Candado (la Forma de la Luz) Episodio 3

ESPEJOS

Hammya abrió los ojos en un sitio oscuro. No había luz, solo una densa e interminable negrura. Sintió el pánico arrasarla cuando recordó lo sucedido.

Ella y Clementina estaban charlando y pasando el tiempo cuando alguien llamó a la puerta. Clementina pensó que se trataba de Candado, que habría regresado tras cumplir su misión; después de todo, había pasado una hora. Se acercó a la entrada y abrió. Pero, para su sorpresa, no era Candado: era un hombre de traje y sombrero.

Con naturalidad, Clementina preguntó su nombre. Sin embargo, cuando logró identificar el emblema que portaban, cerró la puerta de golpe. El hombre, veloz, trabó la puerta con el pie y la abrió a la fuerza.

—Buenos días —saludó el agente.

—Váyanse de esta casa.

Otros dos hombres aparecieron, acompañándolo.

—No tenemos problemas con los robots —dijo uno de ellos—. Son creaciones humanas, por ende, son libres de hacer lo que quieran.

—¿Y?

—Danos a la niña.

—No.

El agente cerró los ojos, con expresión cansada.

En ese momento, Hammya irrumpió en la sala.

—¡Váyanse!

Clementina transformó su mano en un machete y, en un parpadeo, atravesó la garganta de uno de ellos.

—¡HAMMYA, CORRE! —gritó.

La niña titubeó, paralizada por el miedo, pero finalmente empezó a correr hacia la puerta trasera... solo para chocar de frente con otro agente.

—No la maten —ordenó una voz—. Aprésenla.

Clementina disparó a la cabeza del agresor, liberando a Hammya. Pero antes de que pudiera escapar, otro agente le propinó un puñetazo en el estómago, abollando su estructura metálica, y acto seguido le arrancó el brazo izquierdo de un tirón.

Clementina, aún dañada, siguió luchando con fiereza. Hammya intentó ayudar, pero fue apresada por dos hombres más, que la sujetaron con fuerza.

La androide usó sus piernas como armas letales, decapitando a un tercer enemigo. Sin embargo, cuando se lanzó contra el cabecilla, este esquivó el ataque con facilidad, la derribó contra el suelo y, pisándole la espalda, le tomó del cuello con ambas manos... y le arrancó la cabeza de un brutal tirón.

—¡NOOOOOOOOOOOOOOOOO! —gritó Hammya, desgarrada.

El agente la miró fijamente.

—No tienes idea de lo que has provocado.

La tiró contra el suelo y se acercó de nuevo. En su último gesto, la cabeza caída de Clementina giró hacia Hammya.

—Todo estará bien... —susurró con una sonrisa serena.

Luego volvió su mirada al cabecilla.

—Se metieron con la gente equivocada...

El agente aplastó su cabeza con ira brutal, destrozandola.

Hammya gritó de dolor, atrapada en la impotencia.

—¡Sáquenla de aquí! —ordenó el líder—. El resto, ayuden con nuestros compañeros.

Hammya lloró en la oscura habitación, abrazando el recuerdo de Clementina. No supo cuánto tiempo pasó ahí, sumida en la oscuridad, hasta que oyó una cerradura girar. La puerta se abrió y una luz enceguecedora invadió la celda.

—¡Agárrenla!

Intentó correr, pero un adulto le dio un puñetazo en el estómago. El golpe la dejó sin aliento y cayó pesadamente al suelo.

—Eso fue estúpido —comentó el hombre, con desprecio.

La arrastraron a través de un pasillo bien iluminado, lleno de puertas alineadas una tras otra. A pesar del dolor, Hammya intentó observar todo a su alrededor, buscando desesperadamente una salida, pero no vio ninguna. Los hombres que la arrastraban llevaban armaduras negras y máscaras de gas, ocultando sus rostros.

La llevaron hasta una camilla metálica, donde la esposaron.

—Bien, pueden retirarse —ordenó una voz.

Los enmascarados se alejaron. Un hombre de aspecto pulcro se acercó con una sonrisa helada.

—Hola, cariño. Espero que no te moleste —dijo con una voz casi tierna.

Hammya temblaba. Movía las muñecas y los tobillos, haciendo sonar las cadenas que la inmovilizaban.

—Mamita... intentaré que no duela demasiado, ¿sí?

Sin previo aviso, aplicó un choque eléctrico que recorrió su pequeño cuerpo, arrancándole un grito desgarrador.

—¡Ups! Perdóname —rió el hombre, burlón—. Olvidé bajar la frecuencia.

Volvió a electrocutarla, esta vez con más intensidad.

—¡AHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH! ¡BASTA!

—Nunca me canso de esto... —murmuró mientras sonreía—. Sucios comunistas, asquerosas lacras peronistas... siempre suplican.

Miró de reojo una pantalla de monitoreo.

—Frecuencia cardiaca a trescientos... Increíble, más que un ser humano. Felicidades: no eres una peronista. Mejor, no eres roja.

Se echó a reír.

—Rafael —lo llamó otra voz.

El hombre se giró, enderezándose al instante.

—Oh, director... —dijo, haciendo una reverencia exagerada.

—El patriarca pidió explícitamente que no lo estropees.

Hammya, bañada en lágrimas, apenas podía respirar.

El director se acercó y le puso la mano en la frente, en un gesto que pretendía ser tranquilizador.

—Shhh... Tranquila. Ya pasó... ya pasó...

—Rafael —dijo, esta vez en tono gélido—, lárguese. Hay más especímenes abajo que estarán impacientes por su juguetito eléctrico.

—Odio ese lugar —gruñó Rafael, mientras recogía sus instrumentos.

—No tuviste ningún problema tirando adolescentes desde aviones.

—Era por un bien mayor...

—Vete.

—Sí, director —respondió Rafael, marchándose.

La puerta se cerró con un golpe seco. Hammya quedó sola, temblando, esposada a la camilla, perdida en un infierno del que no veía escape.

Hammya empezó a temblar.

—No te haré daño... todavía —dijo el hombre con frialdad.

Dejó a un lado la picana eléctrica y apagó la pantalla que monitoreaba las constantes vitales de la niña.

—Mis procedimientos son menos dolorosos.

Tomó unas tijeras y comenzó a cortar el vestido de Hammya con precisión quirúrgica.

—Tranquila.

Terminó de retirar el vestido, dejando expuesto su abdomen, y comenzó a untarle una sustancia fría sobre la piel. Luego, sin previo aviso, extrajo sangre con una jeringa.



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En el texto hay: romance, fantasía drama, fantasa drama

Editado: 06.12.2025

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