Después de los eventos en la ciudad de Resistencia, donde Krauser resultó gravemente herido, Candado recibió noticias sobre su estado gracias a Moneda. Aunque se encontraba fuera de peligro, Candado optó por visitar el hospital para verificar personalmente su condición. Sin embargo, lamentablemente, no pudo ir solo, ya que se vio obligado a llevar consigo a Clementina y Hammya debido a sus caprichos. A pesar de las indirectas constantes de Clementina sobre la cercanía entre Candado y Hammya en los últimos meses, él optó por ignorarlas como siempre.
Al llegar al hospital de la agencia de los Semáforos, se dirigió a ver a su compañero herido. Según el médico Bautista Aguirre, Krauser había sufrido heridas potencialmente mortales para cualquier ser vivo, que incluían un corte profundo en el abdomen, la amputación de su pierna izquierda y, en dos ocasiones, la pérdida temporal de la cabeza. Todo esto había llevado a una concentración extrema de su cuerpo para sanar, agotándolo considerablemente. Una herida adicional podría resultar fatal. A pesar de su regeneración, Krauser seguía sintiéndose fatigado debido a la enorme energía utilizada en su proceso de curación.
Comprendiendo la situación, Candado decidió visitar la habitación de su amigo. Krauser yacía en la cama, encadenado de pies y brazos por órdenes de Rozkiewicz, quien aún estaba obsesionado con perseguir a Desza. Dado que Krauser se apegaba rigurosamente a las leyes de los Semáforos (que eran cerca de 3897 en total), específicamente la que prohibía dañar la propiedad de la agencia, se encontraba limitado en sus acciones, es decir no podía romper su "prisión" para escapar.
—Hola, veo que estás bien — saludó Candado mientras cerraba la puerta detrás de él.
—Bien para el culo. Rozkiewicz me ha atado como a un animal y me prohibió moverme hasta que estuviera recuperado — respondió Krauser molesto.
—¿Cómo haces para ir al baño?
—Estas cadenas son de largo alcance. Puedo movilizarme en la habitación, pero no puedo salir de ella — explicó Krauser.
—Ya veo — dijo Candado mientras se sentaba al lado de la cama.
—Buenos días — saludaron Clementina y Hammya al entrar en la habitación.
—Veo que ustedes siguen deslumbrantes — comentó Candado.
—Oh, qué caballero — respondió Clementina.
—¿Somos los primeros o alguien más vino aquí? — preguntó Hammya.
—No, antes de ustedes ya habían venido personas — contestó Krauser.
—¿Así? ¿Quiénes? — preguntó Candado.
Krauser se acomodó en la cama y apoyó su espalda en el respaldo.
—Bueno, vinieron Moneda, Rozkiewicz, Cabaña, Maidana, Joaquín, Ruth y Glinka.
—Me sorprende que Joaquín haya venido — comentó Candado.
—Claro que lo hizo. Cuando se enteró, suspendió su reunión y volvió aquí para ver cómo me encontraba.
—Ahora sí, le van a cagar a pedo — dijo Clementina.
—Le dije por teléfono que no viniera, pero qué se le va a hacer; a veces me pregunto qué rayos pasa por su mente.
—Bueno, yo tampoco lo entendía, pero ahora sí, supongo que vos también lo entenderás.
—Antes de que sigan —Hammya levantó una canasta y le trajo dulces, frutas y bebidas—, es para que te recuperes pronto.
—Gracias, niña. No me sorprendería del por qué nadie se lleva mal contigo.
Candado dirigió su mirada fría y penetrante hacia Hammya.
—Sí, la verdad que sí.
—Vos también eres amable, Candado. Si no fuera de tu bolsillo, esos regalos nunca hubiesen llegado al destinatario—se burló Clementina.
Krauser se echó a reír.
—Así que la dama te hizo que aflojaras con la guita.
—Sí, búrlate todo lo que quieras —dijo Candado de manera seria mientras cruzaba los brazos.
—Para ser alguien tan tacaño como vos, veo que tienes una gran conciencia en ese caparazón podrido tuyo.
—¿Qué libro o película ve todo el mundo para decirme esas cosas tan poéticas?
—La verdad, yo lo saqué de un libro de cocina.
—Oh, ya veo, los poemas vienen decodificados en cosas ordinarias —Candado sacó de su bolsillo una agenda— 4 de junio de 2013, los poemas vienen de las pequeñas cosas.
—Eres un payaso. ¿Quién anota esas cosas?
—Yo —luego se puso de pie y tomó la mano de Krauser— Me alegra que estés bien, bien atado, y también que estés muy, pero muy saludable —luego lo soltó— Bueno, vámonos.
—¡Espera!
Candado se detuvo y volteó.
—¿Qué quieres?
—Un obsequio.
—¿Obsequio?
Krauser metió su mano bajo su cama y sacó una bolsa.
—Falta para mi cumpleaños.
—Ten y guárdate los comentarios —dijo Krauser mientras ponía la bolsa en sus manos.
Candado metió su mano dentro de la bolsa y sacó una caja con una envoltura roja. Hizo una mueca y rompió la cubierta, luego abrió la caja.
—¿Qué? —preguntó Candado mientras sacaba un teléfono celular.
—Tu regalo.
Candado, mirando de arriba abajo el obsequio, dijo.
—Krauser, ¿para qué me regalas estos aparatitos? Suenan y suenan, vibran y vibran y lo peor de todo, no te dejan dormir.
—Vamos, Candado, tienes que actualizarte.
—¿Yo? ¿Actualizarme? ¿Qué diablos dices? Apenas me llevo bien con el teléfono fijo y el teléfono de Clementina.
—Piensa, Candado, no toda la vida seguirán escribiendo cartas.
—Con solo tener luz y televisión me basta y sobra.
—Y el internet— se rio Clementina.
—Solo... Acéptalo como un regalo de un amigo a otro.
Candado pensó en cómo demonios no se lo confiscaron los doctores. Sin embargo, solo cerró los ojos momentáneamente y dijo:
—Bien, tú ganas, aceptaré este celular. Me hubiese gustado que esta cosa tuviera botones y no fuera táctil.
—Nunca satisfecho, ¿no? —dijo Clementina.
—Bien, ahora me voy. Gracias por el regalo.
Candado volteó y antes de que pudiera llegar a la puerta.
—¡ALTO!
Candado se detuvo y miró nuevamente a Krauser.
—¿Y ahora qué diablos pasa?
—Recibí un mensaje de un tío mío aquí, en Resistencia. Parece que tuvo un pequeño "envío erróneo".