El cuerpo de Candado comenzó a temblar de forma incontrolable. De su boca brotaba sangre como si fuese un grifo abierto.
—¡CANDADO! —gritaron todos al unísono, sus voces cargadas de desesperación.
Odadnac extendió su brazo izquierdo, y del suelo surgieron extraños hilos negros que comenzaron a envolver a todos, incluyendo a Hammya.
—Shhh... shhh... shhhh. —Su voz serpenteaba entre las sombras—. Es una lástima que no puedan morir aquí.
Un grito resonó desde atrás:
—¡ODADNAC!
Él sonrió sin voltear.
—Vaya, hablando de hipócritas... Aquí viene el más grande de todos.
—Ya basta de esto. —La voz era grave, decidida.
Odadnac giró lentamente y se encontró con Tínbari.
—Tínbari. Me alegra verte... O eso me gustaría decir, considerando que me encerraste como a un animal.
—¿Qué haces aquí, Tínbari? —preguntó Candado, su voz débil, pero firme.
—El portal se cerró, Candado. Vine en cuanto sentí que la jaula se destrozaba.
Odadnac cruzó los brazos, su sonrisa se ensanchó.
—La muerte no tiene poder aquí. Eso te incluye, amigo mío. Sabiendo eso... ¿por qué viniste?
Tínbari guardó silencio, pero Odadnac no lo dejó escapar.
—Sí, contéstale, Tínbari. ¿Por qué arriesgarte? —Sus dientes blancos relucieron mientras su sonrisa se estiraba de oreja a oreja—. Vamos, háblale. Dile por qué estás aquí.
El rostro de Tínbari se tensó. Sus ojos reflejaban terror, ese terror que las palabras disfrazadas de Odadnac despertaban en lo más profundo de su ser.
—¿Qué sucede? —preguntó Candado, forcejeando contra las cadenas negras que lo aprisionaban.
—¿Sabes...? —Odadnac inclinó la cabeza con malicia.
—¡NO! ¡No lo hagas, por favor! —Tínbari alzó la voz, su tono casi suplicante.
—Vaya, un demonio rogando. Esto sí es nuevo. —La risa de Odadnac era escalofriante.
—Tínbari, ¿qué te pasa? ¡Tú no eres así! —Candado estaba furioso y confundido.
—¿Sabes que en este mundo sí se puede morir? —continuó Odadnac, ignorando a ambos.
Candado alzó una ceja.
—¿Qué estupidez estás balbuceando ahora?
—Hay una forma sencilla: el suicidio. —Su tono era tan casual que resultaba perturbador.
Candado bufó, irónico.
—¿Y? ¿Quieres que te dé un premio por descubrir algo tan obvio?
—Todavía tienes fuerza para burlarte de mí, incluso en este estado. Fascinante. —Odadnac lo señaló, y unas cadenas negras emergieron del suelo, atrapándolo de nuevo cuando intentó moverse.
—Predecible, muy predecible.
Mientras tanto, Hammya comenzó a abrir los ojos.
—Vaya, veo que la bella durmiente despierta. —Odadnac se burló, pero su tono se endureció al girarse hacia Candado—. Es hora de trabajar.
Caminó lentamente hacia él, su figura irradiando una energía temible.
—Candado, estoy harto de tu hipocresía. Una vez que mueras, tomaré tu cuerpo y me encargaré de Pullbarey.
Candado lo miró con desprecio.
—¿Sólo por eso? Eres un completo idiota.
La sonrisa de Odadnac desapareció. Tomó a Candado del cuello y lo alzó.
—Me pregunto cuánto más podrás mantener la cordura, pequeño insolente.
Candado apenas podía respirar, pero su mirada no mostraba miedo.
—Alguien como tú jamás podrá quebrarme. No lo lograste antes, y no lo harás ahora.
Odadnac lo soltó con brusquedad, su rostro se oscureció.
—¿Siempre tan vanidoso? Muy bien. Déjame demostrarte lo contrario.
Extendió una mano hacia el rostro de Candado, pero antes de que pudiera tocarlo, Tínbari gritó:
—¡NO!
Odadnac se detuvo y giró lentamente hacia él.
—Bueno, bueno. Esto sí es interesante. Tínbari, ¿suplicando otra vez? —Su tono era burlón, pero sus ojos brillaban con una peligrosa curiosidad.
Candado observaba la escena, desconcertado.
—¿Qué está pasando? —preguntó, su voz cargada de frustración.
—Gabriela no hubiera querido esto.
El nombre resonó como un golpe. Los ojos de Candado se abrieron de par en par.
—¿Qué...?
Odadnac sonrió con crueldad.
—Ella está muerta. ¿Si lo hubiera querido o no? Jamás lo sabremos.
—¡NO SE LO DIGAS! —gritó Tínbari con desesperación.
—Oh, ¿quieres que me calle? Arrodíllate entonces.
—¿Qué? —Tínbari vaciló, su rostro reflejaba un conflicto interno.
—Si lo haces, no lo diré. Lo prometo.