Candado (la Forma de la Luz) Episodio 3

INGENIERO

Candado bajó al sótano luego de abrazar a su abuela, por supuesto. Llevaba consigo unos planos enrollados bajo el brazo y una caja de herramientas que resonaba con cada paso. Encendió las luces.

Allí, sobre la mesa metálica, yacía el cuerpo despedazado de Clementina.

Suspiró.

—Tardó años mi abuelo en construirte… Yo lo haré en cuestión de horas—murmuró, con determinación.

Desplegó los planos sobre una de las tantas pizarras que decoraban el sótano y comenzó a sacar materiales. Todo estaba perfectamente organizado para empezar la reparación y reconstrucción.

Tomó una llave Stilson y la sostuvo como si fuera un cetro.

—Clementina, going up —anunció en voz baja, y comenzó a silbar mientras trabajaba.

Clementina, Versión 02, diseñada con la mente del insoportable pero brillante Nelson Torres, y fabricada por las manos hábiles de Alfred Barret, el abuelo de Candado. Todo con una sola visión en común: La Argentina también puede hacerlo.

Ambos quedaron maravillados la primera vez que vieron una computadora nacional: “Clementina”, en la Universidad de Buenos Aires. Aquella máquina, imponente y rudimentaria, los inspiró profundamente. Decidieron entonces construir su propia computadora. Pero tiempos oscuros cayeron sobre la República. Durante una noche recordada con vergüenza y miedo "La Noche de los Bastones Largos", fuerzas uniformadas ingresaron violentamente a la universidad, golpeando a alumnos y docentes bajo la excusa de preservar el orden y la paz.

Fue en esa noche cuando su profesor, Arnold Benjamín, Desapareció, como tantos otros, sin dejar rastro.

“La naturaleza del hombre es moldeada por el propio hombre”, solía decir Benjamín. Y esa noche, la naturaleza violenta se manifestó con todo su peso, destruyendo lo que era un orgullo del desarrollo argentino.

—Nunca vi tanta arrogancia ni tanta vergüenza en un solo y asqueroso coso con uniforme —diría años después uno de los estudiantes, al recordar cómo destruían a Clementina.

Cuando todo se calmó, Nelson y Alfred lograron convencer a la universidad de que les permitieran llevarse algunos restos de la máquina. Buscaron refugio en un lugar llamado “Kanghar”. Allí, entre pruebas fallidas, piezas descartadas y noches interminables de trabajo, sucedió algo inesperado.

La máquina les respondió.

"HOLA".

Esa fue la única palabra escrita en una hoja de cálculo.

Nelson y Alfred se miraron, asombrados. Solo intentaban repararla y mejorar su rendimiento, pero accidentalmente habían dado inteligencia a un ser binario. La computadora no podía ver, pero sí podía escuchar. ¿Cómo? Nunca lo supieron. Se comunicaban con ella mediante papel, de forma rudimentaria, pero eso no les importaba. Lo que importaba era lo que habían creado.

Alfred fue quien pasó más tiempo con ella como computadora. Mientras Nelson se interesaba más por la robótica, Alfred se resistía a la idea de construir un cuerpo físico... hasta que una pregunta lo conmovió profundamente:

"¿Qué es el mar?"

Entonces lo comprendió. Él no solo quería crear una inteligencia. Quería egoístamente darle una forma, su forma, como si eso sellara su logro personal. Pero no pensó en lo que de verdad habían creado.

Trabajaron juntos para darle un cuerpo, una forma que representara lo que ahora era su “hija”. Sin embargo, Nelson se detuvo a mitad de camino. Dijo que quería que Alfred lo terminara solo. Nunca explicó por qué. Alfred aceptó, pero la soledad del proceso lo marcó. Aun así, no se detuvo. Si no podía darle un cuerpo perfecto, al menos le daría la capacidad de pensar.

El problema era claro: crear pensamiento en un ser sin sentimientos ni sentido común. Difícil… pero no imposible.

Al principio, Alfred le proporcionó libros de psicología, filosofía, leyes, moral, y religión. No obtuvo lo que esperaba. En cambio, Clementina comenzó a emitir juicios escalofriantes, llenos de lógica extrema y carentes de humanidad. Uno de ellos, especialmente, les heló la sangre:

—Si un niño es rehén de un asesino, ¿qué harías?

La respuesta fue clara. Inhumana.

—Mataría al rehén y al asesino.

El silencio que siguió fue más espeso que la sangre. Nadie se atrevió a hablar, y por un momento, todos los presentes olvidaron que aquella figura de niña había sido construida para proteger.

Clementina continuó, no por arrogancia, sino porque había detectado incomprensión. Y explicar era parte de su programación.

—El rehén es una variable incontrolable. Mientras viva, su existencia limita todas las acciones posibles. El asesino puede usarlo como escudo, chantaje o distracción. Su vida, en manos de un criminal, se convierte en un arma. Al eliminar ambos cuerpos, elimino la amenaza y restauro el equilibrio.

Hubo un estremecimiento entre los oyentes. Alfred, el hombre que le había enseñado todo eso, sintió una punzada de horror.

—Pero… —musitó él— el niño es inocente.

Clementina giró levemente la cabeza, como si eso fuera irrelevante.

—La inocencia no modifica la ecuación. El dilema no pregunta por emociones, sino por eficiencia. La raíz del problema es la toma de rehenes como táctica. Si quienes toman rehenes descubren que hacerlo nunca les otorgará ventaja… dejarán de hacerlo. Eliminar al rehén junto al captor es disuasivo. Disuadir es prevenir. Prevenir es salvar más vidas futuras. Es... estadísticamente moral, y la moral trae errores más grandes.

Según su razonamiento, quitar la vida del niño era un daño menor frente al objetivo mayor: eliminar a alguien que ponía en riesgo a muchos. “Es mejor perder uno que diez. O, si hace falta, diez que cien. Incluso, es mejor que mueran cien antes que un millón.”

Alfred se sintió horrorizado y decepcionado de Clementina. Tanto, que pensó en destruirla para evitar un desastre. Siempre había admirado a Albert Einstein y anhelaba seguir sus pasos, pero jamás convertiría un descubrimiento en un arma. Fue Nelson quien lo detuvo, y no solo eso: decidió iniciar otro proyecto, al que llamó Clementine.



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En el texto hay: romance, fantasía drama, fantasa drama

Editado: 06.12.2025

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