Candado (la Forma de la Luz) Episodio 3

CELDAS

Hammya yacía en el suelo, temblando de miedo, con lágrimas recorriéndole el rostro. Apenas habían pasado dos horas desde su encierro, cuando la puerta se abrió de golpe. Una mujer de cabello corto, bata blanca y rostro inexpresivo entró en la habitación.

—Levántate. Esto no es un hotel.

Hammya intentó incorporarse, pero el miedo la tenía paralizada. El cuello no le respondía, como si su cuerpo se negara a moverse.

—Ahora —ordenó la mujer con dureza.

Acto seguido, le propinó una patada en el estómago.

—¡Duele! —gimió Hammya con voz entrecortada.

Una segunda figura apareció. Se arrodilló frente a ella con evidente preocupación.

—No le hagas eso —dijo con firmeza.

—Siempre tan blanda con los objetos —replicó la primera—. Recuerda que son imitaciones, no humanos.

La segunda mujer cargó a Hammya con suavidad.

—Todo estará bien —susurró.

—Sigues con esa mentira —bufó la otra, girándose para marcharse—. Ella morirá o quedará como un vegetal.

—¿Puedes hacer silencio?

—Je. Encárgate tú sola. Yo tengo a alguien que ver.

La mujer desapareció por la puerta. La otra suspiró con resignación.

—Qué vulgar —murmuró, luego bajó la vista hacia Hammya y añadió con una voz dulce y tranquila—: Todo está bien. Te llevaré al pabellón médico.

La sostuvo con firmeza y la llevó en brazos por los pasillos.

—Lamento esa brutalidad —dijo mientras caminaban—. Si este experimento funciona, habremos curado todas las enfermedades del mundo con una sola vacuna. Sólo… sólo resiste un poco más, por favor.

Hammya no confiaba en ella. Sin embargo, la ternura en su voz, el calor de su abrazo y su forma de hablar llenaban su corazón de una esperanza inesperada.

Cuando llegaron al supuesto pabellón médico, Hammya se dio cuenta de que no era lo que parecía. No era un centro de salud, sino una especie de parque interno colorido, decorado para disimular la verdad: una zona repleta de celdas. Un simulacro.

La llevaron hasta la celda número 15.

—Te traeré ropa nueva. Sólo espérame un momento —dijo la doctora antes de marcharse.

Hammya se sentó en la cama. El silencio era denso… hasta que una voz la sobresaltó:

—Hola, novata.

Ella se asustó y retrocedió de golpe, chocando contra la pared.

—¡Wo, wo, wo! Tranquila —respondió la voz con tono conciliador.

De entre las sombras apareció una chica de piel pálida y cabello negro corto. Llevaba un uniforme azul con un código de barras en el pecho derecho. Sus ojos y labios, también negros, le daban un aspecto peculiar.

—Soy Dimitra Peñaloza.

—Soy… Hammya —respondió ella, temblando—. Hammya Saillim.

—¿Hammya? Qué nombre tan raro.

—Me lo dicen a diario —respondió con una pequeña sonrisa amarga.

Dimitra se acercó con cuidado y se sentó frente a ella, manteniendo una distancia respetuosa.

—¿Dónde estamos? —preguntó Hammya.

—¿No lo sabes? Es el pabellón médico.

—No… no me refiero a eso.

Dimitra ladeó la cabeza, divertido.

—Somos prisioneros de los agentes.

—No… no puede ser…

—Triste, pero cierto —dijo con una sonrisa ambigua.

—¿Por qué sonríes?

—Porque aquí estarás a salvo. No te harán daño.

—¿No… lo harán?

—No mientras "Madre" los controle.

—¿Qué?

—Aquí están los especímenes valiosos. Solo ingerimos pastillas. Nada más.

—Pareces conforme con eso…

—Llevo tres años atrapado aquí. "Madre" ha sido muy cuidadosa. Amorosa, incluso.

—¿Cuántos hay aquí?

—Contando a los caminantes, treinta y dos.

—¿Caminantes?

—Oh, ellos son veinte. Chicos que fracasaron en los experimentos. Perdieron su identidad. No hablan, no miran, no piensan… sólo caminan.

—¿Y puedes sonreír ante eso?

—No estoy feliz. Estoy triste. Pero las pastillas borran el químico que causa la tristeza y el miedo. Aunque quiera preocuparme, no puedo. Según "Madre", el efecto se disipa en tres días.

—Ya veo…

En ese momento, la doctora regresó con un uniforme limpio en las manos.

—Tal vez no sea bonito ni esté a la moda, pero es mejor que andar con la ropa hecha jirones, ¿no crees? —comentó con una sonrisa melancólica, mientras acariciaba con suavidad la cabeza de Hammya.

—Dimitra…

—Sí, Madre —respondió él de inmediato.

—Cuida de tu nueva hermana —dijo la doctora con una expresión serena, aunque los ojos delataban un cansancio profundo.

—Claro que sí, eso haré —respondió Dimitra con una sonrisa tenue, pero sincera.

—Me alegra oírlo.

La doctora se incorporó lentamente, y con pasos medidos se retiró, dejando sola a Hammya con la chica de cabello negro corto, ojos oscuros y labios de un tono igualmente sombrío. Dimitra tenía un uniforme azul algo desgastado, con un código de barras estampado en el pecho derecho. Aun así, tenía una presencia cálida que contrastaba con su aspecto.

—Tranquila, nadie te hará daño aquí —dijo Dimitra con suavidad.

Hammya se acercó con cierta timidez, cada paso cargado de desconfianza, y finalmente se sentó a su lado.

—Tengo miedo... pero alguien me dijo una vez que debía ser fuerte —murmuró.

—¿Ah, sí? Me gustaría conocer a esa persona.

—Tal vez te encantaría... o tal vez no. No es muy sociable —respondió con una leve sonrisa nostálgica.

—Ja, ja... suena interesante.

Hammya recorrió la zona con pasos lentos y la mirada inquieta. El lugar era mucho más grande de lo que había imaginado, con pasillos amplios y fríos que olían a desinfectante y soledad. No había ventanas. Todo era concreto, acero y silencio. No era sólo una prisión: era una jaula diseñada para quebrar a quienes la habitaban.

Algunos niños la miraban de reojo, con un miedo que no se atrevía a convertirse en palabras. Otros simplemente no miraban nada. Caminaban como autómatas, repitiendo trayectorias sin sentido, arrastrando los pies, como si ya no recordaran qué era ser humano. Algunos se quedaban inmóviles, parados o sentados, clavando la vista en un punto invisible del techo o del suelo, sumidos en un letargo sin fondo. Un par de ellos jugaban en silencio con objetos sin aparente propósito, un trozo de plástico, un botón, una cuerda rota, como si intentaran recordar cómo se jugaba, cómo era vivir.



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En el texto hay: romance, fantasía drama, fantasa drama

Editado: 06.12.2025

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