Candado (la Boina Azul)

LA AGENCIA TRICOLOR: VERDE, AMARILLO Y ROJO

Candado había salido de la casa frustrado y cada paso que daba aumentaba su indignación al saber que las lágrimas habían regresado. Lo que había considerado perdido y olvidado, ahora había resurgido, y esto le molestaba terriblemente. No podía tolerar que su antiguo yo, aquel que Candado se había esforzado en eliminar para dar paso a su nuevo yo, volviera a tomar control. Todo lo que había trabajado hasta ahora parecía irse por el desagüe. Para él, en medio de la amenaza de una guerra inminente que sacudía el mundo, no había lugar para la sensibilidad y la fragilidad. Este era el momento en el que los hombres debían dejar de lado sus sentimientos y ser fuertes y firmes en la toma de decisiones.

No podía permitirse despertar a su antiguo ser si quería proteger a todos los que lo rodeaban. Había una grave amenaza de guerra entre dos poderosos entes: la O.M.G.A.B. y el F.U.C.O.T. Había llegado el momento de encontrar el veneno que amenazaba con desatar este conflicto y erradicarlo. Candado comprendía que debía hablar con todas las personas posibles para evitar una guerra con su enemigo ideológico. Lo que había sucedido años atrás no era un buen recuerdo y ahora, con el temor de que se repitiera, era hora de actuar.

La manera más factible de hacerlo era dirigirse al Semáforo y buscar una audiencia con Julekha Chandra, la líder de los Semáforos y la única persona que podría adelantar su sentencia, ya que ella había sido la encargada de imponerle ese castigo.

Candado se dirigió a la casa de Nelson y golpeó la puerta con fuerza. En un abrir y cerrar de ojos, la puerta se abrió y apareció un Nelson muy aseado y prolijo.

—Hola, ¿en qué puedo ayudarte?

—Necesito que me lleves a la ciudad de Resistencia, por favor.

—Esto se pone interesante. Espera un momento —respondió Nelson mientras cerraba la puerta.

En ese instante, Tínbari apareció detrás de Nelson con una jarra de cerveza en la mano.

—Tanto tiempo, parece que estás en medio de algún lío.

—Oh, Tínbari, nunca pensé que volverías después de ese grito que te di —dijo Candado mientras consultaba su reloj.

—Estuve reflexionando sobre lo que me dijiste, y tenías razón. Actué sin pensar y lamento eso.

—Parece que todo lo que me dijiste fue una mentira, pero haré el esfuerzo y te creeré.

—Gracias, después de todo, no tenía nada de qué preocuparme.

—Deja de hacer eso. Me da escalofríos cada vez que dices eso de esa manera.

—¿Por qué?

—Tú no eres así, y él solo hecho de saber que has cambiado un poco me da un mal sabor de boca, así que no intentes cambiar.

—Eh, si tú lo dices entonces... Bien, no lo haré más, por ahora.

—Eso me gusta.

Pocos minutos después, el garaje se abrió y salió el automóvil justicialista, limpio y brillante.

—Guau, parece que le diste un buen lavado, Nelson. Casi quedo cegado con tanto brillo.

Nelson, que estaba dentro del auto, bajó la ventanilla y asomó la cabeza. Con una voz ligeramente arrogante, respondió:

—¿Listo para ir, pibe?

—Por algo pedí tu ayuda, gil.

Candado se dirigió al automóvil, colocó su mochila en el asiento trasero y luego entró en el asiento delantero.

—Tranquilo con la puerta, amigo.

—Perdón, no estoy acostumbrado a viajar en auto.

—¿Hace cuánto que no lo haces?

—Hace dos años.

Nelson levantó las cejas y esbozó una ligera sonrisa.

Luego, sacó las llaves y encendió el motor. Miró hacia atrás, retrocedió lentamente y, una vez en el asfalto, aceleró como si estuviera en una carrera, haciendo que Candado se hundiera en el asiento de cuero sin posibilidad de moverse.

—¡Relájate un poco, loco!

—No te escucho —dijo Nelson burlonamente mientras mantenía el pie en el acelerador.

Recorrieron las calles del pueblo a toda velocidad, sorprendentemente sin encontrar a ningún policía cerca para detenerlos.

—Vas a causar un accidente, viejo loco —exclamó Candado con voz exaltada pero sin alterar su expresión fría.

—Relájate, no pasará nada malo.

—¿Cómo quieres que me relaje? Conduces como una imitación barata de Manuel Fangio.

—Relájate, a esta velocidad llegaremos más rápido a Resistencia.

Una vez que salieron de la isla, Nelson redujo la velocidad y continuó el viaje de manera más tranquila.

—Un poco más y destrozas el asfalto —comentó Candado mientras ajustaba su corbata.

Nelson rió entre dientes.

—¿Destrozar el asfalto? Eso sería una exageración, Chapuza. Je.

—Espero que solo sea una exageración y no una ley.

—¿Ley? Eres bastante peculiar, muchacho.

Candado bajó la ventanilla y apoyó el brazo en ella.

—Dime, Nelson, ¿qué hacían ustedes cuando tenían mi edad?

Nelson reflexionó por un momento antes de responder.

—Verás, muchacho, tu abuelo y yo éramos los mejores en Resistencia, aunque la sede siempre ha estado allí.

—¿Todavía está allí?

—Claro, pero ya nadie se reúne ahí. Solo se trasladaron los documentos al lugar donde estás ahora. Pero eso no responde tu pregunta. A diferencia de ti, teníamos más conflictos con el Circuito que con cualquier otra cosa. Todo el día era guerra, guerra, guerra, guerra, guerra y más guerra.

—Pero, ¿cómo era mi abuelo? La verdad es que había muchas cosas que no me contaba, como el incidente del noventa y nueve, así como su niñez.

—Tu abuelo era una persona extremadamente reservada. Nunca hablaba de su vida privada y jamás mencionaba a su familia. La razón de esto, quién sabe.

—Guau, suena como yo.

—Sí, en cierto sentido, pero tu abuelo nunca fue una mala persona. Simplemente ocultaba información importante para proteger a su familia. Uno de los motivos era que él era hijo del gran Jack Barret, uno de los héroes de la Montaña del Tíbet. Por eso se mudó al Chaco y mantuvo en secreto su verdadera identidad. Aunque eso no duró mucho, como puedes ver, todo el mundo te conoce.

—Me pregunto por qué.



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En el texto hay: filosofia, misterio romanse, misterio accion

Editado: 19.06.2025

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