obedeció y retiró su taladro, mientras que Anzor guardó su espada. Candado miró a Esteban y dijo:
— Mira, sé que me odias, pero voy a ir al funeral quieras o no.
Tan pronto como Candado pronunció esas palabras, se retiró del lugar con sus compañeros siguiéndole. Declan miró a Freud y declaró con determinación:
— Nadie me amenaza de esa forma. Iré a por ti más tarde, estúpido.
Freud respondió desafiante:
— Eso quisiera verlo, Irlandés. Muéstrame esa fuerza.
Esteban intervino con calma:
— Freud, vámonos.
Freud, obedeciendo esas palabras, le sacó la lengua a Declan y se fue junto a Esteban.
— Eso fue muy infantil —comentó Esteban.
Freud, avergonzado, respondió:
— Discúlpeme, señor.
Esteban se dirigió hacia su Circuito, una casa pintada de azul que funcionaba como su sala de reuniones. A diferencia del gremio de Candado, el Circuito de Esteban estaba construido dentro del pueblo para tener un mejor conocimiento de lo que ocurría en la zona y evitar estar cerca de Candado, algo que le molestaba profundamente.
Al ingresar a la casa, el ambiente era sombrío y triste. Nadie había pronunciado una palabra desde su llegada. Tarah, que en realidad era de otro gremio, había decidido quedarse afuera y le dio un beso de despedida en la mejilla a Esteban, prometiendo que volvería. Esteban la abrazó y luego cerró la puerta detrás de ella. Se dirigió hacia donde estaban sus compañeros, sentados alrededor de una mesa redonda, con la cabeza inclinada en luto. Habían perdido a un valioso camarada y amigo ese día.