Can't help falling in love

Capítulo 3.

07 de mayo de 1970.

María sólo pensó en una cosa en ese día.

"¿Qué ropa me puedo poner?"

Esa pregunta no tenía respuesta alguna, la chica aún tenía el uniforme del colegio y estaba un poco asustada porque en una hora, su amiga iba a llegar.

—Basta, tengo que pensar en la ropa que me voy a poner.

Se levantó de su cómoda cama, con un poco de flojera, ya que aún tenía sueño. Dormir cuatro horas no era suficiente para ella... Pero no se puede culpar ella misma, estuvo planeando qué cosas podría hacer con su amiga para ese día, después del colegio.

Pero no pudo... Abrió su ropero y vio los vestidos, faldas, pantalones y remeras que tenía en frente. Sólo pensó una cosa.

"De algo se tendrá que improvisar."

Sacó un vestido blanco con puntos negros que le llegaba hasta las rodillas y unos zapatos blancos.

María de algo estaba segura y es que no era buena en la moda.

Dejó de pensar en qué dirá Micaela al verla así vestida y agarró su cepillo, y comenzó a peinarse el cabello. Se vio en el espejo, y pensó qué peinado le quedaría bien.

Sus pensamientos eran un lío, ya que ¿por qué quiere estar perfecta si sólo va a estar con si compañera?

Se calmó y dejó su cabello suelto, diciéndose a sí misma que no tiene que preocuparse por cosas absurdas.

Pasaron dos horas de sufrimiento para María, y por fin, Micaela llegó.

Micaela tocó la puerta de la casa, estaba muy tranquila, aunque, aún sentía esas mariposas en su estómago.

María bajaba las escaleras de su casa, un poco intranquila y tratando de calmarse.

Respiró muy hondo y soltó todo el aire de sus pulmones para calmarse, y así, abrir la puerta.

Al abrir la puerta, se encontró con Micaela sonriente.

María pensó que la chica era muy hermosa con su vestido un poco más arriba de las rodillas, su cabello atado con un moño rojo y su sonrisa tan hermosa.

—Llegaste demasiado temprano —dijo María.

—Acordamos que nos veríamos a las cuatro —Le regaló una sonrisa, poniendo a la chica nerviosa—, pero llegué treinta minutos antes.

—Tranquila, pasa —Le dio lugar para que pase—. Sentate y sentite como en tu casa.

Micaela miró con curiosidad la casa, miró cada detalle. Esa casa no era como la suya, la casa de su compañera era más sencilla, más hogareña, mientras que su casa, no. Su casa era más grande, más fría.

Se dio la vuelta para ver a la chica y darse cuenta lo hermosa que estaba.

—¿Qué podemos hacer? —preguntó Micaela.

—Podemos ir al cine, si vos querés.

María no sabía qué le pasaba, lo único que sabía es que su cuerpo le estaba fallando. Sentía sus mejilla calientes, estaba sudando como un animal, sus manos estaban temblando y se mordía el labio inferior constantemente.

—Perfecto —Micaela se acercó y le agarró su mano—, quiero ver una película de romance, por favor —suplicó, haciendo un pucherito.

—Iré a traer la plata —Estaba nerviosa, quería sacar su mano de la mano de Micaela, tenía vergüenza de que la chica sintiera el sudor de su mano—, pero para hacer eso, tenés que soltar mi mano, Mimi.

—Lo siento —soltó su mano con un poco de vergüenza—. Ve, perdón.

María subió corriendo las escaleras, un poco torpe la verdad, porque casi se cae de ellas.

Cuando, por fin, llegó a su cuarto, fue hacia su cajita de ahorros que había guardado por mucho tiempo.

Sacó el dinero necesario para ir al cine y comprar comida allí.

Agarró su pequeño monedero y guardó su dinero ahí, pero antes que nada, contó el dinero para verificar que todo esté bien.

Volvió a bajar las escalera y vio que Micaela la estaba esperando ahí parada.

—Pudiste haberte sentado en el sofá, no había ningún problema.

Micaela le volvió a regalar una sonrisa, mostrando otra vez sus hoyuelos.

—Vamos, que se nos va a hacer tarde —dijo María.

Si de algo estaba segura María, es que a ella nunca le gustó las películas románticas, muy rara para las chicas de ese tiempo.

Le daba asco ver como el chico le daba un pequeño beso a la protagonista.

Giró su cabeza para ver a Micaela y vio como sus ojitos tenían un brillo especial... Algo que nunca vio en su vida.

¿Cómo una película puede provocar eso? ¿Ella estaba mal por no ser como las demás chicas? ¿Por qué nunca se enamoró de un chico? ¿Por qué siempre piensa en Micaela?

Esas preguntas que no tenían una respuesta, la estaban atormentando. Quería respuestas con argumentos coherentes.

—¿No te parecen hermosos? —Micaela susurró.

María giró de nuevo su cabeza, se acercó un poco hacia Micaela para poder responderle.

—Nunca me gustaron las películas de romance —susurró María.

Las dos chicas estaban saliendo del cine, charlando sobre la película que minutos antes, había terminado.

—Yo creo que la chica no debió perdonar a ese tipo —argumentó María—. Él sólo la maltrataba y ella sólo lo perdonaba.

—Pero así es el amor —Micaela sacó una gomita de su bolsa que había comprado en el cine antes de la película—, además, ella estaba enamorada de él.

—Mi mamá dice que eso no es amor —dijo María.

—Bueno, eso no importa —Micaela volvió a sacar otra gomita de su bolsa—, ¿viste el hermoso beso que el hombre le dio a la chica?

—Sí y me dio mucho asco.

—Ay, María, es porque nunca te has enamorado, pero algún día te va a tocar.

Las chicas caminaban tranquila por las calles de la ciudad, hasta que llegaron a una plaza y se fueron a sentar a un banco.

—Sentémonos aquí, me duelen los pies de tanto caminar —dijo María.

—Está bien, pero sólo cinco minutos, porque tenemos que llegar a tu casa —dijo, sentándose a lado de su amiga—, además que mi papá me irá a buscar a tu casa.

Ellas seguían charlando, pero estaba vez estaban charlando sobre el colegio, de lo aburrido que era levantarse a las cinco de las mañana para ir.

En ese momento, ellas escucharon un ruido provenientes de un árbol, no sabían lo que había ahí pero la curiosidad les había ganado. Giraron sus cabezas y habían dos hombres, besándose apasionadamente.




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