Mientras en la Isla se celebraba la aceptación de Liv al Gremio, el líder del Circuito, quien aún estaba en Buenos Aires desde hacía un mes, seguía investigando el asesinato de su amigo. Cada paso que daba lo alejaba más de su objetivo. Guillermo había creado un juego sin jugadores: no lograba encontrar al sujeto que había acabado con su amigo. Cuanto más investigaba, más se privaba de sueño, comida y bebida. A pesar de que Addel intentaba hacerlo entrar en razón, Esteban seguía sin escuchar las órdenes de su compañero.
Las causas se acumulaban sin cesar. Addel informó a Maldonado de la situación, y este rápidamente ordenó abortar la misión. Sin embargo, la respuesta de Esteban fue clara: no volvería al Chaco hasta encontrar lo que había empezado a buscar.
—¡JAMÁS! —gritó Esteban.
—Señor, su estado ha decaído. No ha progresado en la misión ni ha mejorado físicamente.
—Solo... necesito más tiempo, ¿sí? No puedo irme sin haber hecho lo suficiente.
—¿Tiempo? Eso es lo que has estado desperdiciando. Mírate, no has dormido ni comido en una semana. Estás demacrado.
—... No sabes lo que es perder a alguien, ¿verdad?
—Señor, Guillermo también era un gran amigo mío. Si él estuviera vivo, te diría que te detuvieras.
Esteban se rió, pero su risa era triste.
—Si él estuviera vivo, no habría hecho todo esto —dijo mientras se recostaba en la barandilla del edificio—. Mira ahí abajo, son como hormigas.
—Es un edificio en construcción. Creo que deberías alejarte de ahí.
Esteban ignoró a Addel y siguió recostado un poco más.
—Alguien nos traicionó, alguien fue lo suficientemente astuto para traicionarnos. Cuando lo encuentre...
Esteban comenzó a deslizarse por la pared, lo que preocupó a su amigo.
—¡Señor, Esteban! ¡Respóndeme! —dijo Addel con angustia.
Los ojos de Esteban estaban abiertos, pero no escuchaba; el cansancio lo estaba consumiendo. Poco a poco, fue perdiendo la conciencia.
Mientras Esteban se desmayaba en los brazos de Addel, bajo sus pies caminaban dos personas que no estaban en la agenda de su amigo: Krauser, acompañado por Maidana, quien no llevaba su pasamontaña.
—Dios, odio esta ciudad —se quejó Krauser.
—Deja de quejarte —respondió Maidana, bajándose las mangas para ver su reloj—. Mierda, son las 15:39.
—Mira quién habla de quejarse.
—Estoy hasta el cuello con esta tontería, y para colmo tengo que soportar este maldito frío contigo.
—La misión era opcional. Desde que Joaquín volvió al mando, ha estado intentando solucionar los problemas dentro y fuera. Y tú decidiste aceptar la misión.
—Solo lo hice porque nadie más quería tomar los papeles de la mesa. Oye... ¿por qué demonios te estoy contando esto? Mejor dime, ¿qué haces aquí?
—Yo solo quería encontrarme con mi yo viajero.
—Sería increíble ver cómo ese "otro yo" se hace pedazos cuando vea esto —dijo Krauser mientras sacaba una foto de su bolsillo, que terminó en manos de Maidana.
Maidana miró la foto y sus ojos se abrieron con sorpresa.
—¿¡QUÉ ES ESTA PENDEJADA!?
—Es lo que ves. Kruger ha vuelto.
—Odio a esa copia barata, obtusa, odiosa y sanguinaria de Barreto.
—¿Cuál es la maldita diferencia entre tú y él? Ambos son asesinos.
—Nunca me compares con ese perdedor. Pensé que había quedado claro quién de los dos es mejor.
—No me interesa saber quién es mejor, mientras no se crucen en mi camino, todo estará bien.
—Yo...
—Silencio —dijo Krauser, colocando su mano en el pecho de Maidana.
Luego se giró y miró al frente. A pesar de la multitud a su alrededor, notó a un individuo encapuchado.
—Creo que ese es el que hemos estado buscando. Es idéntico al de las cámaras de seguridad.
—Perfecto, ya me estaba aburriendo.
Maidana se colocó su pasamontañas y Krauser se ajustó el sombrero.
—Vamos a seguirlo—Recuerda, no lo mates.
Maidana hizo una mueca y contestó: —Bien, pero déjame disfrutarlo.
Una vez que Krauser ubicó al individuo, comenzaron a seguirlo desde una distancia considerable. El sujeto continuaba su camino sin percatarse de que lo estaban siguiendo. A medida que pasaban por las veredas de la capital, reconstruida tras aquel incidente, la ciudad estaba repleta de policías y militares; la seguridad era muy alta. Los gremiales colaboraban con la presidenta de la nación para proteger a los ciudadanos.
El control hacía cada vez más difícil avanzar; tenían que presentar identificación y nombre en varias ocasiones. Sin embargo, lograron burlar la seguridad repetidamente gracias a su eficacia y, finalmente, pudieron alcanzarlo a tiempo.
Las cualidades del individuo eran extrañas. En ningún momento parecía sospechar que alguien, en este caso, ellos, lo seguía. Al caminar, movía su cuerpo de manera involuntaria, como si tuviera un problema neurológico. A medida que se acercaban más, comenzaron a escuchar los delirios que el hombre murmuraba.