Estaba cansado. Cansado de él, de sus padres, de la guerra, del miedo, del dolor, pero sobre todo, estaba cansado de la soledad. Draco Malfoy había sabido ser el rey de Slyterin, el niño dorado de su generación (al menos para un selecto grupo, el resto insistía en llamar así a Potter y compañía) el Mortífago, el Heredero, el Sangre Pura. Ahora esas mierdas no importaban y solo era un sujeto simple y llanamente cansado.
Pero es que no había otra palabra que lo describiera, estaba muy cansado. Tanto, que había alcanzado el punto donde ya no importaba que pudiera pasar, solo quería que termine, que el miedo que vivía dentro de él se extinguiera de una vez. Necesitaba como nunca necesitó nada en la vida que ese dolor en su pecho, ese que lo mantenía despierto por las noches, de una vez se fuera. Necesitaba que Voldemort muriera, eso necesitaba, que ese malnacido mestizo de una buena vez y por todas muriera. No podía aguantar un solo segundo de esa guerra, no tenía más fuerzas, no tenía más ganas de luchar, solo quería poder dormir una noche en paz.
Extrañaba reírse, la tranquilidad. La felicidad era un recuerdo tan lejano que no podía recordar la última vez que río o escucho reír a alguien. Se mentía. Si escuchaba risas, a menudo, pero las odiaba. Odiaba sus chillidos exaltados, odiaba el estridente sonido de sus carcajadas, le daban asco sus miradas enloquecidas y alegres.
Quería que alguien le pusiera un punto final a aquello. Eso necesitaba: que alguien terminara esa guerra.
Ahora, todos parados fuera del colegio, veían a los mortífagos avanzar en su dirección. Él no iba con ellos, cuando se retiraron, tampoco no fue con ellos. Se quedó en el colegio. No tan irónicamente como podría pensarse, se sentía más seguro lejos de esas tropas. Sus antiguos compañeros no dudaban en mirarlo con desprecio, pero nadie, ni una vez, se metió con él ni intentó amenazarlo de muerte.
Vio a Voldemort avanzar a paso firme con una sonrisa muy específica, esa que tanto había llegado a aborrecer y temer. Detrás de él, Hagrid cargaba algo y Draco, un ser por más curtido en esa mierda de guerra, cerró los ojos con fuerza y un malestar que lo envolvía. Una lágrima se escapó de entre sus párpados; Dolida y rendida, necesitando salir y morir en su boca, morir como su elegido.
Escuchó los alaridos de Hagrid a los centauros, escuchó la tristeza bañar su voz grave rompiendola al final de cada grito, arrancándole sollozos que no le dejaban hablar, soportando algo que nadie podía, algo que nadie que hubiera amado (así fuera por poco tiempo) a Harry Potter podía tolerar: Lo habían matado. Voldemort mató a Harry Potter.
Un dolor le recorrió el pecho, uno tan real y tangible que el aire lo abandonó sin miramientos o contemplaciones. Un grito nacido desde el fondo de su alma quería salir de él. Uno roto y despiadado. Una furia animal y salvaje lo impulsó por su garganta y sin querer contenerlo lo soltó.
Todos los que estaban a su alrededor lo miraron incrédulos. Una mano se cerró sobre su brazo evitando que se viniera abajo. Pansy con los ojos llorosos lo sostuvo, pero Draco se sentía morir, sentía que le habían arrancado una parte del alma, lo fragmentaron, no podía sostenerse, no había pilar que lo mantuviera erguido. Después de todo, después de cada día, de cada mes, de cada maldita noche llorando, peleando contra el miedo, lo habían matado. Así, sin más. Solo, en un bosque, rodeado de sus enemigos, así murió el elegido. Volvió los ojos llorando iracundo a su amiga, esta meneaba la cabeza, intentaba esconderlo del escrutinio de los mortífagos, pero Draco solo podía pensar en lo que sus ojos reconocían como el cuerpo sin vida de Harry: Lo habían matado. Voldemort se lo había arrebatado.
Neville hablaba. Pedía que siguieran luchando, que Harry Potter vivía en ellos. Lo dudaba, en su interior todo había muerto. El vacío era lo único que le quedaba. Eso y el brazo de su amiga de la infancia manteniéndolo en pie. Draco sentía la oscuridad cerrarse sobre él. No podía seguir, en verdad no podía; Mucho menos hacerlo en un mundo donde ese infeliz del cara rajada ya no existía. El puñetero le prometió que un día al fin todo estaría a su favor, le juró que solo tenía que saber esperar, que debía mantenerse con vida y esperar por él. "Un día, vendré a buscarte y terminaremos esta pelea" le prometió en la Mansión cuando Draco le exigió que lo dejara escapar con él.
Un grito, uno asustado y generalizado lo obligó a mirar al frente. Neville ardía. Las manos de Pansy lo empujaron, intentaba ponerlo a salvo pero para él no había salvación posible. En verdad, no la quería así existiera. Su amiga jadeó sorprendida y lo soltó. Unas manos inmensas sustituyeron las suyas zamarreándolo con fuerza intentando que alzara la cabeza y lo viera a los ojos.
—Te lo divertí Draco —gruño un voz fuerte y mortífera— Te advertí que siempre iba a volver contigo.
Dos ojos verde esmeralda lo miraban desbordando adrenalina y Draco parpadeó creyéndose muerto. De alguna forma, había logrado morir y estaba en el cielo.
—Malfoy —gruñó esa voz mirando algo detrás de él— Amor, estoy vivo, pero tenemos que pelear. Ahora es el momento de que pelees conmigo ¿si?
Negó con la cabeza. No le gustaba hablar de eso. Se suponía que al fin podían ser felices. ¿Por qué hablar de guerras?
—Draco... —el moreno suspiró claramente apurado y alerta— Bien, estas shockeado. —razonó— Pero este no es el momento —interrumpiendosé, lanzando hechizos a su costado izquierdo mientras lo empujaba otros pasos— Draco reacciona ¡Mierda que tengo una puta guerra que ganar!. —gimió volviendolo a zamarrear.
Draco sentía que en sus oídos una batalla tenía lugar, los gruñidos, los hechizos, las risas de los mortífagos. El gentío corriendo, persiguiéndose unos a otros, pero él continuaba mirando los labios tensos y la sombra de un bigote.