Después de que Desza huyera aquella noche y el grupo estuviera más de seis días ahí, Candado rescató a Rem Koirala. Lo entregó sano y salvo ante la presidenta Chandra, quien cumplió su promesa de perdonar a Joaquín de sus cargos y permitirle volver a su mando. Rozkiewicz estuvo contento de que él volviera y siguió con su cargo de vicepresidente.
Todas las personas que acompañaron a Rozkiewicz ese día volvieron a sus hogares en Resistencia. Candado llevó a sus compañeros de vuelta a casa, los hermanos Bailak se fueron acompañados por sus mascotas. Solo Dios sabe cómo hicieron para convencer a Candado de llevar un panda, una lechuza, un delfín diminuto y una tortuga en el avión, pero fue así. Hammya, quien había hecho algunas llamadas, mantuvo una sonrisa todo el trayecto. Cuya sonrisa le causaba cierta incomodidad a Candado, pero trataba de mirar a otro sitio que no sea su cara feliz, y al momento de llegar, Hammya bajó del avión y se subió al caballo Uzoori, apresurando a Candado de qué la llevara a casa, para así planear su objetivo. A Candado no le interesaba saber lo más mínimo en lo que ella estaba planeando.
Al día siguiente, Candado disfrutaba, relativamente, de la vida. Volvía a ser sábado, el glorioso sábado para los estudiantes. Aunque para Candado no solo era un día más de los 365 días del año, sino que lo consideraba un sagrado día de descanso, y planeaba pasar el día entero en su casa, solo y sin compañía en su cuarto, recostado en su cama leyendo un libro. Cuando de repente sintió tres ligeros golpes en su puerta.
—Largo —dijo él mientras cambiaba de página.
Aún con la respuesta ruda de Candado, la puerta se abrió de todas formas y de ella se asomó Hammya.
—Hey, ¿tienes un minuto?
—No.
—Vamos, por favor.
Candado hizo una mueca con la vista y se levantó de la cama.
—Hazlo rápido —dijo mientras dejaba el libro abierto en su escritorio.
—Bien, quisiera que me acompañaras.
—No.
—¿Por qué?
—Porque es sábado, lo que significa que hoy es mi día libre.
—¿Y?
—¿Cómo "Y"?
—No voy y punto.
Luego se acercó a él y se sentó en su cama, provocando que Candado retrocediera y quedara su espalda pegada a la pared.
—Hey, no te acerques.
—Vamos, ¿cuándo fue la última vez que hicimos algo juntos?
—¿Hicimos algo juntos?
—Sí, me llevaste a lugares lejos, como la O.M.G.A.B., Buenos Aires y Resistencia.
—Te colaste en el último.
—Lo que sea, el punto es que no puedes pasar el sábado entero aquí.
—¿Ah no? —luego se bajó de la cama y se puso al frente de ella —intenta sacarme de aquí —dijo él de brazos cruzados.
—¿Qué hay de Uzoori?
—Él estará bien, lo saqué ayer, así que no pasa nada.
—Deja de encontrar una excusa, no es sano que estés aquí.
—Y vos deja de buscar una excusa para sacarme de aquí, soy feliz en mi habitación y se terminó.
—¿No verás cómo están los hermanos de porcelana?
—Ellos están bien, les di cobijo en el restaurante, el dueño me debía un favor, ahora que todos sus hijos ya crecieron, no estaría mal que se sintiera padre una vez más.
—¿Y el dúo?
—Son felices viviendo en el monte, así que está bien.
—¿Yara?
—Está con Mauricio en su otro mundo.
—¿Qué cosa?
—Un mundo que te contaré en otro momento, o mejor dicho, cuando tenga ganas.
—¿Saldrás?
—Eres muy insistente, ¿No? —luego puso su dedo índice en su frente y le picó —no pienso salir de mi cómoda cama.
—Vamos.
—No.
—Vamos.
—No.
—Vamos.
—No.
—Vamos.
—¿Qué es esto? ¿El jardín de niños? No y no, se acabó la historia.
Hammya inclinó la cabeza, muy apenada por lo que dijo, pero al poco tiempo levantó la cabeza y dijo.
—Vamos.
—¡QUE NO!
—Dale, no seas así.
Candado se llevó la mano a la frente y la miró fijamente.
—No me voy a mover de aquí, que te entre en la cabeza.
—Vamos.
—¡¿ES QUÉ NO SABES OTRA PALABRA O QUÉ?!
—Sí, dale, vení conmigo por favor.
—No sé quién es más pesado si vos o Tínbari.
—Tal vez no sea pesada si aceptaras venir en vez de renegarme.
—¿Renegarme? Vaya, se ve que te causó dolor de cabeza al decir una palabra tan complicada.
—¿Me estás insultando?
—Sí, ¿Qué harás al respecto?
—¿Por qué lo haces?
—Porque soy un hijo de puta, no querrás a uno a tu lado.
—Buen intento, sabes que no me iré si no es contigo a mi lado.
Candado apretó los puños y su ceja izquierda comenzó a palpitar, pero luego se relajó, se acomodó su pañuelo y se quitó la boina.
—Está bien, la princesa gana.
—¿De verdad?
—Sí, así que —luego extendió su mano—¿Me acompañas?
Hammya tomó la mano de Candado y la ayudó a ponerse de pie.
—Sabía que podía convencerte.
—Sí, claro que sí.
Luego ambos caminaron hasta la puerta, y Candado, de forma cortés, abrió la puerta, se inclinó y le señaló el camino.
—Las damas primero.
—Oh, gracias.
Ni bien Hammya salió de la habitación, Candado cerró con todas sus fuerzas la puerta y la llaveó.
—Me iré —luego se puso la boina—cuando yo quiera.
Mientras que del otro lado, Hammya estaba golpeando la puerta.
—Abre, no es justo.
—La vida no es justa —dijo Candado mientras se sentaba en su escritorio y hojeaba algunos apuntes.
—Abre, o la tirare abajo.
—Quisiera que lo intentaras —luego tomó una hoja, de las miles que tenía ahí, la dobló y la colocó dentro de un libro—sería gracioso ver cómo te rompes un brazo o tu cabeza.
—¡CANDADO!
—Grita todo lo que quieras, no voy a abrir —luego sacó de su cajón un vaso de vidrio y una botella de gaseosa—Es mi día libre, te salvé tu refinado cabello en más de una ocasión, fui intérprete de unos desconocidos que me salvaron, fui perseguido por unos malditos Testigos y aquí estoy, creo que me merezco esto—luego bebió.