Maidana despertó desorientado en un lugar desconocido. Una luz inmensa y cegadora le daba directamente en la cara.
—Quiten esta porquería de mi cara —gruñó, extendiendo la mano hacia la luz, en un intento de apartarla.
—Vaya, has despertado —dijo una voz, justo cuando la luz se apagaba.
Confundido, Maidana se sentó en la cama y se cubrió el rostro con ambas manos.
—Qué dolor de cabeza... —murmuró para sí mismo. Se dio un par de palmadas en las mejillas, tratando de despejarse—. Espera... ¿dónde está mi máscara?
En ese momento, el pasamontañas cayó en sus manos.
—¿Quién rayos eres tú? —preguntó, aún desorientado.
—Alan Árapdor Fernández. Fui yo quien sanó todas tus heridas después de aquel incidente.
Maidana se colocó la máscara con rapidez, sintiéndose más seguro al hacerlo. Luego, se levantó de la cama de un salto.
—Alguien más venía conmigo —dijo con urgencia.
—¿El tipo ese que parece Slenderman? —respondió Alan con una sonrisa.
—¿Sabes dónde está?
—Está abajo.
—Gracias.
Sin perder tiempo, Maidana salió apresuradamente hacia la planta baja. Al llegar, se encontró con un extenso pasillo lleno de puertas, más de veinte en total, alineadas a ambos lados.
—Creo que debí preguntar cuál es la puerta correcta —murmuró, deteniéndose un momento.
Se decidió por la puerta frente a él y la abrió con cautela. Afuera ya había oscurecido.
—Vaya, ¿cuánto tiempo he estado dormido? —se preguntó en voz alta.
—Dos días, amigo —respondió una voz familiar a sus espaldas.
Maidana se giró rápidamente.
—Krauser, ¿estás bien? —preguntó, aliviado de ver a su compañero.
—Soy un elemento del terror —dijo Krauser con tono despreocupado—, con eso te lo digo todo.
Maidana miró a su alrededor, aún desconcertado.
—¿Dónde estamos? —preguntó.
—Están en mi gremio —respondió una voz proveniente de las sombras.
Maidana giró hacia la derecha, buscando el origen de la voz, pero no vio a nadie. De repente, una figura emergió de la pared.
—¿Para dónde mirás? —preguntó la figura con una sonrisa burlona.
Maidana se dio la vuelta bruscamente.
—¿Quién se supone que eres?
—Soy Eugenia Bárce, pero todos me dicen Karinto.
—Bien... Karinto —dijo Maidana, con tono escéptico—, ¿por qué demonios estoy aquí?
—La señorita Karinto nos ayudó —intervino Krauser antes de que ella pudiera responder.
—¿Y qué pasó con Desza? —preguntó Maidana, recordando a su otro compañero.
—¿El gringo? Micaela lo hizo correr.
—¿Cuántos son ustedes aproximadamente?
—Somos cinco, antes éramos nueve, pero... pasaron cosas —dijo Karinto, encogiéndose de hombros—. Ya ves cómo es.
Maidana observó a Krauser, quien, desde que lo vio, no había dejado de beber tranquilamente de una taza, sosteniendo un pequeño plato de porcelana en la otra mano.
—¿Pasa algo? —preguntó Krauser, notando la mirada de Maidana.
—¿Cómo puedes estar tan tranquilo? —replicó Maidana, irritado.
—Relájate —respondió Krauser, con una sonrisa—. Avisé a Joaquín de nuestra posición en cuanto te desmayaste.
—¡He estado dormido dos días! ¡Desza se escapó otra vez, y tú lo tomas todo a la ligera!
—Creo que deberías calmarte —dijo Karinto, cruzando los brazos—. Aún estás débil.
—¡Por supuesto que estoy débil! —exclamó Maidana, exasperado—. ¡No he comido y no me he bañado en dos días!
—Bueno, cada quien pasa sus días como puede, ¿no, Karinto? —comentó Krauser con tranquilidad.
—Exacto, mi amigo —respondió Karinto, esbozando una sonrisa.
Maidana cerró los ojos, frustrado, y dejó caer la cabeza contra la pared.
—¡Oye! Solo era una broma —dijo Krauser, sin perder su calma.
—Fracasamos en la misión, Krauser. ¿Qué vamos a decirle a Joaquín... o a la agencia? —Maidana se deslizó por la pared, cubriéndose el rostro con las manos—. Solo de pensar en todo el papeleo me quiero cortar las venas.
—¿Estás bien? —preguntó Karinto, mirándolo con preocupación.
—Déjalo, está cansado —interrumpió Krauser—. Tuvo una misión difícil, estuvo al borde de la muerte y se desmayó. Obviamente, no está bien.
Entre los murmullos y quejas de Maidana, Krauser finalmente lo interrumpió.
—Leandro, deja de lloriquear y dime todo lo que sabes de esa reunión.
Maidana se enderezó, apartándose de la pared, y miró a su amigo con seriedad.
—Tienes razón, tengo que contarles todo.