El 19 de marzo, después de cinco días sin clases, la escuela abrió sus puertas una vez más. Entre los alumnos que regresaban se encontraban Candado y sus amigos. Sin embargo, no fueron los únicos en iniciar el nuevo ciclo educativo.
Martina y Kevin lograron ingresar a la escuela gracias a identidades falsas, un hogar ficticio y un tutor que solo existía en el papel. Todo esto fue posible gracias a la generosidad financiera de Candado. Al principio, Kevin se mostraba renuente a la idea de asistir a la escuela, pero con algunas súplicas de Martina y un pequeño soborno de dulces, finalmente cedió. Sin embargo, su consentimiento tenía una condición: Martina debía asistir a la escuela con él. Candado, astuto como era, incluyó el nombre de Kevin en la nómina escolar, a pesar de que, debido a su edad, debería haber estado en la secundaria. Los profesores pasaron por alto esta discrepancia y aceptaron la presencia de Kevin.
Inicialmente, Esteban no podía creer la buena relación que tenían los dos Bailak con Candado. Era una situación inusual, especialmente en lo que respectaba a Addel, quien en el pasado había desconfiado de Kevin pero ahora lo consideraba un amigo.
El día en la escuela transcurrió de manera agradable. Las mellizas copiaban ejercicios de lengua, Héctor y Lucas se pasaban notas sobre ideas científicas, German, Matlotsky, Anzor y Declan charlaban sobre diversos temas, desde fútbol hasta cartas, chistes y planes para el futuro. Viki, Ana María y Pio sostenían animadas conversaciones entre ellas, mientras que Hammya se esforzaba por ponerse al día con la tarea acumulada. Clementina estaba atenta a todo lo que ocurría, incluso observaba lo que hacía su joven patrón, Candado, quien se limitaba a ocupar una silla y copiar los apuntes del programa docente en su cuaderno. De vez en cuando, Hammya lo instaba a ayudarla con ciertos temas, pero más allá de eso, Candado no hacía mucho más.
Kevin, quien se había llevado bien con Candado en los días previos, se dedicaba a copiar los deberes utilizando sus poderes. Hacía levitar su bolígrafo y este escribía automáticamente todo lo que necesitaba. Su único trabajo era mover su dedo índice para guiar el bolígrafo mientras este completaba las tareas.
De vez en cuando, Kevin apartaba lo que estaba haciendo para observar a Martina. A pesar de que había sido idea de ella asistir a la escuela, Martina no se sentía del todo cómoda debido a la presencia de dos jóvenes que no paraban de murmurar a sus espaldas. No hacía falta ser un genio como Einstein o un científico como Hawkins para adivinar de qué hablaban; se burlaban de Martina por su estatura y por el curioso tatuaje que tenía en la frente.
Esto irritaba profundamente a Kevin, así que ideó un plan para enseñarles una lección a esos molestos individuos. Sacó cuatro lápices, los afiló meticulosamente con un sacapuntas y los colocó ordenadamente en el suelo. Con una sonrisa, hizo que los lápices rodaran hasta los pies de los dos mocosos. Luego, pidió prestado un espejo a su compañera de banco, Tarah, y continuó con su tarea.
Kevin posicionó el espejo cerca del final de su escritorio y lo orientó para que apuntara a los objetivos. Una vez que todo estuvo listo, movió su dedo índice y los lápices comenzaron a levitar en el aire. Se separaron y dos de ellos se dirigieron al banco de uno de los mocosos, mientras que los otros dos se dirigieron a la mesa del otro. Una vez en posición, Kevin movió sus manos y los lápices comenzaron a pinchar a sus víctimas. Inicialmente, lo hizo lentamente para sembrar la intriga en los chicos, pero luego aumentó la velocidad y la destreza de los lápices, evitando cuidadosamente ser detectado por sus objetivos.
Los pinchazos eran precisos y se dirigían a lugares incómodos: codos, brazos, piernas, manos, glúteos y partes de la nuca. A medida que continuaba su acto, los dos chicos acosadores comenzaron a desesperarse y se movían frenéticamente en busca de la fuente de su molestia. Sin embargo, esto solo empeoraba la situación, ya que ofrecían nuevos blancos para los lápices de Kevin. Aunque le resultaba difícil contener la risa al observar la situación, Kevin se esforzaba por mantener el control sobre los lápices mientras sus víctimas caían en su trampa.
—Imbéciles —dijo mientras trataba de no explotar de la risa.
Entre forcejeo y forcejeo para saber quién diablos los estaba pinchando, calcularon mal uno de sus movimientos y se llevaron la mesa con ellos al suelo. La profesora, quien estaba escribiendo en el pizarrón, volteó, y al ver a estos dos tirados se dirigió hasta ellos. Kevin aprovechó y trajo sus lápices de manera cautelosa y rápida. Puso su brazo izquierda atrás de su espalda, abrió su mano, y vinieron volando sus cuatro lápices, verde, rosado, rojo y naranja.
En cuanto a los dos mocosos, fueron llevados a la dirección por la profesora a recibir unos cuantos sermones aburridos. Cuando todo finalizó, Kevin empezó a reírse entre dientes por conseguir que su plan haya funcionado a la perfección, pero ni bien se reía, sintió un fuerte librazo en la cabeza. Kevin alzó la vista y vio a un Candado con una expresión fría.
—Está prohibido usar magia para lastimar o molestar a otros.
—Relájate, estaban molestando a Martina y les di su merecido.
—No es razón suficiente, no lo hagas en clase y punto.
—Bien, no lo volveré a hacer, ¿feliz?
—No —Candado golpeó a Kevin nuevamente en la cabeza con su libro y continuó—. Ahora sí, estoy mejor.
Ni bien le hizo eso, Candado se dirigió hasta su banco y Kevin siguió escribiendo con su lapicera voladora, mientras estaba cruzado de brazos. Pero ni bien se sentó, Matlotsky y Lucia levantaron la mano y le hicieron una seña a él.
—Genial, ¿ahora qué?
Candado dejó su libro en la mesa y se acercó hasta donde estaban ellos, con las manos en los bolsillos.
—Hola Candado, hermoso día ¿no?
—Ve al grano Matlotsky, ¿qué necesitan?