Candado (la Forma de la Luz) Episodio 3

LA MELODÍA DE UN ENEMIGO

Todos salieron de la habitación con la promesa de retomar, más adelante, el asunto del futuro embarazo de Lila.

—Gracias por venir —dijo Vanesa.

—Gracias por tomarse la molestia de recibirnos —agradeció Candado, quitándose la boina con un gesto educado.

Vanesa sonrió y le dio una palmada en la cabeza.

—No has cambiado en nada —comentó con dulzura.

Candado frunció el ceño, confundido.

—Nos vemos, chicos.

—Hasta luego, señorita Vanesa —se despidió el grupo en coro.

Las rejas se cerraban lentamente mientras el grupo se alejaba por el sendero que conducía a la puerta principal.

—Las 15:31... qué tarde agotadora —se quejó Héctor, consultando su teléfono.

Candado se detuvo abruptamente.

—Chicos, los veré más tarde.

—¿Qué? ¿Por qué? —preguntó Héctor, extrañado.

—Ya que estoy aquí, tengo que hablar con alguien, amigo mío —dijo Candado, dándole una palmada en el hombro.

—Entiendo. Nos vemos luego entonces.

—¿Puedo ir contigo? —preguntó Hammya con curiosidad.

—Puedes hacer lo que quieras, pero no lo aconsejo. Será largo y aburrido.

Hammya sonrió con picardía.

—Serás muchas cosas, menos aburrido.

Candado alzó una ceja.

—Vayan con Mauricio y díganles a mis padres que los veré más tarde.

—¿Qué tan tarde? —preguntó Héctor.

—Una o dos horas, nada más.

—Dale.

Luego miró a Hammya.

—Entonces vamos.

El grupo se marchó, perdiéndose entre los árboles del bosque. Candado se giró en dirección contraria y comenzó a caminar por la carretera de tierra, seguido por Hammya.

—Candado, ¿A dónde vamos? —preguntó ella.

—Voy a visitar a alguien privado de su libertad.

—Oh... ¿Está enfermo?

—No.

—¿Paralítico?

—Tampoco.

—¿Entonces qué?

—Es un preso.

—Oh, un preso... ¡¿UN PRESO?!

—Así es.

—¿No es peligroso? Ya entiendo, es un pariente.

—No.

—¿Un amigo?

—Ni en esta vida.

—¿Un cliente, entonces?

—No ofrezco mis servicios gremiales a reclusos.

—Entonces...

—Es un desconocido para mí... o mejor dicho, un conocido de mi familia.

—Ah...

Candado divisó un carruaje acercándose.

—Transporte —anunció, extendiendo la mano.

El carruaje se detuvo frente a ellos. Candado se dirigió al cochero.

—Por favor, llévenos al puerto.

—Entendido.

—Sube, Hammya.

—¿Qué? No tengo dinero.

—En Kanghar no se usa dinero —dijo él mientras le abría la puerta.

Hammya dudó un instante, pero finalmente subió. Candado la siguió y cerró la puerta tras ellos. Golpeó la pequeña rejilla que los separaba del conductor, y al instante el carruaje comenzó a andar.

—Guau, es la primera vez que subo a una carroza.

—No hay autos en esta isla. Este método se utiliza en todo el país.

—¿Y si quieres ir de una ciudad a otra?

—Entonces tomas un tren.

Hammya se pegó a la ventana, observando con atención.

—Una nación de niños... nunca imaginé que eso fuera posible. ¿Qué pasa cuando crecen?

—Nada. ¿Qué tendría que pasar?

—No, me refiero a... ¿Nunca hubo un adulto como presidente?

—Ah, eso. No, claro que no. En Kanghar solo puedes ocupar un cargo público si tienes menos de veinte años. Incluso la constitución permite que, si cumples veinte el mismo día que asumes un cargo, se te deje terminar el mandato. Pero eso ha pasado muy pocas veces.

—Entonces tú...

—Sí. Una vez que cumpla veinte, no podré ser un candado nunca más.

—¿Y por qué es eso?

—Porque los niños son diferentes a los adultos. Son puros e inocentes y, en la mayoría de los casos, quieren lo mejor para los demás. Esa bondad es la que permitió que Kanghar se convirtiera en una utopía.

—¿Eres puro e inocente?

Candado sonrió.

—Somos la excepción, no solo yo, sino los demás Candados. Tal vez no hayan visto con mis ojos, pero son lo suficientemente conscientes como para gobernar.

—¿Los adultos nunca han intentado… ya sabes? —preguntó Hammya, dejando la frase en el aire.

—¿Un golpe de Estado? Sí, hubo intentos —respondió Candado, sin mirarla—. Pero las instituciones de Kanghar enseñan a los niños que tienen más fuerza y poder que un adulto, y que son intocables bajo las leyes de la nación.

—¿Y qué pasó con esas personas?

—Dependiendo de la gravedad del caso, son expulsadas del país, encarceladas… o enviadas a las Cuevas.

—¿Las Cuevas?

—Será mejor que nunca lo sepas. Es por tu bien.

—…Está bien —murmuró ella.

—Los niños son niños —continuó él, con tono sereno—. A veces son ingenuos, toman malas decisiones. Por eso existen los candados, nosotros, que debemos madurar más rápido que ellos para guiar a nuestros futuros reemplazos.

—¿Toda tu familia fue candado?

—Mi bisabuelo, mi abuelo, mi madre… y mi hermana. Todos fueron candados de Kanghar.

Hammya lo observó con un atisbo de curiosidad. Siempre había tenido una duda.

—¿Y por qué te llamas Candado?

Él sonrió. Siempre le había gustado contar esa historia.

—Mi bisabuela, Rosa Velázquez, amaba mucho a mi bisabuelo. Tanto que, el día de su cumpleaños, le regaló un pequeño candado con piedras preciosas. Era un accesorio, nada más. Se lo dio a Jack, así se llamaba, y él lo aceptó. Ese día se dieron su primer beso. A mi madre le fascinaba esa historia desde niña, tanto que decidió ponerme ese nombre. Al principio se burlaban de mí, claro, pero nunca me importó. Amo mi nombre. Y lo sigo amando.

—¿Por qué?

—Porque con él tengo algo que muy pocos tienen, al menos bajo mi punto de vista.

—¿Qué?

—Una conexión con el pasado de mi familia. Saber que ese nombre fue un regalo de amor, un obsequio de una persona enamorada a otra.

—Qué romántico —dijo Hammya, enternecida.

—Lo es.

Hubo un breve silencio antes de que ella volviera a hablar:

—Y por el otro lado… ¿Qué significa ser un candado?



#1217 en Fantasía
#200 en Magia

En el texto hay: romance, fantasía drama, fantasa drama

Editado: 06.12.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.