Generalmente, Krauser es confundido con Slenderman, tanto por su aspecto como por su personalidad reservada. Él, junto a Héctor, Joaquín, Declan y anteriormente Ocho, son quienes conocen a Candado desde los días del jardín de infancia. Vive en la ciudad de Resistencia y es vecino de Joaquín. Krauser llama la atención cuando camina por la calle debido a su falta de rostro visible; sin embargo, en realidad, tanto él como su hermana melliza, Grenia O'Pøhner, poseen ojos.
Krauser y Grenia ocultan sus ojos detrás de párpados inusuales que, desde afuera, parecen cerrados, pero desde dentro permiten ver como los espejos de interrogatorio de las películas policiales. Ambos son híbridos, nacidos de la unión de un monstruo con un humano, lo que les otorga algunos rasgos humanos; los ojos, por ejemplo. Krauser tiene glóbulos oculares negros con retinas rojas, mientras que Grenia los tiene verdes. Debido a la oscuridad de sus ojos, ambos son muy sensibles a la luz del sol y prefieren mantenerlos cerrados la mayor parte del día, abriéndolos solo en la seguridad de su hogar o al caer la noche.
La familia de Krauser está compuesta por su madre, Krøma O'Pøhner Barret, una criatura adoptada por Europa Barret. Krøma es un monstruo con una larga cabellera negra y, al igual que sus hijos, no posee rostro; aunque a diferencia de ellos, carece de ojos. Su padre, Javier Reinhold, es un humano de cabello rubio y bigote recortado que, según Europa y Mercedes, es "más bondadoso que cualquier dios"; una persona incapaz de maldad, dispuesta a abrazar el fuego por su generosidad. Luego están sus hermanas, Grenia y Beatriz Reinhold O'Pøhner Griselda. Beatriz, a diferencia de Krauser y Grenia, tiene rasgos faciales humanos, aunque su piel es anormalmente pálida. Heredó los ojos verdes de Javier y la palidez y el cabello de Krøma. Finalmente, está él: Krauser Lautaro Reinhold O'Pøhner.
Esa mañana, Krauser se levantó temprano, alrededor de las 8:00, ya que no había clases por una jornada institucional. Aún en su cama, abrió los ojos y se incorporó, vistiendo una pijama azul.
—Qué fiaca —murmuró mientras se acercaba al ropero.
Se cambió de ropa, optando por una camisa blanca, un chaleco marrón sin botones, pantalones del mismo color, sandalias negras y un pañuelo rojo alrededor del cuello. Después, caminó hacia el espejo y se miró detenidamente.
—Hmm, bien —dijo, acomodándose el pañuelo.
Abrió la puerta de su cuarto, salió y la cerró detrás de él. La casa de su familia es sencilla, de una sola planta. En la cocina, como de costumbre, su padre Javier ya estaba despierto y tarareaba mientras preparaba el desayuno.
—Hola, papá —saludó Krauser, abriendo la despensa para sacar unas galletas.
—Lauty, buenos días.
—Adivinaré: tortillas con dulce de leche.
—Pi, pi, pi, bingo —respondió Javier, divertido.
Krauser mostró una leve sonrisa.
—¿Ya se levantó Grenia?
—Je, je, no, todavía no —respondió Javier, quitándose el delantal—. Iré a despertar a tu madre.
Mientras su padre dejaba la cocina, Krauser aprovechó para añadir miel a las tortillas de su hermana, sabiendo que ella prefiere eso al dulce de leche. Javier llegó al cuarto y abrió la puerta con cuidado. Se acercó a Krøma, quien dormía con un camisón blanco decorado con flores verdes, y, con ternura, posó su mano en su mejilla. Aunque Krøma no tiene ojos, Javier sabía cuándo dormía; al despertar, fruncía el ceño y emitía un suave ronroneo. La luz solar le resultaba dañina, así que Javier siempre la despertaba suavemente.
—Querida, despiértate, es hora de desayunar.
Krøma frunció el ceño y ronroneó, sin querer despertar aún. Javier sonrió, y, sabiendo que sería difícil hacerla levantarse, la alzó en brazos como a una princesa y le besó la frente.
—Si no quieres venir a la cocina, yo te llevaré.
Mientras tanto, Grenia había llegado a la cocina con el cabello alborotado.
—Buenos días, Krau.
—Buenos días, Grenia —respondió Krauser, sin dejar de leer el diario.
—Tortillas, mi favorito... y con miel.
—Disfruta —dijo Krauser.
Javier llegó a la cocina cargando a Krøma en brazos.
—Papá, la consientes demasiado. Yo también quiero, ¡no es justo! —se quejó Grenia.
—Buenos días, cariño —dijo Javier, mientras acomodaba cuidadosamente a Krøma en una silla—. Vamos, el desayuno es importante.
Krøma se enderezó y tomó un tenedor.
—Mamá, primero tienes que cortar las tortillas —comentó Krauser, sin apartar la vista del diario.
Krøma infló las mejillas y emitió un bufido infantil.
Krøma es un monstruo sintético, creado en un experimento humano para dar vida artificial. Los científicos fracasaron en crear un humano completo, y su aspecto quedó incompleto: sin ojos, orejas, labios o boca. Al saber que planeaban destruirla como "un error de la ciencia," escapó hasta Argentina, donde comenzó a desarrollar órganos únicos. Aunque no tiene ojos, su cerebro encontró la forma de percibir el entorno mediante una vena que se enrolló en sus cuencas, formando una especie de gema roja que reacciona a sus emociones. Cuando está enojada, la gema brilla intensamente, irradiando calor y quemando sus frágiles párpados, obligándola a llorar lágrimas de sangre para enfriarse. Aunque este dolor es extremo, Krøma lo soporta cuando su ira la domina. Aun así, raras veces se muestra en ese estado.